lunes, 28 de enero de 2008

Dulces como ellas


Dulces como ellas.
6.1.08

Una fotografía siempre tiene una historia humana que la sustenta y es su alma. Había quedado con mi entrañable amiga Patro Ortiz para ver álbumes y seleccionar algunas fotos del siglo pasado realizadas por el fotógrafo Daniel. Reconozco que mi curiosidad no tiene límites, y a cada imagen que ella me ofrecía yo le pedía alguna información. Así ha nacido este texto.
Nos remontamos al último cuarto del siglo XIX. Sabemos que una mujer hizo las delicias de las gentes de esta tierra. Era doña Francisca Casas Herrera, la popular “señá Fransquita” a la que su familia llamaba “mamá tita” Esta señora, emprendedora y resuelta, nace en el que antiguamente era el callejón de Caldereros, y monta un pequeño negocio en el que se venden vasos de vino y roscos. Tuvo muy buena aceptación por lo que pronto decide transformarlo en una pastelería “La Oriental”, que complementa con un obrador de dulces. Los periódicos de la época destacan el aseo de su dueña, y el esmero y prontitud de sus trabajos. En aquel tiempo, si apetecía una suculenta merienda, se podían comprar pasteles en su establecimiento de la Plaza de la Constitución, y por tres reales servían veinte libras de dulces.
Las fotografías de Patro nos llevan al año 1958. En ese momento el negocio dispone de dos despachos de pastelería regentados por las hijas de doña Francisca, el de la plaza por Carmen y el de la calle Ancha por María.
En cada establecimiento había al menos tres chicas que vendían dulces con sus mandiles blancos como la nieve. Abrían a las nueve y cerraban a las dos para volver a abrir sobre las cuatro hasta las nueve. Entre sus funciones también estaba envolver, en papel de celofán, los caramelos que se hacían en el obrador, destacaban los de malvavisco. Forraban con papel de estraza los tableros para depositar los roscos y las magdalenas. Fregaban las llantas de lata en que se ponía la mercancía. Recortaban pliegos de papel de seda con artísticos calados que luego se utilizaban para cubrir las bandejas de pasteles, se llamaban “mantillas”, me entero así que los mantelitos de papel con puntilla que cubren las bandejas se llaman “rodeles”. Realizaban las entregas domiciliarias, sobre todo el día de San José, que se batían las cifras de venta. Patro me enseña entonces una foto en la que se ve a las chicas delante de la angarilla (una especie de arca con patas y andas) que se usaba para reparto. Su sueldo era de trescientas pesetas.
Me cuentan que cuando entraban a trabajar en la pastelería, dejaban sus casas y vivían en el segundo piso del número 5 de la Plaza de Santa Luparia, junto a una de las dueñas María Casas, su prima María Lomeña y una criada llamada Josefa. En el tiempo en que vivió Patro, también lo hicieron Encarna Mesa Guillén, Carmela López Membrilla y Antonia García. Allí se ocupaban de su manutención y ellas solo tenían que hacer su cama, lavarse la ropa y subir agua a la casa, porque todavía no había suministro de agua domiciliaria.
Una de las fotografías está realizada en el interior de la pastelería de la calle Ancha, y en ella vemos a doña María con las jóvenes trabajadoras. Ante los impecables mostradores del establecimiento se podía escoger el dulce que más te apeteciese, por setenta y cinco céntimos de peseta: peti, alegría, felipe, ron, delicia, perico, yema capuchina (un bizcochito empapado con almíbar y licor), bizcocho calado (conocido vulgarmente como borracho), risco de coco, el inimitable tocino de cielo, que tenía una versión, la “tirilla de tocino” al ir montado sobre base de bizcocho. También realizaban el popular pionono en dos versiones, el de siempre redondo y otro alargado que llamaban “liao” Eran artistas del hojaldre: cuadrado, de cabello de ángel o de crema. Maestros del merengue en diferentes modalidades: de pico, polka (se bañaba en yema y se doraba), solo (que curiosamente era la suma de dos merengues unidos por las bases), y el que se adornaba con trocitos de fruta. También se hacían por encargo tartas de cumpleaños, natillas en Semana Santa y Roscón de Reyes que se rellenaba con deliciosa crema pastelera y se bañaba en clara de huevo para decorarlo con una costra blanca. A los maestros pasteleros que confeccionaban estas deliciosas formas tendré que dedicarles otro espacio porque se lo merecen.
Sin lugar a dudas disfruté de esa mañana navideña, gracias a la dulce charla con una entrañable amiga, intentando atrapar el alma de las fotografías.