sábado, 21 de junio de 2008

La nana más bella



La nana más bella.
9.3.2003.

En una de las paredes de la casa que mis abuelos tienen en la playa hay un póster en el que se ve a un hombre joven con un bebé. La criatura duerme plácidamente, su cabecita reposa sobre el pecho del que parece su papá, y la serenidad de su rostro indica que el latido rítmico de aquel fuerte corazón, es la nana más bella que nunca ha escuchado.
Tengo la página recortada de alguna revista, en la se ve el torso desnudo de un musculoso varón, tiene los brazos cruzados y sobre ellos un niño de un par de meses. Las grandes manos lo sujetan con contundencia y seguridad, pero el dulce sueño del niño nos dice que también lo hace con ternura.
Están emitiendo por televisión un anuncio en el que se ve a una pareja con un niño sentados alrededor de la mesa de la cocina mientras comen. El pequeño le pregunta al hombre si, aún no siendo su verdadero padre, haría cualquier cosa por él. El adulto contesta afirmativamente con una sonrisa y el chaval le quita el plato de pasta que se estaba comiendo, provocando una simpática situación.
El hecho de que la publicidad, que no es ni más ni menos que un conjunto de estrategias comerciales para vendernos un producto, utilice estas imágenes nos indica que algo ha cambiado en nuestra sociedad. Afortunadamente los hombres se han dado cuenta de lo mucho que se estaban perdiendo por no participar activamente del cuidado y de la educación de sus hijas e hijos.
Mi padre nos ha dedicado la mejor parte de su vida y de su tiempo. Cuando los padres de mis compañeras de colegio estaban jugando su partida de cartas o de dominó, mi padre nos ayudaba a hacer los deberes del día siguiente, aprendió inglés para poder ayudarnos porque él había estudiado francés, tuvo que aprender la teoría de los conjuntos, y para colmo se tuvo que actualizar con aquello de los sintagmas nominales y predicados. Recuerdo su paciencia cuando nos sentaba a los seis en aquella enorme mesa camilla y mientras la pequeña coloreaba sus cuadernos de preescolar, a mi me ayudaba con las integrales y las derivadas de las matemáticas de COU. Pero también nos enseñó a nadar, a andar en bicicleta, a patinar, a esquiar, a montar a caballo, a respetarnos, a querernos, a ayudarnos. Cuando los mayores queríamos mandar abusivamente sobre las pequeñas, él siempre nos recordaba que para poder mandar primero hay que saber obedecer, y que nunca debíamos obligar a nadie a hacer algo que nosotras no pudiésemos o no estuviésemos dispuestas a hacer. Entre mi madre, a la que adoro, y él han sabido poner amor y disciplina en aquella menuda tropa. Hoy somos, todas y mi hermano, adultas pero seguimos necesitando volver a casa en busca de la seguridad que ellos siempre nos han dado.
Mis hijos también han tenido la suerte de poder disfrutar de un padre, que como él mismo se define en ocasiones, es una madre. Un hombre que los quiere, que los cuida, que les da seguridad y que no solo no fuma en pipa, sino que además les mima. Le veo como si hubiese sido ayer bañándoles, a pesar del miedo que le daba que se le pudiesen escurrir entre las manos; sacándoles de nuestra habitación las noches de insomnio para que no me despertaran y acercándoles a mí solo si era hora de darles el pecho; metiéndose en la cocina y haciéndoles esas comiditas ricas- ricas que solo él sabe preparar y por las que recibe la ovación que termina “papá has triunfado como los Chichos”. Ahora que son mayores se sientan los tres delante del ordenador para investigar nuevos programas y prestaciones y me encanta verles juntos.
A todos los que estéis embarcados en la maravillosa aventura de ser padres responsables, felicidades. A los que no, no sabéis cuanto lo siento, porque vosotros os lo estáis perdiendo.