domingo, 30 de marzo de 2008

Estatira:una morronga de Angora










Estatira: una morronga de Angora.
18-05-2005


Siempre que puedo, me gusta acercarme a la biblioteca pública de Guadix. La persona que la tiene a su cuidado es Luis Muriel, un caballero culto, sosegado y de trato agradable, que recibe mis demandas con atención y les da respuesta con prontitud, lo que le agradezco de corazón. Compartimos una particular devoción por los viejos periódicos de la ciudad y deseamos ver terminado el proyecto de restauración de “El Accitano” y su posterior digitalización para que, de esta manera, sea accesible a cualquier persona interesada por las cosas del viejo Guadix. Me dijo que ya se ha iniciado el proceso de “cirugía reparadora” de las ajadas páginas que firmaran Requena Espinar y su entusiasta equipo de redactores. Y que se ha puesto en marcha el tratamiento de “Acci”, aquel periódico que nació mediado el siglo veinte y que dirigió con éxito Fandila Sánchez Leyva asistido por Juan Ruiz Ferrón como subdirector.
Me senté cerca de un balcón. Contemplaba el pésimo estado en que se encuentran el antiguo asilo, la iglesia de San Francisco y la casa contigua a la fachada del templo. Pensaba que es lamentable permitir que zonas cargadas de historia se caigan a fuerza de dejadez y abandono. Mis reflexiones se vieron interrumpidas por una escena que hacía muchos años que no alegraba mis ojos. Un enorme gato pardo hizo aparición sobre los tejados, no se de donde salió, pero sí lo vi andar por ellos con distinción, elegancia y esa parsimonia que tanto les caracteriza. Buscó un rayo de sol e inició una particular sesión de acicalamiento. Poco después la dio por terminada, se puso a cuatro patas, se movió como el bailarín Nacho Duato momento antes de salir a escena, y comenzó, de nuevo, su majestuoso caminar, de un ágil brinco se colocó en el campanario y por allí lo perdí de vista. Teniendo en cuenta el estado del barrio, debe andar por su cuarta vida.
¿Cómo se llamaría? Recordé que el escritor inglés T.S. Elliot en “El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum” dice que todos tienen tres nombres. El primero es aquel con el que lo nombramos a diario; el segundo es más especial para permitirle alzar su rabo vertical, atusarse los bigotes y mantenerse altivo; y el tercero lo elige él, nunca te lo confesará, es inefable e inescrutable. A mi hermano Willy le encantan los gatos, siempre ha tenido uno o varios y él añade que el nombre al que responden todos los mininos domésticos es el que pronuncia la puerta del frigorífico al abrirse, no hay micifuz que no se presente en la cocina cuando escucha esta llamada.
Recordé con especial cariño aquella preciosa morronga de Angora a la que llamó Estatira. Cuando debía realizar algún viaje largo me la dejaba. Era una gata independiente que enseguida tomaba posesión de mi casa y se paseaba por ella con su felino poderío. Tenia una pelambrera sedosa, larga y brillante y si me veía con el cepillo en la mano se acercaba para que se lo pasase suavemente, incluso se colocaba panza arriba para que no quedase ninguna zona por peinar y en ese momento ronroneaba. Tenía unos bellísimos ojos del color de las almendras dulces de mirada profunda y serena, en ocasiones se subía a mi regazo y nos quedábamos un buen rato mirándonos la una a la otra. De noche yo cerraba la puerta del dormitorio, y al momento estaba allí, pasaba su patita por la puerta, como queriendo llamar, hasta conseguir que la dejase pasar, entonces se acurrucaba en la alfombra, a los pies de la cama, y ya no había zapaquilda.
Intenté imaginar con qué gato de los que describe Elliot coincidiría el carácter del habitante del campanario de San Francisco. ¿Sería el temible Gruñetigre, el plomazo Ram Tam Tagger, el funámbulo Rampelzape, el sabio Deuteronomio, el prestidigitador Mr. Mistoffelees, el criminal Macávity, el pirata Morgan o el vividor Bástofer Jons?
Ya en casa busqué el precioso libro de poemas de Elliot, recordé la agradable velada que disfrutamos viendo la función del musical “Cats” en Madrid, y la que parecía una triste y lluviosa tarde de mayo se transformó en una deliciosa aventura en mi sillón de madre. Mientras pensaba en lo mucho que nos parecemos los seres humanos a los gatos, sentí la tentación de asomarme al balcón y maullar a la luna, pero me contuve.