sábado, 21 de junio de 2008

Muñecas recortables.



Muñecas recortables.
16.6.08

He hablado con mi sobrina Alba que acaba de cumplir cinco años. Mientras intentaba imaginar como será su sonrisa en este preciso instante, por mi cabeza pasan aquellos increíbles momentos en que la vi nacer y escuché su primer estornudo, porque esta preciosa criatura no lloró al nacer, solo estornudó, como una especial forma de comunicación en la que nos informaba que hacía frío en aquel paritorio y que necesitaba abrazos que le devolviesen el calorcito acogedor que había tenido durante tantos meses en la panza de su madre.
Recordé también el día que la bautizamos en el río Morollón de La Peza, con aquellas heladas aguas que nos dejaron los pies insensibles durante un buen rato. El hecho de que la rodease, durante sus primeros días de vida, tanta sensación de frío, ha hecho de ella, por contraste, una niña cálida, simpática, vivaracha, inquieta, despierta… Yo la quiero muchísimo.
La conversación que mantuvimos, me llevó a prometerle que, cuando venga a visitarme el mes que viene (porque ella reside en el sur de la isla de Tenerife) me sentaré con ella en la mesa de la cocina para jugar con las muñecas recortables que le he comprado para celebrar su cumpleaños.
Vendrá acompañada por su prima Zoe, una deliciosa criatura que es suave como un osito de peluche, simpática como un cascabel y tranquila como una pompa de jabón, menor que Alba y su inseparable compañera de aventuras.
Tengo entrañables recuerdos de mi infancia, en la que aquellas particulares criaturas de papel multicolor, me acompañaron, con las que tanto jugué, y deseo que Alba y Zoe tengan la oportunidad de vivir esa experiencia.
Las llamábamos genéricamente ” mariquitas”, nombre con el que las bautizó la Editorial Hernando en torno a 1920, ya que crearon a la maravillosa Mariquita. Estas muñecas recortables no pudieron escapar de la guerra y muchas desaparecieron para siempre en los bombardeos, como ocurrió con las de esta editorial, y otras participaron activamente de un bando o de otro como soldados o enfermeras. En la posguerra fue un recurso muy económico para llenar a las niñas de ilusión y fantasía. Y sin duda se situaron como de los juguetes más populares de las niñas de los 50, 60, 70 y 80, que se aproximaron a ellas de la mano de sus madres de generación en generación.
En una de los múltiples cambios de domicilio que he vivido, perdí una preciosa caja con valiosísimos tesoros, y especialmente echo de menos tres muñecas de cartón grueso que se podían mantener en pie gracias a un ingenioso soporte, el extenso vestuario del que disponían se fijaba a su cuerpo con coloridas hebras de lana que combinaban a la perfección con cada prenda. Cuando cierro los ojos las veo con total nitidez, e incluso recuerdo que, la de la media melena morena, se llamaba Bonny.
Mis sobrinas y yo, tijeras en mano, procederemos a desprender a las muñecas de la cárcel que supone la superficie plana de la cartulina en que están imprimidas. Lo mismo haremos con todos sus vestidos y complementos. Ya he buscado unas cajas de puros que he forrado con recortes de fotografías en color de los suplementos dominicales de los periódicos, un pincel y un bote de cola blanca. Esa será la nueva casa de las muñecas que tomaran vida en breve. Decidiremos cuales serán sus nombres, las situaciones que deberán afrontar nuestra nuevas amigas, cómo serán sus relaciones sociales y de qué manera vivirán.
Tengo el convencimiento de que las muñecas recortables saben que son tan importantes cómo las muñecas de tres dimensiones porque nos han servido, a las niñas de varias generaciones, para desarrollar toda la imaginación de una manera creativa y económica. Y estoy persuadida de que a fuerza de dormir entre las páginas de muchos libros de historia, se incorporarán a ella aun sabiéndose sencillas y frágiles como el papel que les da vida.
Hagamos que estas criaturas que han formado parte de nuestra vida, de nuestro aprendizaje, que nos han acompañado en la salud y la enfermedad, en las alegrías y las tristezas, sean conocidas por las nuevas generaciones, dejen de ser invisibles y recuperen el protagonismo que no debieron perder.

La nana más bella



La nana más bella.
9.3.2003.

En una de las paredes de la casa que mis abuelos tienen en la playa hay un póster en el que se ve a un hombre joven con un bebé. La criatura duerme plácidamente, su cabecita reposa sobre el pecho del que parece su papá, y la serenidad de su rostro indica que el latido rítmico de aquel fuerte corazón, es la nana más bella que nunca ha escuchado.
Tengo la página recortada de alguna revista, en la se ve el torso desnudo de un musculoso varón, tiene los brazos cruzados y sobre ellos un niño de un par de meses. Las grandes manos lo sujetan con contundencia y seguridad, pero el dulce sueño del niño nos dice que también lo hace con ternura.
Están emitiendo por televisión un anuncio en el que se ve a una pareja con un niño sentados alrededor de la mesa de la cocina mientras comen. El pequeño le pregunta al hombre si, aún no siendo su verdadero padre, haría cualquier cosa por él. El adulto contesta afirmativamente con una sonrisa y el chaval le quita el plato de pasta que se estaba comiendo, provocando una simpática situación.
El hecho de que la publicidad, que no es ni más ni menos que un conjunto de estrategias comerciales para vendernos un producto, utilice estas imágenes nos indica que algo ha cambiado en nuestra sociedad. Afortunadamente los hombres se han dado cuenta de lo mucho que se estaban perdiendo por no participar activamente del cuidado y de la educación de sus hijas e hijos.
Mi padre nos ha dedicado la mejor parte de su vida y de su tiempo. Cuando los padres de mis compañeras de colegio estaban jugando su partida de cartas o de dominó, mi padre nos ayudaba a hacer los deberes del día siguiente, aprendió inglés para poder ayudarnos porque él había estudiado francés, tuvo que aprender la teoría de los conjuntos, y para colmo se tuvo que actualizar con aquello de los sintagmas nominales y predicados. Recuerdo su paciencia cuando nos sentaba a los seis en aquella enorme mesa camilla y mientras la pequeña coloreaba sus cuadernos de preescolar, a mi me ayudaba con las integrales y las derivadas de las matemáticas de COU. Pero también nos enseñó a nadar, a andar en bicicleta, a patinar, a esquiar, a montar a caballo, a respetarnos, a querernos, a ayudarnos. Cuando los mayores queríamos mandar abusivamente sobre las pequeñas, él siempre nos recordaba que para poder mandar primero hay que saber obedecer, y que nunca debíamos obligar a nadie a hacer algo que nosotras no pudiésemos o no estuviésemos dispuestas a hacer. Entre mi madre, a la que adoro, y él han sabido poner amor y disciplina en aquella menuda tropa. Hoy somos, todas y mi hermano, adultas pero seguimos necesitando volver a casa en busca de la seguridad que ellos siempre nos han dado.
Mis hijos también han tenido la suerte de poder disfrutar de un padre, que como él mismo se define en ocasiones, es una madre. Un hombre que los quiere, que los cuida, que les da seguridad y que no solo no fuma en pipa, sino que además les mima. Le veo como si hubiese sido ayer bañándoles, a pesar del miedo que le daba que se le pudiesen escurrir entre las manos; sacándoles de nuestra habitación las noches de insomnio para que no me despertaran y acercándoles a mí solo si era hora de darles el pecho; metiéndose en la cocina y haciéndoles esas comiditas ricas- ricas que solo él sabe preparar y por las que recibe la ovación que termina “papá has triunfado como los Chichos”. Ahora que son mayores se sientan los tres delante del ordenador para investigar nuevos programas y prestaciones y me encanta verles juntos.
A todos los que estéis embarcados en la maravillosa aventura de ser padres responsables, felicidades. A los que no, no sabéis cuanto lo siento, porque vosotros os lo estáis perdiendo.

domingo, 15 de junio de 2008

Córdoba te espera si tu destino es llegar a ella.










Córdoba te espera si tu destino es llegar a ella.
10 de junio de 2008

La semana pasada estuve en Sevilla varios días por cuestiones profesionales. Combiné trabajo y placer. Pasear las orillas del Guadalquivir, bellísimo al caer de la tarde primaveral y callejear por los barrios de Santa Cruz y El Arenal, es una invitación a relajar la mente y a chequear los sentidos. En el barrio de San Bernardo dediqué una tarde a la lectura, en los Jardines de la Buhaira, sentada en un banco frente a la enorme alberca rebosante de agua limpia y tranquila, y a la sombra de una espectacular jacaranda cuajada de flores de color lila que desprendían un suave y dulce aroma parecido al jazmín. El libro que saqué de mi bolso era “El laúd de los pacíficos” de Antonio Enrique.
Como “Los suavísimos desiertos” ha sido publicado por la Editorial Alhulia, dentro de la colección Mirto Academia, en la que se dan cita obras de los y las escritoras que pertenecen a la Academia de las Buenas Letras de Granada. Es un ejemplar manejable y adecuado para quienes tenemos la mala costumbre de llevar siempre un libro a mano, aunque estemos fuera de nuestra casa.
Sabía que al abrirlo entraría por las puertas de Córdoba, Antonio me había adelantado que La Perla de Occidente, como la llamó la abadesa mística Hroswitha en el siglo XI, era la protagonista indiscutible. Él llegó a su antigua estación de ferrocarril, por primera vez, en 1982, y ya entonces le atrajo. Volvió en varias ocasiones, y fue irremediablemente seducido, de tal manera que en 1990 volvió para escribir un bellísimo libro de poemas “La Quibla”, que sin duda ha de ser de lectura obligada para quienes visiten la Mezquita, y para quienes participen del concepto “encuentro de civilizaciones”
Me descubre que Córdoba es ascética, ingrávida, dolorida, esplendorosa, solemne, imperturbable, asesina, inmortal… Que” es un hombre, pero no un hombre cualquiera, sino un hombre que le gusta ser mujer, y una mujer que quiere ser hombre: un arcángel” Es por ello que deslumbra como un paraíso en llamas.
Pienso que el mismo río que lame las orillas de Sevilla ha pasado bajo el cordobés Puente Romano, e inicio la navegación hacia él. Antonio Enrique me enseña la Mezquita; los grandes gineceos que son los conventos de santa Clara, santa Marta, santa Inés… Me susurra la historia de los camerinos con celajes de oro en los techos en los que se viste a las princesas del Bosque sagrado, a las diosas madres del Mayor Dolor, de las Lágrimas, de la Amargura… Baja más el tono de su voz y me cuenta cosas del culto a Isis… De su mano recorro el mágico trayecto de las siete iglesias góticas mudéjares que comienza en la Fuensanta y así me muestra la ciudad griálica de los caballeros del Temple…
Está anocheciendo, y en ese preciso instante llego a la Plaza de los Capuchinos donde encontramos el Cristo de los Faroles, de extremada sencillez y belleza que invita a recogerse por un momento incluso a quienes somos gentes de poca fe…
Mientras se suceden las páginas del libro, Antonio me cuenta las historias del singular Ziryab, que aprendió hasta catorce mil canciones, por el particular método de escuchárselas a los mismísimos ángeles, mientras soñaba. Luego las interpretaba con su laúd, representante inequívoco de la concordia, y que se convierte en la metáfora de Córdoba.
Me invita a reponer las fuerzas perdidas por este evocador paseo, en las típicas tascas cordobesas, y a mí se me hace la boca agua solo de pensar en un plato de rabo de toro al que acompañe una buena copa de vino tinto, y mi mente me lleva Las Beatillas, donde se rinde honores a Manolete… Y cierto es que cenando allí, hace unos meses, me encontré con buenas gentes de Guadix que pertenecen al Colectivo Sustari, con quienes viví la noche cordobesa, supongo que fue la magia de la ciudad.
Córdoba te espera si tu destino es llegar a ella, y si emprendes el camino, te invito a leer “El laúd de los pacíficos”, tu visita será inolvidable.
Abandoné el delicioso parque de La Buhaira cuando lo inundaba esa espectacular claridad que nos deja el sol, como regalo, desde que se pone hasta que nos envuelve la noche, y recordé los versos que Antonio Enrique escribió en el poema XIX de La Quibla: Y una paz parecida a un gran arpa/ que Dios tañese con las yemas de sus astros esparcidos/ viene a mí, para que no sea mía, sino nuestra.

jueves, 12 de junio de 2008

El sol sonreía detrás de una nube.


EL SOL SONREÍA DETRÁS DE UNA NUBE.
10.3.2002

Sonó el despertador. Siempre que oía aquel desagradable sonido pensaba que era el último día, hoy encontraría un momento para comprar uno melodioso, en realidad le gustaría que reprodujese el trinar de un ruiseñor... Mientras esta idea circulaba por su cabeza (recién llamada a la realidad) su cuerpo se desperezaba y a regañadientes abandonaba el calor, tan especial y rico, que tienen las camas a primera hora de la mañana.
Magdalena cogió la bata que tenía sobre la descalzadora y caminó hasta la ventana. Subió la persiana y miró a través del cristal. El cielo tenía un color gris plomizo pensó, que al igual que ella, el día estaba de mal humor. En cualquier momento empezaría a llover y ella a llorar. Abrió la ventana y mientras comprobaba que Don Pedro Antonio de Alarcón seguía meditando sobre el invierno en el parque que lleva su nombre, entró una bocanada de aire cálido. Deshizo la cama y salió del dormitorio.
En la cocina buscó su cafetera, pocos cacharros de los que se almacenaban en esa dependencia le eran tan queridos. La llenó de agua, puso cuatro cucharadas de café molido, pero antes de ser depositado en el recipiente pasaron una a una por delante de su nariz, ¿por qué le resultaba tan agradable el olor del café?.Encendió la vitrocerámica y colocó en ella su precioso tesoro.
En el cuarto de baño se paró delante del espejo, acercó su cara a él y encendió las luces del tocador. Con el dedo índice de su mano derecha recorrió todo el contorno de su rostro. Se paró en las pequeñas arruguitas que empezaban a señalarse alrededor de sus ojos, debían ser las tan temidas patas de gallo. Realmente a ella nunca le había preocupado, sabía que las suyas eran producto de la felicidad y de los muchos momento de risas y sonrisas que allí habían dejado su huella. Dibujó el perfil de sus labios, le gustaba sentir la suavidad de la piel, cuanto más lentamente pasaba el dedo sobre ellos más agradable era la sensación. Se apartó del espejo, se quitó el pijama y se metió en la ducha. La estancia se llenó en dos minutos de una cálida bruma. Alcanzó su albornoz y se envolvió en él. Sobre el pelo mojado se colocó una toalla como si de un turbante se tratara. Dejó el baño y volvió a la cocina, el aroma del café la llamaba con un grito más silencioso pero mucho más poderoso que el de Tarzán en la selva.
Encendió la radio y mientras escuchaba las noticias de las siete de la mañana, preparaba unas tostadas de mantequilla y miel. Se sentó en la silla muy relajada y comenzó su desayuno. Sobre la mesa estaban el café, la leche, el azúcar, el pan, la mantequilla, la miel, un vaso de agua y cuatro cajas de pastillas.
Sobre sus mejillas corrían lentamente dos grandes lagrimones. Ella quería ser feliz, intentaba ignorar el problema, pero tres veces al día las pastillas le recordaban que las cosas habían cambiado. Se volvió y vio como las gotas de lluvia golpeaban el cristal. El día compartía su pena y solidariamente lloraba con ella. Tomó una a una aquellas cuentas blancas, rosas, azules y amarillas con la fe de poder reconstruir el collar de su salud.
Volvió al dormitorio, se quitó el albornoz, extendió crema por todo su cuerpo, en un determinado momento se estremeció, respiró hondo y siguió. Se vistió. Antes de terminar de abrochar su blusa abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó una cajita. Se sentó en el borde de la cama. La abrió, miró su contenido y volvieron a circular por sus mejillas dos grandes lagrimones.
¿Por qué le había tocado a ella?. Solo tenía veintinueve años. Solo hacía dos años que había sacado las oposiciones. Era médica, se había especializado en medicina interna y le encantaba su trabajo. ¿Cómo no lo había sospechado antes?.
Había estado tan ocupada que se le olvidó pasar sus revisiones médicas. Se encontraba tan bien... nunca le dolió nada, no había tenido ni una gripe, ni un dolor de cabeza, ninguna molestia... ¡estaba tan bien y tan contenta! ¿Por qué la había escogido a ella?
Cuando por su cabeza pasa el momento del diagnóstico, nota un frío helado que la recorre desde el cabello hasta los pies. Si piensa en el hospital en el que la trataron siente náuseas... Gracias que Elena, aquella voluntaria tan agradable la había acompañado en cada momento... Su mano y su serenidad le dieron tanto consuelo...
Se dirigió al espejo, se quitó la blusa, desabrochó el sujetador y miró. Allí estaba. Aquella tremenda cicatriz que cruzaba su pecho desde el esternón hasta la axila. No pudieron salvar la mama. Le temblaban las manos y sus ojos seguían derramando lágrimas. Se limpio la cara, movió la cabeza en un intento de alejar de ella tanta derrota y tanta tristeza.
¿Acaso ella era solo un pecho?. ¡No, ni mucho menos!. Era una persona. Era inteligente, era trabajadora, estaba llena de vida, tenía mucho por lo que luchar y mucho que ofrecer. ¡No, esta enfermedad no iba a poder con ella!. ¡Ella era mucho más fuerte que el cáncer y no se iba a rendir sin batallar hasta el último instante!. Se puso el sujetador, cogió la prótesis, se la colocó, la ajustó bien. Después su blusa, el color verde hacía juego con su ojos. Abrochó cada botón y después se miró de perfil. ¡Estaba estupenda! Se acercó a cerrar la ventana y vio como el sol le sonreía y le guiñaba el ojo escondido detrás de una nube de color rosa, las campanas de la Catedral repicaron dándole los buenos días. Ella se subió a sus tacones, se envolvió en una ola de su perfume favorito y se pintó los labios.
Sacó un pequeño paquetito envuelto en plata con lazo rojo del cajón de su cómoda. Era un detalle para su amiga Elena. Hoy comían juntas y aunque nunca podría pagar su apoyo, su cariño, su ayuda, su solidaridad, su consejo... necesitaba demostrarle que la quería y que era muy importante en su lucha y en su vida.
Salió de su casa y tras ella quedó una estela de fuerza y determinación.

miércoles, 11 de junio de 2008

De mí para tí.





De mí para ti.
15 de febrero de 2006.

En las ocasiones que me ves destrozada, incapaz de controlar las emociones que se desbordan por mis ojos en forma de lágrimas, y que en el año que se ha ido han sido demasiadas, me miras, me abrazas, me das tiempo y dejas que la tranquilidad vuelva sin prisa a mí. Con un abanico de caricias luchas contra los miedos que habitan mi vientre y mis axilas y vas barriendo los afectos pegados a mi sangre, así los veo irse resignados al lugar de los recuerdos, donde deberían haber estado ya hace meses, si yo no me hubiera aferrado a sus pliegues como me envuelvo en mi capa durante los paseos en las gélidas noches de invierno.
Insistes en que escriba después de cada crisis porque estás convencido de que con ello hago un exorcismo a mi sufrimiento, le doy cuerpo y lo digiero. Quizá tengas razón.
Con la última pena me dijiste que cuando te mueras deberé escribir algo bonito. Dudo que yo te sobreviva, ya conoces el rumbo que lleva mi frágil salud de hierro, y por otra parte sabes de mi afición a decir las cosas a la cara, así que quiero hacerlo hoy.
Es mucho el camino recorrido desde aquel encuentro en el parque en el que tu tenías las manos ocupadas con un ramo de lirios. De aquellas llamadas telefónicas que, ayer como hoy, empiezan con un alegre ¡hola chica!. De aquel espectáculo multicolor del castillo de fuegos artificiales en el cielo de tu ciudad. De la emoción compartida escuchando las canciones de Olga Manzano y Manuel Picón. De la pequeña letra de oro con que empezaste a escribir mi nombre…
Te aseguro que no me conformaré nunca, ni te daré la felicidad de la resignación, sino esa felicidad que duele, la de los elegidos, la de quienes pueden abarcar la infinitud del cielo con sus ojos, y cargar con el peso de mil constelaciones en sus brazos.
Admiro tanto tu fortaleza, tu serenidad, tu ternura, tu solidaridad… Me gusta saberte amigo, compañero, amante… No le tienes miedo a la entrega, ni a proclamar tu derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos. No desertas de la cocina, ni de los pañales de los niños, ni de las tareas domésticas y esto te convierte en una suave y refrescante brisa que se lleva lejos las debilidades que por siglos han mantenido distanciados a hombres de mujeres. Cada mañana bebo toda la luz en mis ojos, abro las ventanas para que el sol se coloque entre mis pechos y te busco para decirte que no hay lluvia torrencial que pueda borrar tu nombre de mi piel.
Cuando estoy lejos, froto mi corazón como si fuera la lámpara mágica del cuento, esperando que te traiga a mí, todo entero, como eres, con tus sistemáticos noes de entrada que luego negociamos, con la dulzura de tus palabras, con tus rabias, con tus suaves manos, con tu “me voy a acostar ahora mismo”, con tus inquietantes silencios …con tu amor redondo y definitivo como la curva del mundo.
Cuando estás cerca me gusta tomarte de la mano y salir a pasear dejando que nos invada el ambiente ruidoso de la ciudad. Deseo compartir ideas, proyectos, preocupaciones, alegrías, dudas… porque tu maravillosa capacidad de escucha y tu equilibrio me producen gran confianza.
Me quieres sin etiquetarme, respetando el aire que respiro, mi espacio, mi tiempo, alimentas mi espíritu para verme crecer, encuentras la verdad cuando mis ojos se cruzan con el color de almendra de los tuyos, y estimulas constantemente mi sonrisa.
Anoche me costó conciliar el sueño. Recordé como duermes a mi lado, como cuando Morfeo te abraza suavemente te evades a esa región donde mutuamente nos privamos de la palabra. Me conmuevo al verte así, protegido por las sábanas, con tanta paz, tan enigmáticamente encerrado en tu cuerpo. Acerco mi rostro a tu pecho y escucho el corazón, fuerte, rítmico, sereno, profundo… Entonces noto que esa música seda mis músculos y mi mente, pronto cerraré los ojos, pero antes imagino que quizá te despiertes y al verme, pienses como yo estoy pensando, es posible que me imagines dándome un baño de luna mientras intento atrapar esa estrella fugaz, y me quieras alcanzar tocándome, sacándome del silencio absoluto, acercándome a tu lado, hacia ese amor que nos dio el sueño. Me preguntarás otra vez qué es el amor y te contestaré con las palabras del poeta: un deseo en parte terrenal en parte santo, lo que no sé escribir cuando te canto, lo que sé sentir cuanto te veo.

Toda mujer debe tener...








Toda mujer debe tener…
15.3.05.

En ocasiones nos planteamos la importancia de “ser” y surge el eterno debate entre el ser y el tener a que nos vemos abocadas en esta sociedad consumista en la que vivimos.
Sobre el asunto hablábamos un grupo de amigas y concluimos que es imprescindible que las mujeres, además de ser un todo en nosotras mismas y no la mitad de otro, deberíamos poseer algunas cosas que conformarían el equipaje de nuestras vidas.
Consideramos fundamental haber tenido un primer amor, que cuando pasan los años se convierte en un viejo amor, al que podamos regresar en nuestros sueños… y otro, que nos permita comprender lo lejos que hemos llegado.
Cuando hablamos de sentimientos, las mujeres nos dejamos atrapar con gran facilidad por los afectos, porque nos enseñaron que eran para toda la vida, por eso es muy importante que adquiramos habilidades que nos proporcionen el valor necesario para alejarnos cuando al fin nos damos cuenta de que no nos aman.
Lógicamente tomar decisiones tan trascendentales exige que dispongamos de la libertad económica para marcharnos y alquilar un lugar propio, incluso si nunca llega a ser necesario.
Es importante contar con una etapa de juventud que dejar atrás con gusto, de tal manera que no revivamos esos días de nuestra vida con nostalgia, porque no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor.
En contra de lo que defienden personajes “del colorín” para las princesas, cualquiera de nosotras ha de tener un pasado suficientemente rico en experiencias, como para saber lo que queremos y para poder ser contado cuando lleguemos a una edad avanzada.
Y es precisamente la certeza de que llegaremos a ser venerables ancianas, por lo que acumularemos el capital necesario para no depender de nadie, y que por ese patrimonio los parientes nos mimen:“por el interés te quiero Andrés”. Para ello nos buscaremos un trabajo que, de ser posible, nos resulte creativo y satisfactorio, y si no es así nos conformaremos, provisionalmente, con lo que se ponga a nuestro alcance, al fin y al cabo el trabajo dignifica (aunque tengo una amiga a la que no le gusta su empleo y termina la frase “y hace rico al patrón”).
Es una ayuda inapreciable, para gozar de buena vida, contar con la amistad de alguien que siempre nos haga reír… y de alguien que nos acerque un hombro para permitirnos llorar a moco tendido cuando nos sentimos tristes, abatidas e impotentes.
Una vez resuelto el tema de las posesiones en lo afectivo y lo pecuniario, debemos dilucidar la necesidad de otras posesiones que pueden ser transcendentales en nuestra vida, y que a pesar de su apariencia puramente material nos ayudarán a crecer como personas
Es el caso de la caja de herramientas con taladro, tacos, alcayatas, cáncamos, destornillador, martillo… para colgar en las paredes de casa lo que nos dé la gana, donde deseemos y con la simetría que nos apetezca.
Adquiriremos un hermoso mueble que ocupe el espacio más fantástico del hogar, es importante que en él se refleje nuestra personalidad y que no haya pertenecido a nadie de la familia.
Dispondremos de vajilla y cubertería, para al menos ocho comensales, un bonito juego de copas y la receta para preparar una cena que se convierta en la excusa perfecta para sentirnos felices compartiendo una velada de agradable charla en buena compañía.
Un álbum de fotografías, una caja llena de viejas cartas, libros en los que refugiarnos sintiéndonos seguras, música con la que dar rienda suelta al deseo de movimiento corporal y películas románticas e intrascendentes para tumbarnos en el sofá, forman parte del inventario.
Para los momentos de crisis necesitamos unas delicadas tazas de porcelana para verter el chocolate espeso y caliente, y una barra de labios.
Camisones de tejidos suaves que nos acaricien el cuerpo durante la noche, cuando al fin llega el merecido descanso, sábanas de algodón que huelan a limpio y toallas como nubes, harán nuestra vida más agradable.
Y como complemento debemos poseer una dirección postal o electrónica para recibir y enviar palabras de aliento; una rutina del cuidado de la piel, un plan de ejercicio y un proyecto para afrontar aquellas facetas de la vida que no mejoran cuando se supera la barrera de los treinta años. Finalmente, y rodeadas de nuestras cosas, nos emplearemos con entusiasmo en aquellos aspectos que sí mejoran cuando tienes “taitantos”, con el objetivo de respetarnos, querernos y ser felices.

martes, 10 de junio de 2008

Palabras que cabalgan en miradas





Palabras que cabalgan en miradas.
5 de junio de 2007.

Vivimos tiempos de prisas, de querer reducirlo todo a la mínima expresión, exigimos poder realizar cualquier cosa en el acto y con el mínimo esfuerzo, y apenas prestamos, a cuanto nos rodea, un instante de atención.
En según qué circunstancias esto es algo reprobable, por ejemplo a la hora de preparar un buen arroz en el fuego, cuando se besan los labios que se aman, cuando se cuida a la carne de tus entrañas…Sin embargo no seré yo quien condene todo lo efímero al ostracismo, por el contrario hoy quiero hacer una defensa a ultranza de las cosas que duran poco.
Para empezar creo sinceramente que lo efímero puede ser infinitamente duradero: por ejemplo esos segundos en los que, dando de mamar a mis hijos, me miran seguros y satisfechos, y esa breve mirada forma parte para siempre del tesoro de emociones que sostienen mi vida.
La lectura de un artículo, sobre la cuevas de nuestra ciudad, en un suplemento dominical, hace que un fotógrafo vasco revuelva Roma con Santiago para localizar mi número de teléfono, y se plante en Guadix para que le guíe por mis rincones favoritos entre cerros y veredas. Así conservo instáneas que fijan una sonrisa a una dorada puesta de sol.
Quizá no puedan ver nuestros ojos bellezas naturales tan espectaculares como el brillo de una estrella fugaz en la noche oscura de nuestro cielo, o los impresionantes colores del arco iris después de la apabullante tormenta. Y es ese preciso instante, un abrir y cerrar de ojos, lo que hace que esas visiones sean tan entrañables, y que se queden impresas en nuestra memoria, aunque recibamos ese regalo de la naturaleza una sola vez.
Si hay algo que me seduce es pensar que, cuando nado en el mar, cada ola que supero o me supera, es única e irrepetible y que después de tocarme se desintegrará en la orilla, al abrazo cálido de la arena tostada por el sol. De igual forma no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, porque en la segunda ocasión el agua del primer baño estará cerca del mar.
Que lo efímero es fascinante se verifica en la cantidad de tiempo que debo invertir cuidando mi plantación de bulbos de freesias, para que en un abrir y cerrar de ojos se abran las flores, y mucho antes de lo que yo quisiera, se sequen y se desintegren, permaneciendo solo en mis recuerdos su formas de campalilla, sus brillantes colores y su dulce aroma. Pero esos días de deleite compensan sobradamente el esfuerzo.
Me maravilla la cantidad de información que procesa nuestro cerebro con una brevísima pasada por el cuerpo de la persona que tenemos enfrente, en segundos tomamos opinión y decidimos si formará parte de nuestros amores o de nuestros odios.
He de reconocer que siento una envidia, no sé si sana o malsana, de las luciérnagas, esos insectos coleópteros de cuerpo blando en el que las hembras carecen de alas pero están dotadas de un órgano fosforescente, admiro en ellas que, siendo seres diminutos, alcancen a brillar con una intensa luz propia. Y ese sentimiento se agudiza más cuando escucho al poeta guatemalteco Raúl González decir que la poesía es una concentración de luciérnagas capaz de iluminar el mundo. Toma como ejemplo estos versos: cuenta tus noches por estrellas, no por sombras/ cuenta tu vida por sonrisas, no por lágrimas/Y para tu gozo en esta vida/ cuenta tu edad por amigos, no por años.
Y es ahora cuando tomo conciencia de que todas mis palabras forman parte de lo efímero. Es verdad que en sí mismas son bellas, sonoras, contundentes, sutiles, evocadoras, provocadoras, inútiles… pero siento una atracción fatal por las muchas posibilidades de transmitir ideas que ofrece sumar unas letras con otras, y he de reconocer que me atraen su misterio y su esencia. Son capaces de provocar un pestañeo en tu pensamiento, de darle una vuelta de rosca a tus emociones, de transformar el color del instante en que me lees, y creo que es por eso por lo que sigo escribiendo letras negras sobre fondo blanco.
En cualquier caso, lo duradero debe ser el optimismo, la esperanza, la lealtad, la curiosidad, la amistad, el amor… esta palabra solitaria cabalgando en una mirada, que es efímera en su pronunciación, pero imprescindible para que sintamos la esencia de nuestra vida. Y así, aunque buscamos lo eterno, no podemos evitar dejarnos seducir por lo efímero.

Regalo abrazos


Regalo abrazos
1 de abril de 2007.

En el año 2001 se creó un movimiento llamado “Free Hugs”, que ha causado furor en el mundo y que en España se ha materializado en “Abrazos gratis”. El responsable de la globalización de este movimiento fue un video colgado en “Youtube”, y tal ha sido su fortuna que la idea la ha hecho suya una compañía de telefonía para convertirla en el tema central de su campaña publicitaria.
El abrazo es una forma de comunicación sensorial de las más potentes y poderosa que existe, es una forma de expresarnos cuando no tenemos palabras. Abandonarse por un instante en los brazos de otra persona, sentir la calidez de otro ser, percibir los latidos del corazón, intercambiar energía emocional en el contacto, es tan gratificante que resulta difícil resistirse a la experiencia. El abrazo esta dotado de una serie de poderes especiales que le permiten deshacer la soledad y derrotar el miedo. Y además posee valores que lo hacen atractivo para las personas más exigentes, porque es democrático, ya que toda persona es candidata para un abrazo; se adapta a la economía de mercado del mundo globalizado, porque con escasos costos produce altos beneficios; y es ecológico porque utiliza energías renovables que no lastiman al medio ambiente.
Necesitamos cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para mantenernos, y doce para crecer. Pero anda por el orbe mundial gente tan extraña que, ante el temor a experimentar sensaciones satisfactorias que pudieran generarle dependencia, se niegan a dar y recibir esa recompensa emocional. Si a esto unimos que cada vez estamos más aislados, aunque las comunicaciones con teléfonos móviles y conversaciones por ordenador nos den la falsa impresión de estar en permanente contacto con otros seres, comprobamos que el cuerpo a cuerpo empieza a convertirse en artículo de lujo. Además en nuestro mundo occidental los hombres lo tienen más crudo porque por cada uno de ellos que toca a otro hay cinco mujeres que tocan a otra, lo que quiere decir que nosotras nos permitimos expresar la necesidad de contacto, y lo damos y pedimos cuando lo precisamos.
Para compensar esta carencia mantenemos unos escenarios sociales autorizados que cada día disponen de más adeptos y adeptas: los salones de baile y las discotecas. Ya los conocían las generaciones que nos precedieron, y que encontraron en las verbenas populares o los bailes del liceo, el espacio en el que propiciar el acercamiento.
Los bailes tienen sus normas. Para acceder a una mujer (antes) o a un hombre (ahora), solo hace falta que la música suene, y pedir el consentimiento a quien despierta nuestro interés. No es preciso presentaciones previas, ni siquiera es necesario conocerse, y si hay acuerdo el contacto físico está socialmente permitido. Mediando la música las distancias corporales que imponen la normas sociales que respetamos, sin que nadie nos obligue a hacerlo, se traspasan. Fíjate cuando estés en la cola del banco como entre unos y otros siempre hay un espacio, y si alguien se aproxima más de lo que estimamos conveniente, retrocedemos para mantenerlas. Lo mismo ocurre cuando esperamos para subir al autobús o cuando estamos en la barra de un bar, las distancias demasiado cortas invaden nuestra intimidad y, para marcar el territorio inviolable, utilizamos gestos tan evidentes como cruzar los brazos sobre el pecho, colocar una pierna delante de la otra, o girar completamente la cabeza, si la invasión es total podemos llegar a darnos la vuelta para ofrecer la espalda como reivindicación de nuestro espacio vital. Ahora proliferan los establecimientos en los que se imparten clases de baile, que son la excusa perfecta para conocer gente, para adquirir una cierta técnica, y para propiciar el contacto físico que nos es tan necesario como respirar. Si a las sensaciones que provocan los abrazos, le unimos un leve balanceo al ritmo de la música de fondo, el placer que se experimenta es inmediato y además provoca una maravillosa sensación de plenitud y libertad.
Hoy me encuentro rumbosa así que voy a darte una formula secreta para que te sientas bien. Invita a tu pareja a dar un paseo por el parque Pedro Antonio de Alarcón, o el de Sustari, o el Vivero, aprovechando la maravillosa Luna llena de abril; entra en contacto con las energías telúrica y cósmica, te permitirán recuperar el equilibrio interior; cuando escuches el rumor de la brisa, libérate de prejuicios y regala un intenso abrazo a tu pareja, que sea largo sincero, cálido, íntimo... Comprobarás que hay pocos momentos que sean tan placenteros y beneficiosos para tu cuerpo y para tu alma.

!No se entra en el Infierno después de haber pisado el Paraíso!


¡No se entra en el Infierno después de haber pisado el Paraíso!
3.10.2007

El Patronato de la Alhambra ha abierto las puertas del Generalife para que lo visite la ciudadanía de Granada. Es su forma de agradecer el apoyo recibido por el monumento que corona la colina Sabika. No tendría nada de particular si no fuese porque las visitas eran nocturnas, y esto sí es una innovación. Normalmente a los jardines se accede de día, con la excepción de las noches que acogen espectáculos del Festival de Música y Danza en el anfiteatro. Subimos aprovechando una cálida noche de Luna llena.
Siete siglos de historia convierten a estos jardines en los más antiguos de occidente. Para mí, desde esa noche, el Generalife es el escenario preferido de mis sueños.
Su nombre viene de Yannat al- Arif, así lo llamaba Ibn al-Jatib. Es una denominación que se suele traducir como Jardín del Arquitecto, un claro simbolismo entre poético y religioso que alude a Allāh como hacedor del Universo. Se diseñó en terrazas sobre la ladera del Cerro del Sol, por los almohades (1147-1232), con importantes reformas posteriores, llevadas a cabo por los sultanes nazaríes. Sin lugar a dudas es el jardín más espléndido e inolvidable de la España musulmana y se inspira en una imagen del Paraíso.
Nos recibe un ejército de altivos e imponente cipreses iluminados, por abajo con una tenue luz artificial, por arriba bañados de la luz de plata de la Luna, es imposible no reparar en su altura. El ciprés es un árbol sagrado. Gracias a su longevidad y a su verdor persistente es llamado "el árbol de la vida". Para mucha gente en Europa es símbolo de duelo, quizás debido una mala interpretación del simbolismo universal y primitivo de las coníferas que, por su resina incorruptible y su follaje persistente, evocan la inmortalidad y la resurrección. Dijo un sabio chino que: Las heladas del invierno, no hacen sino resaltar con mayor esplendor la fuerza y resistencia del ciprés, al que no consiguen despojar de sus hojas. Pero además es el atributo de muchas divinidades femeninas como Cibeles, Perséfone o la mismísima Atenea. Me gusta tanto que mi madre me regaló, un día que cumplí años, el que planté en la placeta de mi cueva para dar la bienvenida a quien entra por mi puerta.
Mientras caminaba entre ellos recordaba que a semejanza de los druidas, los persas creyeron que en cada árbol habitaba un genio, y que cuando se secaba era porque éste, como el alma al cuerpo, lo había abandonado. Los musulmanes de los primeros siglos del Islam intuyeron la afinidad magnética entre las plantas, razón por la cual evitaban sembrar en un mismo arriate plantas cuyos perfumes y pólenes no fuesen homogéneos. Iban más lejos: sabedores de que ciertos pájaros muestran inclinación por determinados árboles (la golondrina por el ciprés o el ruiseñor por el almendro) y de que los cánticos de las aves influyen en las plantas, tenían muy presente el árbol que iba a dar sombra a las flores con el fin de que hubiese afinidad perfecta, no ya entre árboles y flores, sino entre éstas y el cántico de los pájaros, así los lirios están siempre cerca de los cipreses.
Con estos pensamientos me encontré ante otro elemento imprescindible del jardín: el agua. Aparece en láminas que reflejan el cielo estrellado. Solo la perturba el leve burbujeo de pequeños surtidores, que recitan constantemente poemas de amor, refrescan el alma y humedecen el ambiente.
Deambulando por los laberintos, en los que agua y vegetación son un todo indivisible, percibo aromas nuevos y viejos, pero todos intensos; noto el abrazo de la noche en la piel; la brisa susurra el aleteo de una mariposa teñida con moras; parte de la ciudad centellea de fondo y se presenta deslumbrante ante mis ojos. Los jardines del Generalife se convierten en uno de los miradores nocturnos más impresionantes de la ciudad. Tomo conciencia de que mis sentidos están en efervescencia, experimento una sensación de salto en el tiempo y juraría que por un instante me trasladé a la época nazarí. Entonces me apeteció un té de jazmín.
Bajando por la Cuesta de los Chinos el aroma verde se fundía con la canción del agua de la acequia. El silencio que infunde la noche intentaba acallar el latido de mi corazón. El claro de Luna iluminaba mis pasos, tenía la sensación de abandonar el Jardín del Edén, pero encontré consuelo en los versos de Ibn Jafaya: No creáis que mañana estaréis en el Infierno. ¡No se entra en él después de haber pisado el Paraíso.