La Primera Tiple y el Magistral.
6.7.2004.
La búsqueda constante de mujeres que debían haber dejado huella en nuestra comarca y que por el mero hecho de serlo se convirtieron en invisibles, me ha llevado hoy hasta una institución cultural que existió en la ciudad de Guadix entre los siglos XIX y XX: el Círculo Católico de Obreros del que fue iniciador el magistral Domínguez. En él se podía tomar café, ya que disponía de una zona de bar atendida por un repostero; jugar al billar; escuchar conferencias sobre temas muy variados o deleitarse en las representaciones de teatro, veladas musicales y recitales poéticos, que con cierta frecuencia se organizaban.
Disponía para ello de un Cuadro Artístico, compuesto por personas jóvenes con gran afición por las manifestaciones culturales, tan es así que bajo el cariñoso, ilustrado y entusiasta cuidado del Magistral pusieron en escena comedias, sainetes y dramas de autores locales. Pero lo más espectacular eran las zarzuelas, muy de moda en aquel momento, mereciendo críticas favorables los estrenos de “Bohemios” y “El niño judío”.
Pertenecían al Cuadro, Fernando Requena López, Rogelio Domínguez, Alfredo Baca, Eduardo Castillo, Carmelo Córdoba, José García Vergara, Luis Ortega, Torcuato Morera y Ruiz Ferrón, entre otros. Y un buen numero de mujeres, de las que podemos citar a Mercedes López “La Telarista”, Josefa Lechuga, María Virgili, Dolores Balboa, Eloísa Moreno, María Hernández, Estrella Párraga, Josefa Encinas y Angustias Buendía.
Destacó de entre aquel grupo una adolescente a quien llamaban Carmela “Caravaca”, en la que Domínguez supo ver una gran artista por sus dotes para la interpretación y por estar en posesión del maravilloso don de una voz excepcional. Trabajó duro con ella animándola y estimulando su capacidad de aprender cada día un poco más, debía adquirir la técnica necesaria para sacar el máximo partido a sus cualidades innatas y de esta manera ver realizado su sueño de ser cantante y actriz. Poco sabemos de su aspecto, pero si se ha escrito sobre la belleza de sus ojos, tan expresivos que una mirada transmitía un mar de sensaciones,
En los años veinte Carmen Iborra había ascendido vertiginosamente a las cumbres del teatro lírico, convirtiéndose en la primera tiple del “Reina Victoria” de Madrid, de donde pasó en muy poco tiempo al “Teatro Apolo”, la sala por excelencia, que se conocía por el sobrenombre de “la catedral”. Su voz y las magníficas dramatizaciones de sus personajes se hicieron populares en los ambientes artísticos madrileños. Y así, en muy poco tiempo, consiguió el aplauso y el cariño de la afición que la convirtió en una estrella. De ella se comentó que era tan honesta y trabajadora, que “en su camerino jamás hubo tiempo, ni sitio para secretos”. Supongo que esta afirmación se refiere más a su conducta sexual que a las intrigas políticas o económicas en las que hubiese podido participar.
En 1924 leemos en Nieve y Cieno una reseña: “En carta recibida de Madrid, nos participa la genial artista señorita Carmen Iborra, que el próximo verano organizará una velada teatral, destinando su ingreso integro para encabezar la suscripción con destino a una estatua que consolide la memoria del llorado Magistral”.
Manuel Serrano menciona la profunda admiración de aquella niña simpatiquísima por su maestro Domínguez, y la impresión que le produce su propuesta, llegando a plantearse si Guadix es una ciudad ingrata que tiene que esperar del arrojo de una accitana de adopción para dar este paso adelante. Es curioso observar como de Carmen Iborra, que siempre presumió de ser accitana, se evidencia en los escritos que solo lo era por residencia, como si se le quisiera negar la ciudadanía local. Aunque esto es algo que ocurre todavía, quienes se consideran “pata negra accitana” siguen mirándonos de reojo a los que, nacidos en otros lugares, llevamos años residiendo en la ciudad.
Nuestra protagonista de hoy, se retiró en el momento cumbre de su carrera porque decidió contraer matrimonio, y ya sabemos que en ese tiempo, no estaba bien visto que una mujer casada trabajase, y mucho menos en el mundo del espectáculo.
El ayuntamiento debería bautizar con su nombre alguna de las calles innombrables del “Barrio de Montecristo”, ya que en la parte correspondiente a “Cristo de los Favores” algunas placas destacan a coetáneos suyos, como el tipógrafo que también fue Jefe de la Policía Municipal Juan Ruiz Ferrón o el relojero y poeta Manuel Fernández Morera.
Considero que sería de justicia recordar a Carmen Iborra, la mujer que fue capaz de llevar el nombre y la esencia musical de Guadix hasta el mágico lugar donde solo brillan las estrellas.
6.7.2004.
La búsqueda constante de mujeres que debían haber dejado huella en nuestra comarca y que por el mero hecho de serlo se convirtieron en invisibles, me ha llevado hoy hasta una institución cultural que existió en la ciudad de Guadix entre los siglos XIX y XX: el Círculo Católico de Obreros del que fue iniciador el magistral Domínguez. En él se podía tomar café, ya que disponía de una zona de bar atendida por un repostero; jugar al billar; escuchar conferencias sobre temas muy variados o deleitarse en las representaciones de teatro, veladas musicales y recitales poéticos, que con cierta frecuencia se organizaban.
Disponía para ello de un Cuadro Artístico, compuesto por personas jóvenes con gran afición por las manifestaciones culturales, tan es así que bajo el cariñoso, ilustrado y entusiasta cuidado del Magistral pusieron en escena comedias, sainetes y dramas de autores locales. Pero lo más espectacular eran las zarzuelas, muy de moda en aquel momento, mereciendo críticas favorables los estrenos de “Bohemios” y “El niño judío”.
Pertenecían al Cuadro, Fernando Requena López, Rogelio Domínguez, Alfredo Baca, Eduardo Castillo, Carmelo Córdoba, José García Vergara, Luis Ortega, Torcuato Morera y Ruiz Ferrón, entre otros. Y un buen numero de mujeres, de las que podemos citar a Mercedes López “La Telarista”, Josefa Lechuga, María Virgili, Dolores Balboa, Eloísa Moreno, María Hernández, Estrella Párraga, Josefa Encinas y Angustias Buendía.
Destacó de entre aquel grupo una adolescente a quien llamaban Carmela “Caravaca”, en la que Domínguez supo ver una gran artista por sus dotes para la interpretación y por estar en posesión del maravilloso don de una voz excepcional. Trabajó duro con ella animándola y estimulando su capacidad de aprender cada día un poco más, debía adquirir la técnica necesaria para sacar el máximo partido a sus cualidades innatas y de esta manera ver realizado su sueño de ser cantante y actriz. Poco sabemos de su aspecto, pero si se ha escrito sobre la belleza de sus ojos, tan expresivos que una mirada transmitía un mar de sensaciones,
En los años veinte Carmen Iborra había ascendido vertiginosamente a las cumbres del teatro lírico, convirtiéndose en la primera tiple del “Reina Victoria” de Madrid, de donde pasó en muy poco tiempo al “Teatro Apolo”, la sala por excelencia, que se conocía por el sobrenombre de “la catedral”. Su voz y las magníficas dramatizaciones de sus personajes se hicieron populares en los ambientes artísticos madrileños. Y así, en muy poco tiempo, consiguió el aplauso y el cariño de la afición que la convirtió en una estrella. De ella se comentó que era tan honesta y trabajadora, que “en su camerino jamás hubo tiempo, ni sitio para secretos”. Supongo que esta afirmación se refiere más a su conducta sexual que a las intrigas políticas o económicas en las que hubiese podido participar.
En 1924 leemos en Nieve y Cieno una reseña: “En carta recibida de Madrid, nos participa la genial artista señorita Carmen Iborra, que el próximo verano organizará una velada teatral, destinando su ingreso integro para encabezar la suscripción con destino a una estatua que consolide la memoria del llorado Magistral”.
Manuel Serrano menciona la profunda admiración de aquella niña simpatiquísima por su maestro Domínguez, y la impresión que le produce su propuesta, llegando a plantearse si Guadix es una ciudad ingrata que tiene que esperar del arrojo de una accitana de adopción para dar este paso adelante. Es curioso observar como de Carmen Iborra, que siempre presumió de ser accitana, se evidencia en los escritos que solo lo era por residencia, como si se le quisiera negar la ciudadanía local. Aunque esto es algo que ocurre todavía, quienes se consideran “pata negra accitana” siguen mirándonos de reojo a los que, nacidos en otros lugares, llevamos años residiendo en la ciudad.
Nuestra protagonista de hoy, se retiró en el momento cumbre de su carrera porque decidió contraer matrimonio, y ya sabemos que en ese tiempo, no estaba bien visto que una mujer casada trabajase, y mucho menos en el mundo del espectáculo.
El ayuntamiento debería bautizar con su nombre alguna de las calles innombrables del “Barrio de Montecristo”, ya que en la parte correspondiente a “Cristo de los Favores” algunas placas destacan a coetáneos suyos, como el tipógrafo que también fue Jefe de la Policía Municipal Juan Ruiz Ferrón o el relojero y poeta Manuel Fernández Morera.
Considero que sería de justicia recordar a Carmen Iborra, la mujer que fue capaz de llevar el nombre y la esencia musical de Guadix hasta el mágico lugar donde solo brillan las estrellas.
2 comentarios:
Ana, creo que he visto por alguna esquina de Guadix, ahora no recuerdo donde, la placa de calle Carmen Iborra.
Tati
Sí Tati, tienes razón. El Ayuntamiento le dedicó una calle hace dos años a propuesta del Consejo de Participación de la Mujer.Si no me equivoco creo que está en la última calle de la Avenida Medina Olmos, antes de acceder al vivero. es probable que la vieras en algún desayuno de los que haces en la pastelería Sierra.
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