Guadix posee un potente y bien articulado movimiento asociativo de mujeres. Cierto es que no ha aparecido por generación espontánea y que son muchos los esfuerzos realizados por las señoras de la ciudad para remover cuantos obstáculos han encontrado, y siguen encontrando en el camino. Pero las ideas claras, el compromiso y la constancia en el trabajo, siempre dan sus frutos. Así el pasado 8 de marzo recogimos uno sabroso y maduro en el Teatro Mira de Amescua. Una mujer era el centro del universo y recibía el reconocimiento público de hombres y mujeres que creemos que otro mundo es posible.
Es cierto que, algunas veces, comprometidos y comprometidas como estamos en esta lucha constante por un mundo más solidario, más igualitario, más justo y en paz, nos olvidamos de agradecer y reconocer a nuestras compañeras la dedicación y el esfuerzo realizado, y el regalo, a la tarea colectiva, de horas que podrían haber dedicado al disfrute personal.
En el Consejo de Participación de la Mujer del Ayuntamiento de Guadix decidimos hace cinco años emplearnos a fondo por acabar con esa frase tan masculina, que hasta hace pocos años aparecía en todas las cartillas de los jóvenes soldados “Valor: se le supone” para transformarla en “Valor: se le reconoce”
Así llegó otro día en el que pudimos aplaudir y reconocer el valor de Encarna Membrilla Sánchez. Una mujer que sabe mirar al cielo para formular un acopio de deseos hondos y prioritarios, como por ejemplo que las personas justas avancen aunque sean imperfectas y estén heridas, y para que empuñen todos sus noes para afirmarse contra las injusticias.
A nuestra homenajeada hay cosas que le sirven y cosas que no le sirven. No le sirven las leves promesas, ni las mansas esperanzas, ni la sumisa rabia, ni el prudente furor, ni el dócil coraje, ni la lenta intrepidez. Le sirven, como dice Benedetti, la vida que es vida hasta morirse, el corazón alerta, la confianza cuando avanza, la mirada que es generosa y firme, el silencio franco, el futuro de la gente cuando es un presente libre, la lucha de siempre en la batalla sin medalla, una mano segura, a Encarna Membrilla le sirve el sendero compartido con las mujeres, sus colegas.
Estamos ante una mujer fuerte, es decir ante una mujer esforzada. Sin embargo ella tiene la sensación de ser una mujer que se sostiene de puntillas y levanta actas y preside asambleas mientras intenta cantar una canción de Amaral.
Una mujer fuerte, como ella, es una mujer empeñada en hacer algo que los demás están empeñados en que no se haga. Porque una mujer fuerte es una mujer con una voz en la cabeza que le pide que renuncie a su libertad, que le repite "Te lo dije: eres fea, eres mala, eres tonta, tu de eso no entiendes, ¿por qué te metes en líos con lo a gusto que podrías estar en tu casa?...nadie te va a querer nunca si sigues por ese camino. ¿Por qué no eres femenina, por qué no eres dulce y discreta...dócil, sumisa..?" Y sin embargo ella se resiste porque sabe que aquellas personas dispuestas a ceder la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad. Y alza su voz para declarar: Si quieres seguridad total vete a la cárcel. No tendrás que preocuparte por nada, allí te darán lo que necesites…tan solo te faltará la libertad. Y es cuando defiende sus ideas y propuestas con vehemencia cuando inexorablemente encuentra a alguien que le llama prepotente. Y en esas ocasiones, nuestra mujer fuerte, se ve a sí misma intentando levantar con la cabeza la tapa de una alcantarilla... Le duele la cabeza, le duele la espalda, le duelen los huesos y le palpita acelerado el corazón, pero a su alrededor hay gente que espera a que venza las barreras y le dice: sigue adelante...¡eres tan fuerte...! Yo que tuve la oportunidad de conocer y tratar a su padre, sé que él conocía su fuerza, su capacidad de lucha y la admiraba profundamente por ello.
Y es que una mujer fuerte, como Encarna Membrilla, por cada batalla que libra obtiene una cicatriz invisible a los ojos de quien mira. Y heridas que sangran cuando se las golpea. Y no admiten más bálsamos que el que proporciona la satisfacción del trabajo bien hecho. Aunque nuestra querida Antonia Lubian Nieto tenía patentado un mágico jarabe que sin duda ayudará a curar heridas y cicatrices y permitirá que cada vez seamos más las mujeres que nos unamos a esta causa, que es la de todos y todas. No tiene contraindicaciones, no tiene fecha de caducidad, y consumido diariamente, a discreción, permitirá que nuestros cuerpos aguanten hasta la victoria final. Eso sí, hay que tomarlo de pie y mirando al frente: un puñado de optimismo, dos pizcas de alegría, unas gotas de cariño, el calor de un abrazo, el chasquido de un beso, tres gramos de generosidad, el brillo de una sonrisa, una nube de olvido, dos dosis de esperanza, un soplo de voluntad, una punta de ilusión y los colores del arco iris.
Las mujeres, desde siempre, hemos ido tejiendo la afectiva y efectiva red social invisible con hilos como la empatía, la compañía, la sororidad, el abrazo, el cuidado, la escucha, el apoyo, la complicidad, la común intuición, las recetas culinarias y los remedios de salud, los nacimientos y los entierros, la fortaleza y la incondicionalidad en el sostén cotidiano.
De hecho, el reconocimiento mutuo que las mujeres nos damos a través de nuestra amistad, constituye la gran medicina silenciada, el espejo benefactor en el que nos sentimos dignas para mirarnos y dignificadas al hacerlo. Y el laboratorio de esta antigua medicina está en la confluencia de nuestras entrañas, nuestros corazones y nuestros cerebros. Y son las amigas quienes nos abren la memoria personal y colectiva de lo que somos y podemos ser como mujeres.
Las mujeres somos fuertes cuando nos apoyamos y estimulamos para lanzarnos a una nueva aventura familiar, laboral, creativa, o de participación ciudadana; cuando nos sinceramos y nos aceptamos sin juicio ni adulación; cuando nos ayudamos y cooperamos; cuando nos atrevemos a enfadarnos y a reconciliamos porque sabemos que somos reflejo las unas de las otras, de nuestras recíprocas luces y sombras; somos fuertes cuando tomamos conciencia del valor de nuestra mutua amistad a lo largo y ancho del viaje de la vida.
Una mujer fuerte es una mujer que ansía el amor como si fuera oxígeno, para no ahogarse...Una mujer fuerte es una mujer que ama con fuerza. Y llora con fuerza...Y se aterra con fuerza y tiene necesidades fuertes... Sabe que la fuerza no está en ella, pero la representa igual que el viento es capaz de elevar una cometa. Sabe que su fuerza emana de la conciencia de su propia debilidad, pero también sabe que fuertes nos hacemos unas a otras, y que hasta que no seamos fuertes juntas, una mujer fuerte es una mujer fuertemente asustada por la responsabilidad que asume.
Afortunadamente Encarna Membrilla, aunque asustada no deserta, ella es parte de una nueva época, porque ha comprendido la importancia que tiene su existencia, porque es consciente de la vitalidad de su mano unida a otras manos, de su esfuerzo unido a otros esfuerzos, de su canto unido a otros cantos. Porque ha comprendido su misión de alfarera de su tiempo que es el tiempo nuestro. Sabe que nuestra tarea es traer a las personas de bien hacia la madrugada de una sociedad donde hombres y mujeres seamos pares. Traerlos a ver la vida que pasa con una hermosura dolorosa y desafiante, la vida que nos espera detrás de cada atardecer, el último testimonio de un día que se va para siempre, que sale del tiempo y que nunca volverá a repetirse.
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