miércoles, 11 de junio de 2008

De mí para tí.





De mí para ti.
15 de febrero de 2006.

En las ocasiones que me ves destrozada, incapaz de controlar las emociones que se desbordan por mis ojos en forma de lágrimas, y que en el año que se ha ido han sido demasiadas, me miras, me abrazas, me das tiempo y dejas que la tranquilidad vuelva sin prisa a mí. Con un abanico de caricias luchas contra los miedos que habitan mi vientre y mis axilas y vas barriendo los afectos pegados a mi sangre, así los veo irse resignados al lugar de los recuerdos, donde deberían haber estado ya hace meses, si yo no me hubiera aferrado a sus pliegues como me envuelvo en mi capa durante los paseos en las gélidas noches de invierno.
Insistes en que escriba después de cada crisis porque estás convencido de que con ello hago un exorcismo a mi sufrimiento, le doy cuerpo y lo digiero. Quizá tengas razón.
Con la última pena me dijiste que cuando te mueras deberé escribir algo bonito. Dudo que yo te sobreviva, ya conoces el rumbo que lleva mi frágil salud de hierro, y por otra parte sabes de mi afición a decir las cosas a la cara, así que quiero hacerlo hoy.
Es mucho el camino recorrido desde aquel encuentro en el parque en el que tu tenías las manos ocupadas con un ramo de lirios. De aquellas llamadas telefónicas que, ayer como hoy, empiezan con un alegre ¡hola chica!. De aquel espectáculo multicolor del castillo de fuegos artificiales en el cielo de tu ciudad. De la emoción compartida escuchando las canciones de Olga Manzano y Manuel Picón. De la pequeña letra de oro con que empezaste a escribir mi nombre…
Te aseguro que no me conformaré nunca, ni te daré la felicidad de la resignación, sino esa felicidad que duele, la de los elegidos, la de quienes pueden abarcar la infinitud del cielo con sus ojos, y cargar con el peso de mil constelaciones en sus brazos.
Admiro tanto tu fortaleza, tu serenidad, tu ternura, tu solidaridad… Me gusta saberte amigo, compañero, amante… No le tienes miedo a la entrega, ni a proclamar tu derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos. No desertas de la cocina, ni de los pañales de los niños, ni de las tareas domésticas y esto te convierte en una suave y refrescante brisa que se lleva lejos las debilidades que por siglos han mantenido distanciados a hombres de mujeres. Cada mañana bebo toda la luz en mis ojos, abro las ventanas para que el sol se coloque entre mis pechos y te busco para decirte que no hay lluvia torrencial que pueda borrar tu nombre de mi piel.
Cuando estoy lejos, froto mi corazón como si fuera la lámpara mágica del cuento, esperando que te traiga a mí, todo entero, como eres, con tus sistemáticos noes de entrada que luego negociamos, con la dulzura de tus palabras, con tus rabias, con tus suaves manos, con tu “me voy a acostar ahora mismo”, con tus inquietantes silencios …con tu amor redondo y definitivo como la curva del mundo.
Cuando estás cerca me gusta tomarte de la mano y salir a pasear dejando que nos invada el ambiente ruidoso de la ciudad. Deseo compartir ideas, proyectos, preocupaciones, alegrías, dudas… porque tu maravillosa capacidad de escucha y tu equilibrio me producen gran confianza.
Me quieres sin etiquetarme, respetando el aire que respiro, mi espacio, mi tiempo, alimentas mi espíritu para verme crecer, encuentras la verdad cuando mis ojos se cruzan con el color de almendra de los tuyos, y estimulas constantemente mi sonrisa.
Anoche me costó conciliar el sueño. Recordé como duermes a mi lado, como cuando Morfeo te abraza suavemente te evades a esa región donde mutuamente nos privamos de la palabra. Me conmuevo al verte así, protegido por las sábanas, con tanta paz, tan enigmáticamente encerrado en tu cuerpo. Acerco mi rostro a tu pecho y escucho el corazón, fuerte, rítmico, sereno, profundo… Entonces noto que esa música seda mis músculos y mi mente, pronto cerraré los ojos, pero antes imagino que quizá te despiertes y al verme, pienses como yo estoy pensando, es posible que me imagines dándome un baño de luna mientras intento atrapar esa estrella fugaz, y me quieras alcanzar tocándome, sacándome del silencio absoluto, acercándome a tu lado, hacia ese amor que nos dio el sueño. Me preguntarás otra vez qué es el amor y te contestaré con las palabras del poeta: un deseo en parte terrenal en parte santo, lo que no sé escribir cuando te canto, lo que sé sentir cuanto te veo.