lunes, 6 de octubre de 2008

La tercera de sí misma.


La tercera de sí misma.
1 de octubre de 2008.

Tenía curiosidad por leer algunos trabajos de uno de los mejores dramaturgos del Siglo de Oro de las letras españolas: Antonio Mira de Amescua. Y este verano he dispuesto del tiempo necesario.
En la Biblioteca municipal, Luis Muriel me proporcionó varios volúmenes con biografía, bibliografía, actas de coloquios, comedias, autos sacramentales, dramas... en fin que si no conocemos a este personaje, será porque no le hemos pedido a nuestro bibliotecario favorito información.
Empecé mi lectura por las comedias, en las que las mujeres son protagonistas indiscutibles: “La tercera de sí misma” y “La Fénix de Salamanca”. Muy parecidas ambas y e incluso con partes comunes.
Es evidente que al doctor Mira le entusiasmaban los juegos de confusión y malos entendidos, aderezados con los ingredientes de la comedia de enredo, la doble acción amorosa, una dama vestida de hombre...
En “La tercera de sí misma” descubro un escritor de fina ironía y gran agudeza, que invita a quien lee, y supongo que cuando se representaba, a quien observa, a enfrentarse con los problemas sociales dentro del contexto limitado del escenario de un teatro y a participar con alegría y libertad de los engaños que proporciona el cambiar de personalidad con solo cambiar de ropas.
Mira nos coloca ante dos mujeres que se resisten a que se tomen decisiones por ellas, negándose a ser solo objeto de las mismas. Firmemente decidas a hacerse con el timón que dirige el rumbo de sus vidas y navegar con libertad, así conmocionan la realidad que les envuelve. Ese deseo de ser dueñas de sus sentimientos, de sus deseos, las acerca a las mujeres concienciadas de todos los tiempos. Te gustarán Lucrecia, la duquesa de Amalfi, y Porcia, la Condesa de la Flor.
Son muchos los personajes que intervienen en esta comedia en verso. Los femeninos son, además de las susodichas, la dama de compañía de Porcia que se llama Marcela, y una pastora a la que Mira bautiza como Gila. Los masculinos son el Duque de Mantua; su criado Octavio; el Conde Arnesto, hermano del duque; Fisberto y Camilo, cortesanos que acompañan al Duque; los criados Fabio y Floro; el escudero de Lucrecia que responde por Ricardo; Cosme el pastor y su tío Lisardo que es labrador.
Lucrecia, la bella duquesa, es protagonista indiscutible. Desde el principio nos sorprende, vistiéndose de hombre y haciéndose llamar César. Pretende perseguir, alcanzar y lograr el amor del Duque de Mantua al que solo ha visto en una ocasión. Se pone en camino con su criado Fabio hacia Mantua, por el camino el sirviente quiere convencerla de que es insensata su postura y que con ello arriesga honra, fortuna y un futuro amor. Ni corta ni perezosa Lucrecia le dice que “nunca dieron fabor/ la Fortuna y el Amor/ al que ha nacido cobarde”. Y acto seguido realiza una declaración de intenciones “los astros y los cielos,/ aunque adversos, an de ver/ lo que pude una muger,/ con ingenio, amor y celos” Durante su encuentro con el Duque, y en su papel de varón, Lucrecia me recuerda a los chismosos y cotillas que tan de moda están en nuestra sobremesa televisiva, ya que se dedica a levantar falsos testimonios sobre la mujer que sabe su rival, la bella Porcia.
Ella, la Condesa de la Flor, también tiene graves problemas. Le han concertado matrimonio con el Duque, a quien no conoce, y tiene muchas dudas sobre el futuro de esta relación.
La trama se desarrolla en múltiples triangulaciones donde el honor, y lo que es más importante, la honra de las mujeres entra y sale de la escena.
Intento por un momento imaginarme a las mujeres que asistiesen en las corralas a la representación de esta obra. ¿Cómo interiorizarían el papel protagonista de la mujer sobre el escenario? ¿De qué manera afrontarían la posibilidad de ser dueñas de su destino? ¿Se plantearían la posibilidad de rebelarse ante estructuras sociales que las oprimían?
Mira de Amescua rompe moldes, obliga a reflexionar sobre el amor, sobre el derecho de las mujeres a manifestar sus sentimientos, sobre su derecho a decidir, explora opciones para afrontar el cambio, como cuando pone en boca de Lucrecia “no quiere marido sin amor”, y sobre todo cuando nos deja disfrutar de una mujer conocedora de su realidad y de la de los hombres, dueña de si misma, con valor y coraje para luchar por lo que cree. Y para mí es aún más interesante porque estamos hablando de un modelo que se definió el 7 de agosto de 1626.