lunes, 18 de mayo de 2009

Ya no hay nada personal.





Ya no hay nada personal.
3 de mayo de 2009.

Con solo encontrar tu mirada, con solo escuchar el timbre de tu voz, mi cuerpo se estremece. Sé que entre tu y yo ya no hay nada, pero mi corazón desayuna, come y cena de tu recuerdo.
El aroma del café de la mañana me resulta evocador, unas veces me emociona y otras me hace daño, y con esta última taza, he sabido que te vas. Ya solo te tendré en cada gota de mi sangre. Envuelvo la taza con las dos manos intentando que su calor acabe con el frío de mármol que padezco. Entonces recuerdo la calle en que nos cruzamos por primera vez, la noche en que nos conocimos, aquellos ratos felices. Me doy cuenta de lo mucho que me gusta la forma en que sonríes, la dulzura que hay en tus labios, la forma en que suspiras, el modo en que a veces me regañas, la seda de tus manos, el brillo inteligente de tus ojos, los besos que me lanzas con la brisa…Y me muero por tenerte junto a mi.
Evoco aquel primer café. Una bonita mesa con sobre de mármol, espejos dorados en las paredes, sillas de madera torneadas, y por debajo de la mesa se encontraron nuestras rodillas. Mientras hablabas me bañaba en tu mirada cargada de futuro y al respirar, las mariposas del deseo volaban en mi estomago. Y me acercaba la taza de café a los labios, sin saber qué hacer, si contener mis instintos o atraparte para siempre. No sé si has llegado a saber lo que me haces sentir, pero si pudieses haber estado un minuto en mi, tal vez te hubieses fundido para siempre en la hoguera de mi sangre. Siempre has absorbido mi espacio, mientras despacio me hacías tuya.
Ahora que te vas, si no te importa, podrías dejarme parte de tu aliento, no podré vivir sin él, pero te puedes llevar parte de mi alma, te la di con aquel beso... Fue entonces cuando aprendí que existen las emociones intensas, a ver la luz del otro lado de la Luna…
Te pedí que no me contases lo que habías vivido en el pasado. Cada vez que me decías que otra mujer se cogió de tu mano, un incendio abrasaba mis entrañas. Y al mismo tiempo tus caricias en mi piel eran el bálsamo benigno que aliviaba las quemaduras. En realidad he deseado ser la única que te ha amado, he querido pensar que juntos comenzábamos el camino de la vida, que el sentimiento compartido era nuestro punto de partida.
Te pedí que te dejases querer como el viento ama a las nubes, como la alameda al río, como las estrellas a la noche, como la nieve a la montaña. Que te dejases amar como ama la lluvia impetuosa a los lirios de abril, como ama la oscuridad el canto de los grillos. Que te dejases abrazar como la madreselva abraza los barrotes de la reja y como las olas del mar a la arena de la playa.
En realidad esperaba que sintieses lo mismo que yo, que encontrases en mis brazos calor, que de pronto me quisieras besar, que tus manos fuertes tomasen las mías, que deseases llevarme siempre en tu recuerdo, que en cada instante sintiese nostalgia de mí, pero…
Ha sido un privilegio comprobar que al anochecer mis mejillas encontraban en tu pecho su descanso. Ha sido un placer, despertar y ver que el sol anidaba en tu cabello y que la alborada se escondía en tu sonrisa. Ha sido mi delicia saberte en mi cuerpo y en mi alma.
Y hoy, entre mis sábanas, estoy soñando con tu olor… Quizás te añore, pero estoy segura, como dice el bolero, que entre tu y yo ya no hay nada personal.
Dejo esta carta, la última que escribo, en un libro, ya sabes que el mar me queda lejos, y espero que la magia del destino la lleve a tus manos. Para entonces ya seré polvo enamorado. Recibe un cálido beso del color de la puesta de sol. Betisa.
Respiré profundamente, por un momento sentí que me faltaba el aire. Volví a doblar la carta con la suavidad de una caricia, la introduje en el sobre consciente de su fragilidad, necesité olerla por última vez… Abrí el libro por la página ciento veintitrés, dejé en ella aquel mensaje… Y mis manos devolvieron el volumen, encuadernado en piel, al estante. El destino me permitió conocerla, pero no podía olvidar que su sino era esperarlo a él.