Espacios del miedo y la ciudad prohibida.
19.11.08
Quiero empezar lamentando que la Universidad de Granada pierda a uno de los más demandados profesores de literatura que ha tenido jamás. Va a ser horrible no poder escuchar las magistrales clases de Luis García Montero en los auditorios de la facultad de Filosofía y Letras. Es el único profesor que necesita un espacio tan inmenso para dar sus clases, pero es que la gente no duda en sentarse en el suelo para recibir su magisterio a pesar de que lo imparte a las tres y media de la tarde. Aunque no tendremos su voz siempre nos quedarán sus versos.
Leo en el número anterior de este periódico tres informaciones que dan pie a esta columna. La primera nos proporciona datos del funcionamiento de distintos servicios de la ciudad desagregados por sexo, y solicitados al Ayuntamiento por las asociaciones de mujeres, que se comprometen altruistamente con el desarrollo de una ciudad más justa. El editorial en el que se manifiesta cierta sorpresa por el deseo de las mujeres de conocer e intervenir en el Plan General de ordenación Urbana de la ciudad, y donde se asocia esta reivindicación a una forma de representar a los niños que no tienen quien les represente. Y finalmente un anuncio de la Concejalía de Deportes sobre la puesta en marcha de una guardería para los hijos e hijas de las asistentes al aeróbic.
Y entonces me pregunto ¿por qué se pone guardería en la escuela deportiva a la que acuden las madres y no durante el tiempo en que los padres juegan al fútbol?¿Por qué se cree que los niños no están representados, quizá porque los varones cuando hacen su trabajo nunca piensan en sus hijos?
Las mujeres reivindicamos nuestro legítimo derecho a la ciudad, a todos los lugares que conforman el espacio público y a todas las horas en que puede disfrutarse. El derecho a una ciudad segura, en la que no sintamos miedo al pasear por determinadas calles, plazas o equipamientos. Para ello hemos de hacer frente a varias inercias culturales, de género, incluso de imagen de nosotras mismas. Conseguir una ciudad segura no ha sido un tema prioritario del urbanismo. Es un aspecto de la realidad al que nosotras somos especialmente sensibles, porque no solemos utilizar la violencia como modo de defensa en la calle y por nuestra vulnerabilidad a las agresiones sexuales. Pero estarás de acuerdo conmigo en que afecta a toda la sociedad: una ciudad más segura, con más gente en las calles, con mayor control por parte de la ciudadanía es algo positivo para toda la comunidad.
Afortunadamente, el urbanismo presenta signos de cambio y empiezan a brotar nuevos planteamientos, empujados, en este caso, por las asociaciones de mujeres, que intentan incorporar a los proyectos urbanos la cualidad de estar pensados para la gente. El término gente incluye una visión lo más amplia posible de los distintos grupos que componen la ciudadanía: mujeres y hombres, niños, jóvenes y mayores, personas sin muchos recursos económicos y las afectadas por discapacidad de cualquier tipo. El proceso de incorporar objetivos sociales desde este planteamiento democrático a los proyectos urbanos se traduce en un proceso que empieza por reflexionar, por ser consciente de su necesidad, por analizar la realidad; continua asumiendo el compromiso de escuchar opiniones, los problemas que se tienen en el uso de la ciudad y tomar nota de sus necesidades insatisfechas; y remata incorporando la información adquirida a los proyectos y políticas que se están llevando a cabo.
Otro tipo de inercias no corresponden a los y las profesionales del urbanismo, sino a la sociedad. Debemos romper un prejuicio arraigado que asocia a la mujer con el espacio doméstico. El lenguaje común traiciona los pensamientos más profundos y, por ejemplo, la denominación de ‘mujeres de la calle’ se sigue asociando a la prostitución.
Hemos de romper con los mapas que vamos construyendo desde pequeñas, ayudadas por la familia, basadas en las prohibiciones sutiles de ir a determinado lugar a determinada hora. Reaccionemos ante el hecho de que haya una parte de la ciudad vedada para una parte de la población. Por eso es tan importante definir los mapas de “la ciudad prohibida para las mujeres” y “los espacios del miedo” para poder actuar eliminando estos puntos negros. Comparto al idea de la geógrafa Marta Román Rivas, de que la sensación de inseguridad es un líquido amargo que mata la vida ciudadana, que quita alegría a la vida y que retiene a muchas personas en casa a causa del miedo. Por eso aplaudo a las representantes de las asociaciones de mujeres que luchan para que Guadix sea una ciudad bella y habitable, para todos y todas, ahora y en el futuro.
19.11.08
Quiero empezar lamentando que la Universidad de Granada pierda a uno de los más demandados profesores de literatura que ha tenido jamás. Va a ser horrible no poder escuchar las magistrales clases de Luis García Montero en los auditorios de la facultad de Filosofía y Letras. Es el único profesor que necesita un espacio tan inmenso para dar sus clases, pero es que la gente no duda en sentarse en el suelo para recibir su magisterio a pesar de que lo imparte a las tres y media de la tarde. Aunque no tendremos su voz siempre nos quedarán sus versos.
Leo en el número anterior de este periódico tres informaciones que dan pie a esta columna. La primera nos proporciona datos del funcionamiento de distintos servicios de la ciudad desagregados por sexo, y solicitados al Ayuntamiento por las asociaciones de mujeres, que se comprometen altruistamente con el desarrollo de una ciudad más justa. El editorial en el que se manifiesta cierta sorpresa por el deseo de las mujeres de conocer e intervenir en el Plan General de ordenación Urbana de la ciudad, y donde se asocia esta reivindicación a una forma de representar a los niños que no tienen quien les represente. Y finalmente un anuncio de la Concejalía de Deportes sobre la puesta en marcha de una guardería para los hijos e hijas de las asistentes al aeróbic.
Y entonces me pregunto ¿por qué se pone guardería en la escuela deportiva a la que acuden las madres y no durante el tiempo en que los padres juegan al fútbol?¿Por qué se cree que los niños no están representados, quizá porque los varones cuando hacen su trabajo nunca piensan en sus hijos?
Las mujeres reivindicamos nuestro legítimo derecho a la ciudad, a todos los lugares que conforman el espacio público y a todas las horas en que puede disfrutarse. El derecho a una ciudad segura, en la que no sintamos miedo al pasear por determinadas calles, plazas o equipamientos. Para ello hemos de hacer frente a varias inercias culturales, de género, incluso de imagen de nosotras mismas. Conseguir una ciudad segura no ha sido un tema prioritario del urbanismo. Es un aspecto de la realidad al que nosotras somos especialmente sensibles, porque no solemos utilizar la violencia como modo de defensa en la calle y por nuestra vulnerabilidad a las agresiones sexuales. Pero estarás de acuerdo conmigo en que afecta a toda la sociedad: una ciudad más segura, con más gente en las calles, con mayor control por parte de la ciudadanía es algo positivo para toda la comunidad.
Afortunadamente, el urbanismo presenta signos de cambio y empiezan a brotar nuevos planteamientos, empujados, en este caso, por las asociaciones de mujeres, que intentan incorporar a los proyectos urbanos la cualidad de estar pensados para la gente. El término gente incluye una visión lo más amplia posible de los distintos grupos que componen la ciudadanía: mujeres y hombres, niños, jóvenes y mayores, personas sin muchos recursos económicos y las afectadas por discapacidad de cualquier tipo. El proceso de incorporar objetivos sociales desde este planteamiento democrático a los proyectos urbanos se traduce en un proceso que empieza por reflexionar, por ser consciente de su necesidad, por analizar la realidad; continua asumiendo el compromiso de escuchar opiniones, los problemas que se tienen en el uso de la ciudad y tomar nota de sus necesidades insatisfechas; y remata incorporando la información adquirida a los proyectos y políticas que se están llevando a cabo.
Otro tipo de inercias no corresponden a los y las profesionales del urbanismo, sino a la sociedad. Debemos romper un prejuicio arraigado que asocia a la mujer con el espacio doméstico. El lenguaje común traiciona los pensamientos más profundos y, por ejemplo, la denominación de ‘mujeres de la calle’ se sigue asociando a la prostitución.
Hemos de romper con los mapas que vamos construyendo desde pequeñas, ayudadas por la familia, basadas en las prohibiciones sutiles de ir a determinado lugar a determinada hora. Reaccionemos ante el hecho de que haya una parte de la ciudad vedada para una parte de la población. Por eso es tan importante definir los mapas de “la ciudad prohibida para las mujeres” y “los espacios del miedo” para poder actuar eliminando estos puntos negros. Comparto al idea de la geógrafa Marta Román Rivas, de que la sensación de inseguridad es un líquido amargo que mata la vida ciudadana, que quita alegría a la vida y que retiene a muchas personas en casa a causa del miedo. Por eso aplaudo a las representantes de las asociaciones de mujeres que luchan para que Guadix sea una ciudad bella y habitable, para todos y todas, ahora y en el futuro.