domingo, 26 de abril de 2009

Un príncipe y un periodista.




Un príncipe y un periodista.
21 de abril de 2009.

Hoy hace ciento dos años que falleció José Requena Espinar, periodista, político, poeta, republicano, viajero, y sobre todo un filántropo.
Ya te he contado que, al igual que Pedro Antonio de Alarcón, participó en la Guerra de Africa. Llegó a Ceuta a finales de noviembre de 1859 como voluntario en las filas del Batallón Cazadores de Arapiles. Participó en el bombardeo sobre las plazas marroquíes de Larache y Arcilla, en el mes de enero de 1860. En el fragor de la batalla un cañonazo dio en la banda de babor del buque que ocupaba Requena, el Isabel II. Los daños fueron importantes, pero mucho peor fue el ataque del viento que, impulsando el fuerte oleaje, estuvo a punto de hacer encallar los barcos en la playa enemiga. A pesar de los daños sufridos y del miedo pasado, salieron sanos y salvos rumbo a la bahía de Cádiz, al Arsenal de la Carraca, el centro militar destinado a la reparación de buques. Desde allí volvió a embarcarse en el General Abatucci para dirigirse al puerto de Río Martín, antes de que se librara la batalla de Tetuan.
Terminada la Guerra, Requena ya se había dejado seducir por el continente negro. Afirma en diferentes artículos en El Accitano, que es un africanista recalcitrante. Por eso se quedó un tiempo viajando por Africa. Le apasionaba la idea de poder encontrar en aquellas tierras "el rastro que siguió la cultura y la civilización de las literaturas griega y romana" e incluso la posibilidad de buscar las raíces "de las razas que depositaron sus frutos en la España de Abderramán, en el sur de Italia, en la exuberante Sicilia"
Tengo muchas lagunas sobre su estancia allí, aunque sí he confirmado que durante un mes estuvo viviendo en El Cairo, en 1860 y donde hizo amistades muy curiosas.
Como la que encontramos en El Accitano, que nos dice que el jueves 30 de septiembre de 1897, a las siete de la tarde llegaba a la estación de ferrocarril de Guadix el príncipe Peac-Peepé, primo hermano de Bootchey, el jefe de la Tribu de los Achantis. Desembarcó en Almería el miércoles, no habiendo querido hacerlo en ningún otro puerto, para así poder dar una sorpresa a sus viejos amigos, entre los que se encontraba José Requena. Diecisiete años antes habían compartido alojamiento en la capital de Egipto y allí se fraguó una amistad que el tiempo no había borrado, porque desde entonces habían mantenido constante correspondencia.
En cuanto Peac-Peepé llegó a Guadix, lo localizó en la plaza. Dado que solo podía quedarse esa noche, porque al amanecer viajaba a Granada, improvisaron una fiesta en la casa de doña Elisa Aguilera. Allí fueron obsequiados con "una respetable provisión de latas de conserva, profusión de salchichones, aceitunas sevillanas, rico jamón de Trevelez, numerosas botellas de rico Jerez" también hubo dulces y costosas cajas de habanos. La celebración comenzó a las once y media de la noche y la velada discurrió en animada charla, gracias a la condición de políglota del príncipe. La terminaron a las dos de la madrugada, por deferencia al ilustre viajero, que a las siete debía ponerse en camino. Pero antes realizaron múltiples brindis con champagne. Fueron varias los accitanos y accitanas invitadas junto a Requena, José Pérez de Andrade, Consuelo Alarcón, y su hija Consuelo, Dolores Sánchez, Ernestina Alarcón y los jóvenes Francisco Rodríguez Peinado, Carlos Reyes y Ernestina Requena Alarcón. Al despedirse y con el objeto de que se le remitiera El Accitano, el príncipe escribió con lápiz en una elegante tarjeta las siguientes señas: A Peac-Peepé, Tribu de los Achantís, Buen Retiro, Madrid.
Y era cierto porque en Madrid se exhibía a la Tribu africana de los Achantis, del territorio que conocemos como Ghana. Comprando una entrada se les podía ver junto a nativos filipinos, y a Inuits, originarios de las zonas árticas. Montaron sus chozas y ofrecían al público un simulacro de su vida, sus costumbres y rituales. Exibir a seres humanos de latitudes lejanas, como hoy hacemos con los animales salvajes, era algo cotidiano y aceptado; un conocido periodista llegó a escribir en la Revista Blanco y Negro: "no muerden, se les puede pasar la mano por encima y no hacen nada". La Ilustración Española y Americana se hizo eco de esta exposición, y en ella he encontrado la foto del jefe Bootchey y su esposa Netre.
Requena trató siempre a Peac-Peepé con la debida dignidad de persona, por eso me pareció que esta era una bonita historia de amistad entre un príncipe negro y un periodista republicano, que debía compartir contigo.