domingo, 29 de agosto de 2010

La cuestión palpitante.





La cuestión palpitante

“De la relación de Emilia Pardo Bazán y Pedro Antonio de Alarcón”

Ana María Rey Merino.
Agosto de 2010

Cuando pienso en el tema de esta colaboración que prepara el ambiente para la Feria de Guadix, inevitablemente mi mente me traslada al Parque Pedro Antonio de Alarcón. Imposible no dirigir una mirada al insigne escritor que ha dado fama a la ciudad y que observa pasar las generaciones de accitanos y accitanas, y con ellos su manera de divertirse.
Entonces recuerdo la descripción que hizo de él doña Emilia Pardo Bazán, refiriéndose al día en que lo conoció personalmente: “... un caballero grueso, pálido, calvo, barbudo, en quien, por la fidelidad de las fotografías, reconocí al punto a Alarcón”
Era mayo de 1887, Emilia se encontraba en la Biblioteca Nacional, concretamente “en la Sala de Manuscritos”, preparando una serie de conferencias que tenía que pronunciar en el Ateneo y que después publicaría con el titulo “La revolución y la novela en Rusia”.
Como casi todos los días, estaba en el edificio Manuel Tamayo Baus que era el director de la institución desde 1884, además de Secretario perpetuo de la Real Academia Española, y dramaturgo. Este caballero, hijo de actores, es aún conocido por su obra “La locura de amor” un drama que sirvió de guión a la película que en 1948 dirigió Juan de Orduña.
Y quiso la coincidencia que ese mismo día estuviese en la Biblioteca Nacional Pedro Antonio de Alarcón, compañero de Tamayo en la Real Academia. Nuestro paisano ocupando el sillón “H” y el segundo el sillón “O”, como quiera que Tamayo era conocido de ambos escritores y sabiendo que ellos no se habían visto nunca, decidió presentarlos. Así que los dos caballeros se dirigieron a la sala en que se encontraba Emilia, con la exclusiva finalidad de saludar a la Condesa y presentársela a Alarcón. A Emilia le emocionó el gesto, y más que ambos caballeros tomaran asiento y que el encuentro se prolongase “...en una hora y media de sazonada, deliciosa y animadísima plática”
Emilia escribe al recordar el momento: “Algo me aguaba el contento observar en el autor de La Pródiga estragos que atribuí a la vida sedentaria, más que a la edad (que en rigor no podía justificarlos). Alarcón tenía la respiración sorda y dificultosa; los ojos apagados, mientras no los animaba la conversación; cierta atonía en el rostro, y especialmente una obesidad excesiva, un derroche de tejido adiposo, lo que llaman las gentes del pueblo “gordura falsa” Su palidez amarillenta completaba el diagnóstico” En el transcurso de la conversación, la escritora gallega, le comenta a Pedro Antonio que sería conveniente que se cuidara, a lo que el accitano le contestó: “Ya sabe usted que soy moro..., y por consiguiente fatalista... Alá es grande, y Él hará de mí lo que guste”
Me imagino a la Pardo mirándole de arriba abajo, con aquella forma de ser suya tan simpática y descarada, transformándolo en un moro al que “sentarían de maravilla el turbante y el alquicel” Sin duda ella guardó en su memoria “aquella nariz algo curvada, aquellos ojos hundidos, de azabache y aquella oriental barba”
En el transcurso de la charla Alarcón le dijo que no estaba enojado de verdad, sino ligeramente y casi benévolamente resquemado con ella, por haber escrito “La cuestión palpitante”.
Se refería a los veinte artículos que para intentar dar un poco de luz al debate sobre el naturalismo ella publicó en la página literaria del periódico “La Época” durante el invierno de 1892, que serían recopilados en el libro “La Cuestión Palpitante” prologado por Clarín. Era el colofón a un debate en el que ambos habían participado con sus escritos.
Pedro Antonio de Alarcón en febrero de 1877 en su discurso de ingreso en la Academia Española titulado“Sobre la Moral y el Arte” denunciaba los peligros morales de un estilo que se amoldase a los principios naturalistas ya que era una “teoría sacrílega, fruto ponzoñoso de un nuevo satanismo”. En 1981 Emilia Pardo Bazán publica “Un viaje de novios” (que te recomiendo que leas si aún no la has hecho) del que Clarín dijo “llama la atención por escenas donde la luz y los colores parecen robados al sol” y que es un alegato naturalista. Será sin embargo en el prólogo de su siguiente novela “La Tribuna” (que tanto me apasiona) acabada en 1882, donde la autora declara su adhesión al método del realismo naturalista
Alarcón vuelve a la carga cuando pronuncia su “Discurso sobre oratoria sagrada” en la recepción de Alejandro Pidal en la Real Academia en abril de 1883: “¡Escriban otra media docena de libros estos realistas y naturalistas franceses, y habrán enterrado en su propio fango esa triste escuela que yo apellidaré, no precisamente la mano negra, pero sí la mano sucia literaria!”
El resumen la situación aparece en un ensayo de Manuel de la Revilla publicado en “Ilustración Española y Americana” que diferencia entre dos grandes grupos: de un lado, los autores que ven en la novela un instrumento moralizador y docente, representado por autores como Alarcón o Pereda, que llegan a convertir la novela en un instrumento evangelizador; y de otro, aquellos que creen en la función desinteresada, diciendo “nuestra formula es la del arte por el arte, o mejor por la belleza” y aquí estaban Clarín y Galdós, que se oponían a que la literatura fuese un púlpito al servicio de los intereses eclesiásticos y en el caso de Pardo Bazán, que era católica practicante, porque sabía de los estrechos e hipócritas márgenes en los que la iglesia de ayer, como la de hoy, obligaba a caminar a las mujeres.
A pesar de todo en “La cuestión palpitante” Emilia escribe: “Lo que atrae de Alarcón es el ingenio amable, la buena sombra, la galantería morisca que respiran sus retratos de mujer, tocados con pincel voluptuoso y brillante; el estilo suelto, fácil y animado, el interés de las narraciones, y en suma una multitud de cualidades ajenas al romanticismo y que no le deben nada a nadie salvo a Dios que se las privilegió con larga mano. Si en los tipos de la Pródiga, El niño de la Bola, de Fabián Conde y de otros héroes y heroínas de Alarcón se descubre la filiación romántica, en cambio en el ya citado Sombrero de tres picos ostenta un colorido español neto, una frescura tal, que le hacen de su género modelo acabado. Y es que el ingenio de Alarcón gana con reducirse a cuadros chicos: su cincel trabaja mejor exquisitos camafeos, ágatas preciosas, que mármoles de gran tamaño. Descuella en el cuento y en la novela corta, variedad literaria poco cultivada en nuestra tierra y que Alarcón maneja con singular maestría. Por todas estas peregrinas dotes, es Alarcón poderoso mantenedor de la antigua divisa novelesca y temible adversario de la nueva; más los del campo enemigo pedimos a Dios que desista de colgar la pluma.”
Parece ser que en plena vorágine del apasionado debate se inicia entre Emilia y Pedro Antonio una relación epistolar, previa a que se conociesen personalmente. Solo tenemos constancia de ella por dos textos diferentes. Uno es la biografía que de Alarcón escribió Pardo Bazán, originalmente publicada en la revista Nuevo Teatro Crítico, de la que era directora y propietaria, y que finalmente tomaría cuerpo de libro en “Alarcón. Estudio biográfico” editado por la Imprenta de la Compañía de Impresores y Libreros de Madrid. En ella escribe: “...vi por primera vez a Alarcón, con quien había tenido correspondencia, pronto transformada en polémica epistolar”
El otro lo encontramos en las “Obras completas” de Pardo Bazán, concretamente en los Apuntes autobiográficos hay una referencia en la que la autora asegura que Alarcón le había escrito haciéndole objeciones y desaprobando completamente su forma de pensar.
Hace un tiempo me pasé por la Casa Museo de la escritora en Coruña para buscar en los archivos las huellas de esta correspondencia, por desgracia no había nada. La respuesta a esta ausencia la encuentro en “Emilia Pardo Bazán: la luz en la batalla”, escrita por la periodista Eva Acosta, cuenta la visita que realizó el 8 de junio de 1938 Carmen Polo, esposa del dictador Franco, al que fuera domicilio veraniego de la escritora. De forma novelada recoge la información que el 27 de diciembre de 1988 publicó en ABC Ricardo Gullón, en el articulo titulado “Las mujeres de Galdós” en el que se lamenta que las cartas del escritor canario a Emilia: “fueran destruidas, junto a otras, en la hoguera purificadora del Pazo de Meirás. De esta purificación tuve noticia por el oficial del Ejército, testigo del desmán” por esto las letras que dirigiera Alarcón a Pardo Bazán reposan, hechas ceniza, en tierras gallegas. Yo no descarto que un buen día aparezcan, en cualquier rincón, las que ella le escribió a él, ya sabes que yo creo en la magia.
Sin duda la autora gallega, a pesar de las discrepancias admiraba profundamente a Alarcón y consciente de esto, el Consejo Municipal de la Mujer de Guadix propuso, por unanimidad, al Ayuntamiento que el paseo que separa el Parque del río lleve el nombre de esta escritora, y yo creo que es de justicia.