martes, 2 de marzo de 2010

Guadix,la ciudad musumana y sus viviendas.



Guadix, la ciudad musulmana y sus viviendas.
Ana María Rey Merino.
2 de marzo de 2010.


Encontramos la ciudad de “Wadi-as”en las descripciones de Idrisi y de Ibn Aljatib. El primero era geógrafo y la alusión a nuestra ciudad la hace en el siglo XII, y habla de una villa de mediana extensión, ceñida por murallas, en la cual se negocia mucho, está provista de agua en abundancia, y hay un arroyo, nos informa que está en el centro de una hoya muy bien comunicada con Baza, Jaén, Granada y Almería por caminos importantes donde cita otros centros de población y ventas para caminantes. Ibn Aljatib es un polígrafo granadino, y llama la atención sobre las fortificaciones incomparables de la ciudad, sus acequias, recuerda la fama de uno de sus castaños en cuyo tronco cabía un tejedor y su telar, es una ciudad populosa, dice que en ella siempre había camellos, que era una mansión buena para los hombres y para Dios, ubicada en un buen sitio, rica, poderosa, con minas de hierro, canales, arroyos, cercanías verdes, excelentes viñas, buena leche y rica en cereales.
Como todas las ciudades hispano-musulmanas de la Edad Media, alrededor de la fortaleza está la medina que es el núcleo principal de población. Prima el concepto de intimidad frente al de colectividad, la carestía del suelo debida al crecimiento constante y el que esta se encuentre limitada por murallas supone el sacrificio de la anchura en las calles y plazas. En ella están las viviendas, la Mezquita, los baños públicos, la Alcaicería, la escuela, la judería, la sinagoga y la segunda muralla con sus puertas. Fuera de este recinto se ubica el cementerio o “Maqaber” (de donde viene la palabra macabro), en la Placeta Osario; el arrabal de los cristianos en La Magdalena y la “Xarea”, que era el lugar donde se hacían las rogativas y concentraciones públicas y que podría estar en donde convergen la calle San Miguel y la Carrera de la Cruces. En esta ciudad viven entre 6.000 y 10.000 personas que como hemos visto pertenecen a tres religiones diferentes, musulmanes, judíos y cristianos.



El tamaño de las viviendas es más bien pequeño, tan es así, que al llegar las tropas castellanas, utilizan dos e incluso tres para hacerse ellos una.
En general todas tienen una fachada muy pobre, de muros lisos, con algún pequeño hueco abierto en ellos y cubierto por una celosía de madera (que deriva de “celar” y significa esconder). Este exterior tan austero suele responder al espíritu religioso de que lo externo nada significa y que solo en el interior debe encontrarse lo digno de valor.
La mayoría tiene dos plantas, porque así se aprovecha mejor el solar y también para proteger más la intimidad del patio.
La puerta de entrada a la casa suele ser única, pequeña y de madera. Al igual que ahora su finalidad es preservar la intimidad de la vida familiar, y es el único elemento exterior en el que existe algún tipo de adorno. Da acceso a un pasillo estrecho, en recodo, de forma que desde la puerta nunca se ve directamente el interior, por el pasillo se llega a una de las galerías del patio.


Este es el centro de la casa, no sólo en sentido arquitectónico, sino porque en él se desarrolla la mayor parte de la vida familiar. Casi siempre es rectangular y las habitaciones abren directamente a él. El centro lo ocupa una alberca o una pequeña fuente. Es frecuente que en él se pongan plantas e incluso árboles. No faltan las flores que forman diminutos jardines (en árabe “riyad”, de donde viene la palabra arriate). Para evitar los tórridos calores veraniegos de Guadix, desde primeras horas de la mañana se riega abundantemente el patio y se cierran herméticamente las habitaciones para conservar el frescor de la noche.
Ocupando una cabecera del patio, con un arco amplio de entrada, esta la habitación principal. Esta sala es alargada y estrecha. En los dos extremos de la misma están las “qubba”, que en español dio alcoba. Son espacios con el suelo más alto que en el centro, (como una especie de pequeños escenarios) que pueden aislarse del resto de la sala mediante cortinas pendientes del techo, como en estas casas no hay dormitorios estos sitios cumplen su función. En la sala hacen vida las mujeres y la chiquillería de la casa. Allí reciben sus visitas, allí trabajan y allí descansan en uno de los extremos elevados que llenan de colchones y almohadones. En esta sala principal las mujeres celebran sesiones literarias, durante las cuales recitan sus poemas o leen los de autores o autoras conocidos, también organizan recitales de música, generalmente con laudes y flautas, y aprenden y enseñan a cantar canciones de amor (anexires) y bailes como la zarabanda. Es el harén, un lugar refinado y cómodo, porque estos andaluces intentan compensar la falta de libertad con el mayor lujo posible.
Otra habitación es la cocina, con una pequeña despensa adosada, comunica directamente al patio y no tiene otra ventilación. Sirve para preparar la comida que se hace en hornillos de barro en los que se quema carbón vegetal. Solo a veces un horno de leña permite la cocción de platos más complicados y también del pan. La primera ocupación matinal de la cocinera (tanto si es la dueña como la criada) consiste en amasar y hacer el pan necesario para el consumo de la familia. Si en la casa no hay horno se hace en uno público: el mozo de la tahona pasa por las casas a hora fija para llevarse la tabla en que están colocados los trozos de masa leudada, que llevan impreso, por medio de un instrumento de madera o de arcilla cocida, un signo distintivo y luego vuelve a traer el pan cocido, salvo el que el panadero se queda como precio por la cochura. Junto con el pan, la base de la alimentación más corriente es una serie de sopas espesas de harina, sémola y otras féculas, mezcladas o no con carne picada. Se hacen cabezas de cordero, albóndigas de carne, salchichas muy picantes, pescado frito, pinchitos de carne, hígado y corazón de cordero con manteca. En ocasiones especiales (fiestas, comidas con invitados, encuentros familiares), se complica la lista de viandas, y se preparan de antemano platos cubiertos de finas servilletas. Las comidas suelen terminar con buñuelos fritos en aceite y metidos en miel hirviendo, tortas de queso blanco, galletas, pestiños y otras mil golosinas, sobre todo una masa rellena de almendras, avellanas, piñones o granos de sésamo y con muchas especias, que debe de parecerse mucho al turrón actual. Como bebida emplean la leche y el agua perfumada con hojas de naranjo o de rosa. A base de distintas frutas y flores preparan jarabes (sarab) y arropes (rubb) de sándalo, menta, violeta, mirto, granada, limón, manzana, y dátiles. A pesar de la prohibición religiosa de beber vino su consumición es algo habitual.
Otra dependencia que se han encontrado en las casas hispanomusulmanas de Granada es el “tinajero”, pequeño espacio reservado en el patio, en el que esta la gran tinaja que contiene agua para uso de la vivienda.
Y el retrete que es pieza obligatoria de casi todas las viviendas, aunque también los hay públicos, y para el que utilizan los mismos eufemismos que nosotros al denominarlo, se le conoce como “el cuarto del agua” o “cuarto del descanso”, esta muy hábilmente dispuesto al final de un pasillo en recodo para aislarlo lo más posible del resto de la casa, y con puertas, a veces dobles, de incomunicación. Es un cuarto medianero con la calle y nunca con el patio (donde hemos dicho que se desarrolla la vida familiar y social). Consiste en una pieza rectangular, de piedra, con una abertura en el centro, colocada sobre una atarjea para facilitar la evacuación hacia el colector general, por aquí se eliminan las aguas sucias de fregar los cacharros de la cocina, de lavar la ropa y de fregar el suelo. En las paredes laterales se abren unos nichos en los que se sitúan los bacines(que hoy feamente llamamos orinales). Son de forma cilíndrica y de barro rojizo y algunos decorados con vidriado de color verde y pardo.
Si la casa dispone de dos plantas, a la alta se sube por una pequeña y empinada escalera situada en uno de los ángulos del patio. Esta planta suele estar reservada a las mujeres y es más utilizadas en invierno para aprovechar la luz y el calor del sol.
El mobiliario lo componen alacenas picadas en la pared, en las que se guardan platos, cuencos, ataifores, jarras, y otro menaje de loza vidriada, ollas de cobre, sartenes de hierro, almireces de madera y de cobre, así como cestos de esparto, manteles y servilletas, y cucharas de madera, que dicho sea de paso es el único cubierto que utilizan para comer las sopas y cremas, por lo demás siempre usan los dedos de la mano derecha que es la mano pura. Para beber disponen de algunas copas y vasos de vidrio. La composición del menaje la conocemos bien porque en excavaciones arqueológicas realizadas en La Alhambra han aparecido objetos de uso cotidiano con un tamaño diminuto, lo que nos dice que las niñas juegan a las “cocinitas” con preciosas reproducciones de barro vidriado que imitan a las de sus madres. La limpieza de estos enseres se realiza en barreños de barro. Hay en la despensa que hemos mencionado, tinajas en las que se conservan los encurtidos, la harina, la miel, el aceite, el vinagre, la carne conservada en manteca, en fin todo lo necesario para el año. Tienen mesas bajas, pequeños aparadores (marfaat) y escribanías de taracea.
Las arcas (tabut), los baúles y los grandes cofres son lo que sustituye a nuestros armarios. La ropa se guarda en ellos y se cierran con candados.
La mayoría de las casas no disponen de sillas, en su lugar grandes almohadones de cuero y bancadas de obra que se cubren con cojines de mil colores.
El ajuar de dormir consiste en un colchón o varios superpuestos, con sábanas, que suelen estar bordadas, colchas y mantas de lana o de paño. Y por supuesto, las almohadas.
En casi todas las casa tienen una rueca y un telar, además de agujas y dedales.
Los suelos se cubren con esteras de esparto o paja y sobre ellas alfombras de lana de colores muy vivos.
De los muros de las casas más pudientes cuelgan tapices de seda (una actividad económica y artesana muy extendida en esta zona) o de lana.
El alumbrado consiste en velas de sebo o cera, o en candiles de aceite, hechos de barro cocido o bronce. En las casas ricas se encienden por la noche arañas de bronce, con vasos llenos de aceite o bujías.
Los crudos inviernos de esta zona se combaten usando sencillos braseros de metal o barro cocido, en los que se quema carbón de leña. A ellas les gusta perfumar sus casas y en los braseros queman plantas aromáticas y ámbar azafranado. Alrededor del brasero permanecen las mujeres día tras día, porque el sitio de la buena mujer musulmana está en el hogar, no en la calle, lugar solo apto para las esclavas, las muy pobres, y las viciosas. Sin embargo las mujeres de Guadix son de costumbres más relajadas, se sientan en la puerta de sus casas y cuando hay alguna fiesta o con motivo de acudir a la mezquita para la oración obligatoria de los viernes, o a los baños públicos o al cementerio, se mezclan con los hombres. El propio Ibn-Al Jatib en un viaje que realiza a Guadix en 1347, por orden de Yusuf I, acompañado por un cortejo real dice: “Vimos estrellas que se apretujaban contra hombros, lunas llenas empujadas contra pechos, todo blanco como bandadas de palomas envueltas en sus mantos”, en referencia a las mujeres que les contemplaban con la cara descubierta. También salen el día de año nuevo y el primero de mayo a realizar rituales relacionados con la seda debajo de los morales.



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