Streep-tease” a golpe de silbato
19 de diciembre de 2006.
En las últimas semanas he tenido que viajar a Madrid por razones profesionales. He utilizado diferentes medios de transporte, y su elección ha dependido de la premura que fijase la agenda de trabajo. Quiero compartir contigo dos experiencias.
La primera tiene que ver con uno de los vuelos que me llevó a la capital en apenas cincuenta minutos, el tiempo real desde que me subo al avión y este aterriza en el aeropuerto de Barajas. Lo cierto es que mientras te acomodas en el asiento, localizas las alas de la aeronave por la pequeña ventanilla, realizas una inspección ocular del pasaje, atiendes las instrucciones de las azafatas y le echas un vistazo a los titulares del periódico, ya estas en tu destino. Por cierto, desde que hay varones ocupando estos puestos se denominan auxiliares de vuelo, parece que a ellos no les gustaba que les llamasen azafatos, ¿qué pensará de esto la Real Academia de la Lengua?, lo digo porque últimamente hay una gran bronca entre los académicos y las feministas sobre las modificaciones del lenguaje.
Lo peor de lo peor de viajar en avión, es la paranoia que han conseguido contagiar a la vieja Europa los integristas estadounidenses, fundamentalmente en las medidas de seguridad. Llegas al aeropuerto y te aproximas a los mostradores de facturación para recoger tu tarjeta de embarque, esta fase solo tiene la dificultad de guardar cola unos minutos. Cuando por los altavoces realizan la llamada para embarcar (una hora antes de despegar), te diriges a la puerta que te indican, y allí empieza la tortura. Sabiendo que hay limitaciones para determinadas sustancias, decidí viajar ligera de equipaje, por no llevar ni siquiera cargué con mi bolso. En los bolsillos del chaquetón introduje un pañuelo, las llaves de casa, la cartera con el carné de identidad (imprescindible si tramitas un billete electrónico), el teléfono móvil, un bolígrafo y mi barra de labios. Al pasar el control de embarque coloqué la prenda de abrigo en la cinta de rayos, y pasé por el arco de seguridad. Aquel dispositivo se puso a silbar consiguiendo que todo ser viviente me mirase intentando descubrir a una terrorista. Desanduve mis pasos, deposité las gafas de sol y los pendientes en una bandeja, crucé el arco, nuevamente pitó como una vieja cafetera. Retrocedí y recordé que llevaba cinturón con hebilla metálica, lo desalojé de mi cintura, y volví decidida a superar el obstáculo, !pero el jodido artilugio se desgañitaba en ruido!. Se acercó una matrona con un detector de metales manual. Lo pasó por mi cabeza, yo pensaba que sería la “pera limonera” que sonaran los empastes de mis muelas, pero no. Lo pasó por el pecho, yo no uso corsé, ni sujetadores con aros, así que siguió bajando, y paseó aquel instrumento entre mis piernas, ¡que morbo!. Llegó a los pies, justo cuando yo pensaba que el arco fijo estaba estropeado, el detector manual empezó a pitar, la matrona me pidió que pusiese los zapatos en una bandeja, yo estaba alucinada, porque lo cierto es que no me siento cómoda haciendo ”streep-tease” a golpe de silbato en un aeropuerto, y seguí sus instrucciones, el calzado desapareció en la cinta de rayos, y escuché la risa de mis compañeras, lo que provocaba el canto de sirenas era la escuadra que refuerza el tacón para que mantenga la verticalidad. Aplausos del público al verificar que no pensaba hacer explotar el avión. Lo cierto es que tardé veinte minutos en cruzar la frontera de embarque. La noche de ese mismo día tenía billete de vuelta desde la famosa y novísima T4, pero esta vez solo tardé cuarenta segundos en cruzar, eso sí, ante la mirada atónita del resto del pasaje que observó como me despojé con rapidez de todo lo que pita, pasando descalza por el arco.
Las demás ocasiones decidí viajar tranquila y cómoda en el medio de transporte que más me gusta, el tren. A través de la ventanilla empapo mi ser de paisajes diferentes, puedo estirar las piernas, leer relajadamente y además no me cachean. Lo curioso de este último viaje fue que salimos de Andalucía atravesando Despeñaperros y volvimos por Puertollano. Las azafatas nos informaron que estábamos realizando el viaje inaugural del nuevo servicio que realiza el trayecto Granada-Madrid en cuatro horas y media, gracias a que utiliza la línea de alta velocidad de Córdoba, para celebrarlo nos invitaron a un vino con tapitas de jamón alpujarreño.