lunes, 10 de noviembre de 2008

Cañada de los Ingleses.














Cañada de los Ingleses.
3.11.08


En noviembre nos encontramos emocionalmente preparadas para visitar los cementerios, es de los pocos momentos en que nos damos permiso para mirar a la muerte de frente, fundamentalmente para recordar a quienes han cruzado la frágil línea que nos une con la vida. Considero que son espacios urbanos de visita obligada si queremos conocer una ciudad, porque en las tumbas dejamos constancia de ideologías políticas, posición social o económica, además de reflejar sentimientos y emociones. Un sepulcro, un mausoleo, un túmulo pueden ser el espejo en el que se releja una sociedad. Es por esto que acabo de visitar el Cementerio inglés de Málaga. Se trata de un interesante espacio funerario en el centro de la ciudad. Había escuchado muchas historias sobre él y quería experimentar una vivencia nueva.
Al cruzar la verja custodiada por dos leones de mármol blanco y un coqueto edificio en el que destacan las ventanas apuntadas y el tejado a dos aguas, que era la casa del guarda, iniciamos un pendiente camino con exuberante vegetación a izquierda y derecha, anunciando que entrábamos en un jardín romántico. Mientras caminábamos mi hermana Marta nos contaba que en el siglo XIX las personas no católicas eran enterradas en las playas de la ciudad, a la luz de la Luna y en posición vertical. Era en la orilla, por encima de la línea de pleamar, con la compañía de una antorcha y dos soldados que hacían cumplir las normas vigentes. Los cuerpos se convertían en alimento de animales carnívoros, y podían ser barridos por las mareas para ser devorados por los peces. Aquellos cuerpos descomponiéndose en la arena no era visión grata para nadie. Fue un inglés llamado William Mark, que llegó a Málaga en 1816, quien decidió encontrar un espacio decente para el descanso eterno de su compatriotas. Era un hombre hecho a sí mismo que pasó de aprendiz de comercio a marino de la Armada británica y de ahí a Cónsul británico en el reino de Granada, amigo de Nelson y casado con su querida Emma Woodin, el amor de su vida. Tardó catorce años pero consiguió el cementerio que pasó a llamarse “Cañada de los Ingleses” Fernando VII le puso condiciones: no se podía construir templo, ni celebrar oficios. Recuerda que vivíamos tiempos de intolerancia religiosa e integrismo católico.
Mark realizó su sueño de convertir el cementerio en un jardín. Su estilo romántico los definen la desordenada disposición de plantas que acogen las tumbas armoniosamente. El terreno escalonado, en tres terrazas, es caprichoso e irregular, articulado por serpenteantes caminitos de tierra, y en él hunden sus raíces ficus, araucarias, jacarandas, palmeras, mimosas, falsos pimenteros, algarrobos, naranjos amargos, olivos y moreras, algunos de ellos centenarios.
Dispone de siete recogidos recintos en los que encontramos lápidas de personajes muy conocidos como el hispanista Gerald Brenan y su esposa la escritora Gamel Woolsey; Marjorie Grice-Hutchinson gran historiadora del pensamiento económico y Jorge Guillén poeta de la generación del 27.
Me impresionó el cenotafio de Robert Boyd, héroe liberal que luchó junto al General José María Torrijos. Se sabe que descansa aquí porque de ello se encargó el propio Mark, que rescató su cadáver de la playa de San Andrés en la que fueron ejecutados. Si tienes curiosidad puedes verlo en el lienzo de Gisbert, que representa ese fusilamiento, es el joven pelirrojo con chaleco de rayas amarillas y ojos cerrados, en la ampliación del cuadro es el joven de la izquierda. Boyd había sido oficial del ejercito inglés, participando en la guerra de independencia de Grecia. Se unió en Londres a Torrijos, aportando su joven corazón de 26 años y su fortuna a la causa liberal.
Bellísima la diminuta tumba de mármol blanco con una cruz celta incrustada en un círculo, simbolismo cósmico de la vida, y un nombre Violette. Nos indican que vivió un mes, y leemos ”ce que vivent les violentes” (lo que viven las violetas) la evocación de esta delicada flor simboliza la fugacidad de la vida y su extrema fragilidad.
Espectacular el túmulo “en la sagrada y querida memoria de Annie Plews” con un imponente ángel de mármol blanco y grandes alas, coronado con una estrella, que la acompañará al cielo que señala con el índice. Es una póstuma declaración de amor de su esposo que hizo tallar unas manos estrechándose tiernamente, y donde se lee “we partit to meet againt” (marchamos para volver a encontrarnos).
Después del paseo participé en los oficios de la acogedora iglesia anglicana de Saint George. La luz se teñía de mil colores a su paso por las vidrieras, y la música del piano se fundía con el cántico de los himnos transformándose en emoción. Alcancé un agradable estado de sosiego.