Escuchar el silencio
20.4.2003.
En Semana Santa desconecto del trabajo, de los estudios y de prácticamente todo tipo de compromisos y dedico la noche para salir a ver las procesiones que despiertan en mi sentimientos muy contradictorios.
Por un lado descubro un muestrario muy variado de cultura popular: mantos delicadamente bordados con hilos de oro y plata; encajes confeccionados con maestría que son absolutamente frágiles; la orfebrería de los varales, las ánforas, la candelería y los jarrones; los adornos florares que llenan de sutiles aromas y color las calles accitanas; la música (unas veces de capilla, otras de banda de cornetas y tambores, algunas de agrupación musical) que vuelve cada esquina dejando que sus notas se deslicen en nuestros hogares evocando bellas imágenes, me emociona especialmente la Banda Municipal de Guadix; las mujeres con vestidos de luto, con tejas, mantillas y collares de perlas, tan elegantes y formales; los y las penitentes con sus túnicas, capirotes, capillos, capas, cíngulos, velas y penitencias a cuestas; las esculturas de esas imágenes que buscan y consiguen estremecernos con su perfección y cuando pasan cierro los ojos para escuchar el esforzado caminar de los costaleros y costaleras.
Por otro lado no puedo evitar sentir que esta manifestación religiosa es de una gran crueldad, vemos a un hombre joven que ha sido torturado y que finalmente morirá. Le acompaña una madre rota, que llora, que sufre, que abraza al hijo intentando devolverle la vida. Y cuando a esto añades tantas escenas de dolor como vemos cada día por conflictos bélicos, catástrofes naturales, accidentes de carretera, atentados terroristas, maltrato familiar... me siento mal.
Hay algunas cosas que me compensan de esas malas sensaciones. Todos los "lunes santo" un grupo de amigos y amigas, respondiendo a la llamada de Salva, subimos a la Alcazaba para encenderla y poner un bonito marco al paso del Cristo de la Misericordia. Para trabajar no necesitamos linternas, la luna que está creciendo nos ilumina. A pesar del frío y la humedad que nos cala las botas, los calcetines y los pantalones, subimos y bajamos de los torreones colocando las antorchas que encenderemos cuando Tati nos de la señal. Al recibirla nos dividimos por parejas, una persona lleva la mecha y otra el bote de gasolina, esta última empieza su trabajo y quien porta la llama camina con una distancia de seguridad para evitar accidentes. Poco a poco la fortaleza se ilumina y quienes allí estamos nos sentimos satisfechos de contribuir a que un paso tan austero luzca con tanto esplendor.
Me gusta ver el barrio de cuevas que rodea la Ermita Nueva solamente iluminado por el claro de luna, escuchar el silencio que rompe el ladrido de los perros, observar Sierra Nevada apareciendo como un espíritu blanco que abraza los cerros de Guadix y mirar al cielo para realizar un pacto con las estrellas que nos permita estar en la Alcazaba el año que viene.
Pero como no todo es perfecto me permito recordar al Ayuntamiento, que esa ruina de castillo que compraron para que la ciudad y el mundo la disfruten, está en unas pésimas condiciones. Les recomiendo que visiten las fortalezas de Almería y Málaga, tomen nota y se pongan en contacto con la Consejería de Cultura y la Universidad para definir, cuanto antes, un plan de actuación que nos permita a los que ahora tenemos cuarenta años, verla rehabilitada y hermosa antes de morir.