domingo, 14 de junio de 2009

Quien no suma, resta.





Quien no suma, resta.
9 de junio de 2009

Cada vez que se convocan elecciones, lo vivo como si recibiera una invitación para participar en un acto de gran valor simbólico. No siempre la mujer española ha podido votar.
La primera vez fue durante la Dictadura de Primo de Rivera. Sin que hubiera existido una presión social especial (en nustro país no se dio el potente movimiento de las sufragistas norteamericanas o británicas) se decide reconocer legalmente a las mujeres el voto administrativo en 1924, mediante el Estatuto Municipal de 8 de marzo (¡qué premonitoria coincidencia!), que se concreta en un Real Decreto fechado el 10 de abril. En el artículo primero se establecía la inclusión de “las mujeres de veintitrés años que sean vecinas y no estén sujetas a patria potestad, autoridad marital ni tutela, cualesquiera que sean las personas con quienes, en su caso, vivan” Se establecía una exclusión “las dueñas y pupilas de casas de mal vivir” También recogía que debía incluirse a la mujer casada cuando viviese separada de su marido en virtud de sentencia firme de divorcio que declarase culpable al esposo; cuando judicialmente se hubiese declarado la ausencia del marido; cuando el marido sufriera pena de interdicción civil, impuesta por sentencia firme; y cuando ejerciera la tutela del marido loco o sordomudo.
Se baraja como posible razon del dictador, para permitir el voto femenino, la de hacer homologable su política tanto en España como en el extranjero. Quizá pensó que podría sumar a su causa la voluntad de numerosas mujeres y que además se adaptaría al sentir del entorno europeo, al que quería incorporarse, muy sensible en ese momento a las reivindicaciones de las sufragistas. Pero no nos engañemos, esta concesión era bastante limitada y, además de absolutamente oportunista, teñida de moralina, porque las casadas quedaban excluidas del voto “para no crear disensiones en el matrimonio a causa de la política” lo que dejaba claro que se imponía el discurso patriarcal, en el que primaba la autoridad masculina sobre la opinión femenina. No obstante, y a pesar de sus limitaciones, fue bien acogido por la sociedad española, y en este sentido el periódico “El Socialista” afirma en sus páginas que “el voto femenino supone un acto revolucionario y parece algo raro que sea un espíritu reaccionario quien haya proyectado esa reforma en España”. Hemos de reconocer que, con esta recortada concesión de Primo de Rivera, se despejaba el camino para lograr el sufragio femenino en la Segunda República.
Por eso cada vez que voto, y voto siempre, lo hago por mí y por todas las mujeres que soñaron con poder hacerlo y no lo consiguieron. Acercarme a un colegio electoral con mi documento de identidad en la mano, y manifestar mi voluntad de manera directa, permite que tome conciencia de mi condición de ciudadana libre y se convierte en un delicioso ritual del que disfruto con intensidad.
Otra cosa son los resultados. En esta ocasión hemos vuelto a perder la oportunidad de construir una Europa social, con ello dejamos que siga siendo un simple mercado, y renunciamos al sueño de convertirla en un potente referente para el mundo. Un parlamento europeo de derechas y rendido a los intereses de un liberalismo avaricioso y egoísta que nos ha sumido en la situación crítica en que nos encontramos, es la apuesta para los próximos años.
Leyendo resultados en términos locales, se manifiesta la tendencia progresista de la ciudad, lo dicen los 3342 votos socialistas y los 200 de Izquierda Unida, que superan en 500 al Partido Popular. Es cierto que respecto a los resultados de las mismas elecciones de 2004, el PP mejora sus cifras en casi 300 votos, más o menos los mismos que pierde el PSOE. Evidentemente esto admite muchas lecturas pero, desde mi particular reflexión, considero imprescindible que, en el seno de la desavenida familia socialista, se revisen con lupa los resultados. Entre líneas y comparando muchos números se ve la perdida progresiva de apoyos, y esto se resuelve recuperando la credibilidad y trabajando mucho. Pero para conseguirlo se debe soltar lastre, ese peso muerto y nocivo de quienes se siguen considerando a sí mismos “imprescindibles”, de quienes manejan el destructivo discurso de “quien no está conmigo está contra mí”, de esos que no admiten que compañeros y compañeras brillen con luz propia y ocupen puestos de responsabilidad en los diferentes escenarios políticos. Mi abuela dice siempre que quien no suma, resta, y los hombres y mujeres del socialismo accitano deben apartar de las primeras líneas de acción a quienes se empeñan en restar.