lunes, 3 de noviembre de 2008

Cuando no venimos de París.








Cuando no venimos de París.
29. 10.08

La adopción de niños y niñas en el extranjero, por personas o familias andaluzas, es una realidad cada día más evidente en las escuelas y en los parques. Desde 2005 se tramitan cada año algo más de mil solicitudes y en el primer semestre del que finaliza se ha dado curso a casi setecientas peticiones.
En estos primeros seis meses han llegado a nuestra tierra doscientos setenta y cinco menores por adopción internacional: setenta y cinco venían de Rusia, sesenta y ocho de China, cincuenta y cuatro de Etiopía, once de Colombia y el resto de países como Bulgaria, Bolivia, Brasil, El Salvador, Filipinas, Honduras, Nepal, Polonia, Malí y Senegal, entre otros. En este mismo período en Granda se han iniciado setenta expedientes y han llegado veintiséis nuevas criaturas.
Para poder optar a este tipo de maternidad o paternidad, se debe iniciar un procedimiento que no siempre es fácil. Es imposible abordar un tema tan complejo en esta columna, por lo que te propongo que enfoquemos el preciso instante en el que al niño o la niña se le adjudica una familia. Deseo invitarte a reflexionar detenidamente sobre esta realidad. Para acompañarme has de disponerte a realizar un viaje interior imaginando que tienes cuatro años.
No has conocido a tu padre, recuerdas vagamente a una madre que no supo o no pudo cuidarte. Pronto te ingresaron en una institución. Después de varios intentos de quienes eran responsables de tí por reincorporarte a tu familia biológica (con tu madre, tus abuelos y abuelas, tus tíos, tías…) sin éxito, se inicia el proceso para que te adopten. Aunque con cuatro años ya eres un poco mayor, generalmente quien adopta quiere bebés. Pero tú has tenido suerte, porque hay una petición que procede del extranjero, una familia de Tanzania se ha interesado por tu caso.
Y un buen día viene a buscarte la Trabajadora Social y te dice que mañana iniciarás una nueva vida. Preparas tus pocas cosa, te despides de tus educadoras, de los niños y niñas con los que has jugado y dices adiós a cuanto conoces.
A las cinco de la mañana te despiertan para coger el autobús. Tras una horas llegas a un sitio que llaman aeropuerto, mucho ruido, mucha prisa, mucha gente… y te subes a un enorme aparato que te acerca al cielo y te permite moverte entre las nubes…
Después de siete horas el avión empieza a bajar y aterriza en otro aeropuerto, has llegado a Tanzania esta vez sin ruido, sin prisa, sin gente, pero con mucho, mucho, muchísimo calor. Enseguida se acercan a ti y a la Trabajadora Social, tu papá y tus dos mamás Masai. Tu acompañante te besa, te da tu maleta, te presenta a tu nueva familia y te dice que tendrás que portarte muy bien. Miras con asombro la vestimenta de colores de tu nueva familia, el color de su piel, sus extraños peinados, los collares que llevan en el cuello… ¡Y que raro hablan! Tras ellos vienen el resto de la familia y una delegación de la tribu que bailan y cantan para ti, quieren darte la bienvenida. Al terminar comenzáis a caminar hacia lo que desde hoy será tu poblado.
Te sorprenden la chozas construidas con boñigas de vaca seca, sobre todo por su olor. Dentro han preparado la comida, porque sabían que vendrías con mucho apetito tras realizar un viaje tan largo. No hay mesa, ni sillas, te sientas en una estera y te ofrecen un tazón de sangre templada, de la vaca que han matado en tu honor, y un plato de “engurma” especie de crema grumosa y verde realizada con maíz y judías molidas. Apenas comes. La familia cree que es por el cansancio, así que te preparan para dormir, porque todo lo arregla un sueño reparador. Buscas la cama, pero solo hay alfombras extendidas en el suelo. La familia se tumba en las suyas y tu les imitas.
Es noche cerrada, la cabaña parece la boca de un lobo de puro oscuro. Todos duermen placidamente, pero a ti te cuesta trabajo, el suelo está duro, huele mal, tu barriga hace ruidos y para colmo escuchas sonidos extraños en el exterior que te recuerdan al del león que sale en la tele cuando empieza una película.
Amanece, han tirado tu camiseta y tus vaqueros y te invitan a ponerte un modelo como el que se estila en el poblado. Te ofrecen el desayuno, un enorme cuenco de leche de cabra, la bebes con ansiedad.
Por la tarde te visita una persona de la oficina de adopciones y te dice: ¿estás feliz? ¡Por fin tienes una familia!