LA
TRAPERA.
Ana María Rey Merino
Antropóloga Social.
En el año 2010, Maribel Diez Jiménez y yo,
nos hicimos responsables de una investigación sobre el trabajo de las mujeres
de Guadix, en los setenta y cinco primeros años del siglo XX. Ha sido un
trabajo laborioso en el que han participado muchas mujeres y algunos hombres,
que entregamos al Ayuntamiento de Guadix antes del verano para que se encargase
de su publicación.
Desgraciadamente algunas de las mujeres, que
nos proporcionaron sus recuerdos, sus palabras, sus sentimientos y sus
fotografías, ya nos han dejado. Por eso, y mientras el original del texto llega
a la imprenta, me siento en la obligación de rendir un homenaje póstumo a todas
ellas.
Así que hoy escribo sobre un oficio
tradicional del que supimos durante nuestra investigación y que desempeñaron
muchas mujeres: las traperas.
La Real Academia de la Lengua las define como personas que
tiene por oficio recoger trapos de desecho para traficar con ellos,
que los compra y los vende, y que hace lo mismo con otros objetos usados. Está
vinculado a la venta ambulante y prácticamente ha desaparecido, aunque tal y
como están las cosas no me extrañaría que lo recuperásemos en breve, lo que
tendría su lado bueno si pensamos en la sostenibilidad del medio ambiente y en
el reciclaje que aporta segundas oportunidades a muchos materiales.
La primera
descripción detallada la encontramos a principios del siglo XX en un artículo
que publicó José María García Varela y Torres en el periódico local “El
Accitano” el 5 de junio de 1909. Nos describe a una mujer entrada en años que busca
su pan de cada día “…sudando, sufriendo para obtenerlo penas y trabajos,
angustias y molestias”. Por compañero de faena tiene un borrico sobre el que
coloca capachos de pleita y mimbre en los que transportar las mercancías y en
ellos:
“…se destacan botas que por todos lados lucen
troneras; alpargatas partidas y desechas de tanto servir; trapos de todos
órdenes y de todas categorías; jirones de seda que acaso cubrieron en su
prístino estado gallardo cuerpo de encopetada y altiva dama, yendo en gracia a
su donación a adornar el gentil palmito, de su camarera, niña bonita con más
humos que su señora, descendiendo a la criada por idéntico motivo y terminando
en el cesto de lo inservible; resto de bordada camisa que estrenara, a caso,
púdica doncella en la noche de bodas; trozos de encaje que cubrieron quizá el
seno ebúrneo, marfilado y terso de hermosa señorita; parte de rojo y rameado
corsé que, quién sabe, si en otro tiempo cubrió las desnudeces de impertinente
pecadora, oprimiendo dulcemente sus encantos, codiciados por magnates y
adoradores sin blanca, que después muriera olvidada y miserable; trozos de tela
de algodón que conservan manchas sanguinolentas y átomos de cataplasma como si
hubieran estado al servicio de enfermedad humana; pingajos de prendas
grandemente sucias que es probable fueran de menesteroso, que no se ocupó en
que se trataran con el agua, y que en su persona se desgarraron haciéndose
añicos....”
Pero
el borrico también carga con un cesto en el se pueden encontrar figuritas de
Santos, muñecos desnudos, cajas de ovillos, calcetines y medias, agujas de red,
otras para costura, alfileres de todas clases, cinta de varios colores..... Estas
mercancías son las que la trapera destina al trueque, porque ella solo vende el
material que recoge por los domicilios a los almacenistas, a la gente no le
vende nada, cambia unos productos por otros.
Mi cuñado Torcuato Hernández García lo
confirma, el abuelo de su esposa, Diego Martínez a quien conocían como “el
Trapero” o “Diego Jumilla” tenía un
negocio de almacenista en el que compraba trapos, zapatillas y chatarra. Lo
clasificaba y embalaba en un almacén que tenía en la Avenida Medina Olmos. Estaba
funcionando antes de la Guerra Civil y lo hizo hasta la década de 1960. El
producto comprado a las traperas era llevado por él mismo a Alcoy, para ello se
servía de un carro grande tirado por seis mulas. Vendía los trapos a las
fábricas de papel; los papeles a las fábricas de cartón; los huesos a las
refinerías; las chatarras a fundiciones, y las botellas a los almacenes de
vino. Mientras llegaba a su destino recogía pedidos de vino que le hacían en
las ventas por donde pasaba, de tal manera que, para no hacer la vuelta de
vacío, regresaba por Jumilla donde cargaba su carro con caldos de la tierra
para cumplir con los encargos y para surtir su taberna. Con el negocio
siguieron sus hijas en especial Antonia Martínez Nicolás, que falleció en 1936
y Encarna, fallecida en 2002, a quien tuve el placer de tratar y conocer.
Inolvidable su sonrisa franca. Ella era la encargada de llevar al Ayuntamiento
la lista del material relacionado con la chatarra que se había comprado. Era
obligatoria su presentación porque con ello, la autoridad municipal controlaba
que no se comerciase con materiales procedentes de robos.
Pero
sigamos con el texto de Garcí-Torres que nos describe la forma en que la trapera
accitana anuncia su presencia:
“…con la mano derecha
sujeta el ronzal del borriquillo que la sigue obedientemente, y vocea, vocea su
mercancía, con voz de tiple enronquecida muchas veces por el catarro: ¡Quien
cambia trapos, por niños, agujas, hilo, alfileres, cinta! ¡La Trapera!
Sin
embargo nos cuentan que no siempre era fácil su tarea, porque en tiempo de
mucha necesidad, las mujeres de Guadix también utilizaban los trozos de prendas
estropeadas, si eran sábanas para echar remiendos en otras, si eran camisas
para hacer pañuelos, pero también confeccionaban colchas y alfombras con tiras
de trapos de diferentes colores, harapos de los que nacerán las jarapas y las
colchas de retazos. Lo mismo ocurría con los sobrantes de lanas de tejer o con
las prendas que se deterioraban, como chalecos o saquitos, que con paciencia y
arte se transformaban en bellos cobertores multicolores.
Sin duda las traperas eran mujeres que vivían en la ciudad y de
ella, que la necesitaban, porque encontraron la manera de subsistir con los
restos que generaba. Y esta realidad es también parte de nuestra historia.
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