jueves, 12 de junio de 2008

El sol sonreía detrás de una nube.


EL SOL SONREÍA DETRÁS DE UNA NUBE.
10.3.2002

Sonó el despertador. Siempre que oía aquel desagradable sonido pensaba que era el último día, hoy encontraría un momento para comprar uno melodioso, en realidad le gustaría que reprodujese el trinar de un ruiseñor... Mientras esta idea circulaba por su cabeza (recién llamada a la realidad) su cuerpo se desperezaba y a regañadientes abandonaba el calor, tan especial y rico, que tienen las camas a primera hora de la mañana.
Magdalena cogió la bata que tenía sobre la descalzadora y caminó hasta la ventana. Subió la persiana y miró a través del cristal. El cielo tenía un color gris plomizo pensó, que al igual que ella, el día estaba de mal humor. En cualquier momento empezaría a llover y ella a llorar. Abrió la ventana y mientras comprobaba que Don Pedro Antonio de Alarcón seguía meditando sobre el invierno en el parque que lleva su nombre, entró una bocanada de aire cálido. Deshizo la cama y salió del dormitorio.
En la cocina buscó su cafetera, pocos cacharros de los que se almacenaban en esa dependencia le eran tan queridos. La llenó de agua, puso cuatro cucharadas de café molido, pero antes de ser depositado en el recipiente pasaron una a una por delante de su nariz, ¿por qué le resultaba tan agradable el olor del café?.Encendió la vitrocerámica y colocó en ella su precioso tesoro.
En el cuarto de baño se paró delante del espejo, acercó su cara a él y encendió las luces del tocador. Con el dedo índice de su mano derecha recorrió todo el contorno de su rostro. Se paró en las pequeñas arruguitas que empezaban a señalarse alrededor de sus ojos, debían ser las tan temidas patas de gallo. Realmente a ella nunca le había preocupado, sabía que las suyas eran producto de la felicidad y de los muchos momento de risas y sonrisas que allí habían dejado su huella. Dibujó el perfil de sus labios, le gustaba sentir la suavidad de la piel, cuanto más lentamente pasaba el dedo sobre ellos más agradable era la sensación. Se apartó del espejo, se quitó el pijama y se metió en la ducha. La estancia se llenó en dos minutos de una cálida bruma. Alcanzó su albornoz y se envolvió en él. Sobre el pelo mojado se colocó una toalla como si de un turbante se tratara. Dejó el baño y volvió a la cocina, el aroma del café la llamaba con un grito más silencioso pero mucho más poderoso que el de Tarzán en la selva.
Encendió la radio y mientras escuchaba las noticias de las siete de la mañana, preparaba unas tostadas de mantequilla y miel. Se sentó en la silla muy relajada y comenzó su desayuno. Sobre la mesa estaban el café, la leche, el azúcar, el pan, la mantequilla, la miel, un vaso de agua y cuatro cajas de pastillas.
Sobre sus mejillas corrían lentamente dos grandes lagrimones. Ella quería ser feliz, intentaba ignorar el problema, pero tres veces al día las pastillas le recordaban que las cosas habían cambiado. Se volvió y vio como las gotas de lluvia golpeaban el cristal. El día compartía su pena y solidariamente lloraba con ella. Tomó una a una aquellas cuentas blancas, rosas, azules y amarillas con la fe de poder reconstruir el collar de su salud.
Volvió al dormitorio, se quitó el albornoz, extendió crema por todo su cuerpo, en un determinado momento se estremeció, respiró hondo y siguió. Se vistió. Antes de terminar de abrochar su blusa abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó una cajita. Se sentó en el borde de la cama. La abrió, miró su contenido y volvieron a circular por sus mejillas dos grandes lagrimones.
¿Por qué le había tocado a ella?. Solo tenía veintinueve años. Solo hacía dos años que había sacado las oposiciones. Era médica, se había especializado en medicina interna y le encantaba su trabajo. ¿Cómo no lo había sospechado antes?.
Había estado tan ocupada que se le olvidó pasar sus revisiones médicas. Se encontraba tan bien... nunca le dolió nada, no había tenido ni una gripe, ni un dolor de cabeza, ninguna molestia... ¡estaba tan bien y tan contenta! ¿Por qué la había escogido a ella?
Cuando por su cabeza pasa el momento del diagnóstico, nota un frío helado que la recorre desde el cabello hasta los pies. Si piensa en el hospital en el que la trataron siente náuseas... Gracias que Elena, aquella voluntaria tan agradable la había acompañado en cada momento... Su mano y su serenidad le dieron tanto consuelo...
Se dirigió al espejo, se quitó la blusa, desabrochó el sujetador y miró. Allí estaba. Aquella tremenda cicatriz que cruzaba su pecho desde el esternón hasta la axila. No pudieron salvar la mama. Le temblaban las manos y sus ojos seguían derramando lágrimas. Se limpio la cara, movió la cabeza en un intento de alejar de ella tanta derrota y tanta tristeza.
¿Acaso ella era solo un pecho?. ¡No, ni mucho menos!. Era una persona. Era inteligente, era trabajadora, estaba llena de vida, tenía mucho por lo que luchar y mucho que ofrecer. ¡No, esta enfermedad no iba a poder con ella!. ¡Ella era mucho más fuerte que el cáncer y no se iba a rendir sin batallar hasta el último instante!. Se puso el sujetador, cogió la prótesis, se la colocó, la ajustó bien. Después su blusa, el color verde hacía juego con su ojos. Abrochó cada botón y después se miró de perfil. ¡Estaba estupenda! Se acercó a cerrar la ventana y vio como el sol le sonreía y le guiñaba el ojo escondido detrás de una nube de color rosa, las campanas de la Catedral repicaron dándole los buenos días. Ella se subió a sus tacones, se envolvió en una ola de su perfume favorito y se pintó los labios.
Sacó un pequeño paquetito envuelto en plata con lazo rojo del cajón de su cómoda. Era un detalle para su amiga Elena. Hoy comían juntas y aunque nunca podría pagar su apoyo, su cariño, su ayuda, su solidaridad, su consejo... necesitaba demostrarle que la quería y que era muy importante en su lucha y en su vida.
Salió de su casa y tras ella quedó una estela de fuerza y determinación.