domingo, 5 de abril de 2009

Semana Santa




Semana Santa.
18.3.2002.

Me gusta pasear de noche por la ciudad, son muchas las razones, pero especialmente destacaría que me apetece hacerlo sin el ruido de camiones, coches, motocicletas y aparatos de música a todo volumen. Guadix es una ciudad absolutamente silenciosa y solitaria cuando recibe a la luna.
La tenue iluminación del astro de la noche compite con el esplendor de la luz de los escaparates. No lo hace sin embargo con las farolas de las calles que en más de un caso parecen seres agonizantes, quizá solidarizándose con el Cristo crucificado que los próximos días paseará por los corazones de mucha gente.
Pero permíteme que vuelva a los escaparates. Hay uno que me llama poderosamente la atención. Se encuentra en la calle Doctor Tena Sicilia. Si alguna vez perdiera la orientación temporal y no supiese en que día vivo, solo tendría que acercarme a él y saldría inmediatamente de dudas.
Hace poco más de un mes estaba lleno de máscaras, pinturas para el rostro y el pelo, vestidos que te permitirían ser otra persona, sombreros, pelucas, zapatones, guadañas, artículos para gastar bromas... ¡era el carnaval!
Este mes se pude ver una maniquí vestida de camarera, pero no de las que sirven en las cafeterías, bares, restaurantes o heladerías, sino de las que acompañan las imágenes de las Vírgenes de Semana Santa. Que por cierto, una camarera era la mujer de mayor respeto de entre toda la servidumbre en las casa nobles, y en las casas reales era la que tenía más autoridad de entre las que servían a la reina, en la española debía de ocupar el puesto una dama con el titulo nobiliario de Grande de España.
El traje de la modelo es enteramente negro, con adornos de lentejuelas del mismo color, la falda está cuatro dedos por debajo de la rodilla y es de manga larga y sin escote. Lleva medias de cristal negras y está descalza. En la cabeza una preciosa mantilla sobre peineta de carey, que se luce más porque el brazo derecho de la joven está apoyado sobre la cadera y eso permite observar los detalles. En la mano izquierda lleva un rosario de cuentas de cristal transparente.
En general la propuesta de la tienda es la que más se ajusta al protocolo de vestuario de una camarera. Para salir en procesión tal y como manda la tradición, las faldas no pueden ser ni más cortas ni más largas, con mantilla no se deban llevar trajes de chaqueta ni abrigos, nada de pantalones y por supuesto negro riguroso y elegante. A la mujer del escaparate le faltan unos guantes y tener bien puesta la mantilla.
Yo nunca me he puesto mantilla, pero conozco una dulce y encantadora dama verdaderamente experta en este arte. Muchas de las mantillas que se pasean por Guadix han pasado por sus manos. Ella conoce la técnica y los trucos que le enseñó su madre y tiene el estilo que se sigue en Córdoba y Sevilla y que varía un poco del de Granada y de Jaén. Antes de colocar esta sofisticada prenda hay que preparar una base, con dos pequeñas peinetas, cuatro dedos por debajo de la coronilla de la cabeza. Sobre ellas se colocará la peineta grande, que se fijará al cabello con horquillas, intentando asegurar bien las púas que quedan en la parte más baja. Seguidamente se coloca otra pequeña peineta por delante de la principal, tiene como finalidad evitar que con el peso de la mantilla se incline hacia delante. Llega la hora de colocar la delicada pieza de tul y la forma más segura de centrarla es pasar un hilván de hilo blanco. Una vez centrada se recogen unos pliegues por delante y otros por detrás con alfileres de cabeza negra. Los de atrás se dejan, porque será el broche el que los tape, los delanteros se retiran. Una vez puesta se ha de procurar que la mantilla no sobrepase nunca el bajo del vestido.
El escaparate tiene una buena muestra de mantillas españolas de tul, blonda y encaje negro. Unas están más trabajadas y hechas enteramente a mano y pueden costar de trescientos euros en adelante. Las hay más sencillas y confeccionadas a máquina y se pueden adquirir desde noventa euros. Sobre ellas hay collares, pulseras y pendientes de perlas, que como es sabido es el aderezo que mejor va con el negro.
Se pueden ver muchos modelos de peineta, todas de color carey pero con distintos tamaños y calados. Lo mismos ocurre con los rosarios que están expuestos sobre una tela de raso azul, los hay de plata, de cristal y de madera, y los precios van desde los seis a los treinta y nueve euros. Junto a ellos una selección de alfileres con forma de broche fabricados en rodio o chapados en plata o en oro que sirven para acoplar perfectamente la mantilla a la peineta por encima de la nuca (detalle que le falta a la muestra).
En los estantes de cristal veo guantes blancos y negros, cíngulos, y un puñado de botones de color rojo, negro, morado y amarillo para las túnicas de los hombres y las mujeres que se vestirán de penitentes.
El decorado termina con tres figuras de unos cuarenta centímetros que visten con capirotes y túnicas de distintas hermandades y un cartel oficial de la Semana Santa accitana, en esta ocasión una fotografía de Jesús Nazareno de perfil.
Supongo que este escaparate estará así hasta el mes de abril, en el que se llenará de primavera y de colores, y veremos a la protagonista indiscutible de esta pasarela con traje de flamenca, collares de colores, pulseras de aro, flores de tela en el pelo y mantón de Manila para marcarse unas sevillanas el Día de la Cruz.