domingo, 22 de noviembre de 2009

Sopa de ajo para mi cuerpo de otoño.



Sopa de ajo para mi cuerpo de otoño.
Ana María Rey
18 de noviembre de 2009.

Odio ponerme enferma, pero mi cuerpo sabe, porque ya hace tiempo que me conoce, que si no me para él, a mi me cuesta bajar el ritmo, así que cuando le parece bien, relaja la guardia y permite un ataque de cualquier virus o bacteria, que me deja para el arrastre. Entonces es necesario escuchar la voz de la experiencia que nos dice que la tranquilidad y la salud siempre regresan con un plato de sopa caliente. Lúculo decía: Cuando perdí el apetito perdí la razón. Quizá en la asociación de estas dos ideas nace mi convencimiento de que la comida cura.
En una sociedad en la que el tenedor es sospechoso, el cuchillo tiene mala prensa, la cuchara se ha convertido en una exiliada de la mesa, confesar antojos, deseos o ganas de comer, es declararse una pecadora incapaz de esconder el hambre tras una estúpida sonrisa. Para colmo de males, quienes se saltan el precepto del ayuno, reciben los mensajes de la penitencia con que son reprendidos desde la televisión, que ofrece máquinas para convertir el recto abdominal en una tabla de lavar o que se comprometen a transformar los glúteos en bolas de mármol de Carrara. El discurso de las tiránicas pasarelas aspira a que nuestros desayunos y almuerzos se conviertan en un catecismo para gente virtuosa, torturada y enferma. Mi cuerpo y yo nos resistimos, y preferimos el bando de gourmets y sibaritas, que al fin y al cabo apuestan por la cultura. La cultura culinaria es el arte de saber cocinar y la cultura gastronómica es el arte de saber apreciar lo cocinado, y ambas se basan en criterios de equilibrios y armonías, que es lo que deseo para mí y para quienes me importan.
Cocinar es gozar de la participación en el acto supremo de la creación y desde mi punto de vista, la vigencia y el éxito de la cocina familiar tiene dos características que la sustentan, la definen y la diferencian. Primera, es una cocina de caricias, porque su motivación es generar felicidad en las personas para las que guisamos. En la despensa y la nevera, se almacenan las materias primas imprescindibles para satisfacer sus gustos, con ellas y nuestra imaginación y pericia, buscamos la magia de las sonrisas que son dibujadas en el rostro que amamos, por la delicia de un plato cocinado con amor. Segundo es una cocina de gozos, porque desde ella se combate el hambre, la adversidad, el frío y el aburrimiento, creando platos desde lo poco, pero con mucho ingenio, como unas lentejas viudas, la tortilla francesa con queso fundido, un vaso de leche muy caliente con azúcar, o una fuente de rodajas de naranja con canela.
Cocinar es fascinante, entre sartenes y cazuelas se conforma un universo de olores, colores, tactos, sabores... que de forma mágica derriban barreras y nos seducen... Hasta el punto de que cocinar con la pareja puede ser una experiencia de lo más estimulante. Lo descubrí en “Nueve semanas y media” La imagen de Kim Basinger entrando en la cocina vestida con un albornoz y calcetines blancos, mientras Mickey Rourke corta en aros un pimiento rojo, es una de mis preferidas. Él dice “quiero cierres los ojos y te sientes en el suelo, tienes que prometerme que no mirarás” Delante del frigorífico abierto se materializa una de las escenas de cocina que me resultan más sugerentes, entre otras cosas, porque en contra de lo que siempre nos han enseñado, con las cosas de comer sí se puede jugar… uvas, fresas, sidra, jarabe, macarrones, gelatina, pimientos picantes, leche, agua con gas, miel… Desde ese día la cocina comenzó a presentar más opciones creativas, por eso me gusta que sea amplia, alegre, limpia y luminosa para poder compartirla con amigos y amores.
Para curar mis males elaboro una contundente sopa de ajo. En cuatro cucharadas de aceite de oliva caliente doro cuatro dientes de ajo laminados, unos taquitos de jamón y un puñado de pequeños trocitos de pan duro troceado, cuando huele que alimenta, incorporo una cucharadita de pimentón dulce y revuelvo mientras cuento cinco, enseguida añado cuatro vasos de agua y una desmenuzada pastilla de caldo de carne, dejo hervir un cuarto de hora. Antes de retirarlo del fuego le echo dos huevos que cuajan enseguida, y listo para curar mi cuerpo de otoño y confortar a los chicos que me miman.



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