Vino “apalabrado” de la Contraviesa
6/8/2013
Necesitaba unos días de descanso. Mi cabeza pedía desesperadamente un analgésico para el tremendo malestar que me provocan las noticias en los periódicos, las tertulias de la radio, las consecuencias de todas esas medidas que se han ido aprobando por quienes nos desgobiernan, del cinismo, las mentiras, de la poca vergüenza... Y es que a mi no me anestesian ni el fútbol ni los manipulados conflictos con Gibraltar o Marruecos.
Decidimos perdernos en los paisajes de La Alpujarra, una comarca con tanta identidad como variados contrastes. Un lugar para quienes gustamos del viaje, pero también para artistas y poetas. Las razones de la elección: su proximidad, su paisaje pintoresco y peculiar, su distinguido hábitat, su arquitectura vernácula, su luz, su aire, su agua, su vino, su jamón, sus tomate, sus dulces... sus gentes.
Mientras preparaba el equipaje, añadí el libro de Pedro Antonio de Alarcón “La Alpujarra” y “Al sur de Granada” de Gerald Brenan, porque muy joven adquirí la costumbre de leer lo que otros viajeros han experimentado y compararlo con mis propias experiencias, además los días de descanso son muy propicios para la lectura.
Decidimos que nuestro centro base estaría en Juviles y desde allí, unas veces a pie y otras en coche, recorreríamos el territorio. Cuando abandonábamos la autovía para dirigirnos a Torvizcón intentaba imaginar a Alarcón a lomos de su caballo y no podía evitar sonreír. Viajar a la Alpujarra en aquellos años debía ser como ir ahora al Polo Norte, una travesía de riesgo.
Vimos gentes trabajando la tierra, muchos hombres con la piel negra, y no precisamente por los efectos del sol, sin duda eran africanos. Allí se ha sufrido y se sigue sufriendo porque de la tierra, compañera inseparable, no alcanzan a extraer lo suficiente, y hay que vender barata la mano de obra sacrificada.
Seguramente con esta realidad que conjuga belleza y sufrimiento fue con la que se encontraron primero Alarcón y luego Brenan.
Al visitar la posada que fue primera residencia del inglés en Yegen me quedé absolutamente impresionada. Afortunadamente pudimos deleitarnos en ella gracias a que el ayuntamiento ha dejado las llaves en una castiza taberna próxima, que gestiona una irlandesa, y que con gran amabilidad proporciona todo tipo de explicaciones. Lamentablemente no ocurre lo mismo con la Casa Museo de Alarcón en Capileira que solo abre en agosto. La tabernera nos habló de la visita de Virginia Woolf al pueblo invitada por Brenan, y mientras nos bebíamos una copa de vino “apalabrado” de la Contraviesa decidí que escribiré sobre ella, pero será otro día.
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