La Dama de las Camelias.
8. Septiembre.2002
Igual que otras mañanas ayer volví a realizar el trayecto Guadix-Granada en autobús. Subí a la estación García Carrasco, compre el billete en taquilla, y esperé en los andenes a que pusiesen el coche que nos llevaría a nuestro destino. Me subí a él y busqué el sitio que me gusta y que se sitúa más o menos en el centro, muy cerca de la puerta trasera, saqué mi radio y me ajusté los auriculares dispuesta a disfrutar de tres cuartos de hora de absoluta relajación. Todo iba bien hasta que por una extraña razón el receptor de radio empezó a hacer unos ruidos insoportables y me vi obligada a apagarlo.
Estaba contrariada, pero me duró muy poco, porque enseguida encontré distracción, detrás de mi se situaban dos chicas jóvenes que por sus voces y por lo que hablaban rondarían los veinte años. El tema era las enfermedades y eso trajo a mi mente el recuerdo de las mujeres del siglo XIX que utilizaban sus dolencias como armas de seducción: los desmayos, la falta de apetito, la debilidad, la palidez enfermiza.... todos eran signos de elegancia y de feminidad que conquistaban el corazón de los hombres. Aunque el modelo Dama de las Camelias ya no se lleva, mis vecinas de viaje comentaban que si tenían que ponerse enfermas querían tener una enfermedad que no fuese dolorosa y que no tuviese consecuencias peligrosas. Querían algo chic, que no fuese aburrida, ni corriente, ni pasada de moda como el colesterol alto, la hipertensión, la jaqueca, la molestísima gripe o el lumbago. Querían una enfermedad tan original y exótica que les permitiese hacer de ella un importante motivo de conversación.
En este punto y sabiendo que es de muy mala educación escuchar conversaciones ajenas, ya no podía desconectarme de ella, así que me arrellané en el asiento y cerré los ojos para concentrar toda la atención en mis oídos.
Empezaron hablando de las enfermedades que transmiten los animales, lógicamente ni se les ocurrió mencionar la de las vacas locas, prefirieron comentar la fiebre del arañazo del gato, que al parecer afecta más a las amantes de los felinos que a quienes les odian. Después de un pequeño arañazo los nódulos linfáticos se inflaman y sufres un poquito de fiebre y perdida de apetito. Pierdes unos quilitos y si te recetan antibióticos, la enfermedad se cura sin problemas. Muy divertidas mencionaron la que sin duda las podía poner en la cresta de la ola. Una infección producida por la pequeña garrapata que se acomoda en el cuerpo de las gacelas, o sea que para cogerla habrás tenido que hacer un safari fotográfico en Kenia o tener un novio que disponga de un parque zoológico, o cuando menos un amigo que sea el jardinero del parque privado de un millonario y que lógicamente tenga gacelas.
Si no estás en ninguna de estas circunstancias habría que recurrir a cosas más normalitas como por ejemplo a las sufridas alergias, pero nada de alergias al olivo, ellas quería una al polvo. Con esta modalidad no tendrían que barrer, ni pasar la aspiradora, y además deberían estar lejos de casa cuando alguien mencionase la palabra limpieza. Otra opción era una alergia sofisticada y elegante, por ejemplo no tolerar el aroma de las rosas; o a la seda natural que irritaría su delicada piel. No pude evitar sonreír y acordarme de una amiga que tiene una alergia parecida, en este caso a la cebolla, porque no soporta ni su olor ni su sabor.
A pesar de que ya no se lleva la Dama de las Camelias, seguramente las mujeres nos hemos transmitido en los genes, de generación en generación, el afrontamiento de la enfermedad con un gran sentido del humor, y a lo mejor por eso nuestra esperanza de vida es mayor que la de los varones.