Una noche de seducción
29 de abril de 2009.
Mi vida se compone de una suma de abriles, por eso que no cumplo años, y no me preocupa el paso del tiempo. Es una enorme ventaja construir la vida sumando primaveras, porque es un constante renacer. Mi madre me parió el día que la UNESCO eligió para tributar homenaje a la danza, al único idioma que todas y cada una de las personas de este mundo sabemos hablar, el lenguaje innato de nuestros cuerpos y de nuestras almas, el de las generaciones que nos precedieron y el de las que nos sucederán. Un día dedicado a cada canto, a cada impulso, a cada instante que nos han incitado a movernos. Está dedicado a los niños y niñas que fuimos y que, irremediablemente, terminaban dando vueltas con los ojos cerrados y los brazos extendidos, intentando buscar la sincronización con el movimiento de las estrellas. Está dedicado a cada ser que, al margen de sus ideas, sexo, formación, nacionalidad, lengua, color de piel… es capaz de transformar las tradiciones de su pasado en historias del presente y en sueños para el futuro.
Unos días antes de soplar las velas de la tarta, recibí un anticipado regalo, dos invitaciones para la inauguración del nuevo teatro "Isidoro Máiquez" con el que se honra la memoria del actor cartagenero que falleció en Granada en 1820, y que forma parte del Centro Cultural Caja Granada.
Mi regalo estaba dentro de esa maravillosa caja escénica, producto del talento de Alberto Campo Baeza, mi arquitecto favorito, de casi 18 metros de profundidad, de casi 16 metros de anchura y casi 13 metros de altura. Al contrario que el edificio administrativo, que es una gran caja que atrapa la luz y la proyecta en el alabastro, el teatro es una caja negra capaz de transformarse de teatro en plató de cine, de sala de conciertos de rock en espacio escénico para ballet. Y este era, precisamente, el acto programado con un sugerente titulo "Una noche de seducción".
Bajo la dirección del coreógrafo Thierry Malandain, el prestigioso Ballet de Biarritz, presentó dos historias, la de un hombre que se define como libre pensador y mujeriego, y la de una mujer que se regenera en el amor. Sabíamos que una de las principales características de Malandain, como coreógrafo, es su habilidad para adaptar obras clásicas, que disponen de un mensaje intemporal y crear una coreografía de baile contemporáneo.
Así disfrutamos de dos piezas en las que se reunieron dos personajes simbólicos de la literatura universal, la sensual gitana Carmen de la novela de Prosper Mérimée, que sirvió de inspiración para el libreto de la ópera homónima de Georges Bizet, y el libertino y seductor Don Juan, cuya autoría se atribuye a Tirso de Molina en la obra El burlador de Sevilla, y que fue reelaborado por Molière. Mediante esa asociación asistimos a una velada en la que la intrépida heroína y el eterno seductor, intentaron conciliar amor y libertad sobre unas inesperadas músicas de Schubert y Gluck.
Percibimos el amor, la pasión y la muerte. La seducción era el hilo conductor de las dos historias, la del hombre que se deja llevar por el instinto básico, y la de la mujer que busca el amor sin concesión.
El escenario se inundó de expresividad y color. Amarillo, símbolo de mal fario, y negro luto, fueron los colores que tomó la música Franz Schubert, para representar a Carmen. Una mujer dotada de una naturaleza ferozmente independiente e irreverente, cargó la atmósfera de erotismo y sensualidad, mientras se precipitaba hacia una salida fatal.
La escenografía de Don Juan, compuesta por mesas y banquetas de base triangular, proporcionaba múltiples utilidades en la creación de espacios escénicos. Los momentos más apoteósicos se produjeron en las escenas grupales de luto, seducción y muerte, donde el color negro, blanco y rojo del vestuario realizaban una aportación definitiva.
Mis sentidos estaban despiertos y receptivos, disfruté cada segundo de las dos horas de espectáculo, y cuando abandonamos la caja en la que recibí mi regalo de cumple abriles, supe lo afortunada que era por haber nacido en el día dedicado a la danza. Extendí los brazos, miré al cielo buscando mi estrella, respiré profundamente el aroma de la noche y giré sobre mi misma.
Isidoro Máiquez