Réquiem por la hermana muerta.
7 de octubre de 2008.
El sábado pasado volví de Baeza. Quería relajarme y disfrutar del fin de semana. Como es mi costumbre me dispuse a saber lo que pasaba por el mundo. Al coger el periódico Ideal me quedé emocionalmente desarmada, total y absolutamente perpleja. No podía apartar mis ojos de la fotografía que aparecía en primera plana.
Tres mujeres jóvenes en fila, vestidas con el uniforme color caqui del Ejercito de Tierra, la cabellera sobriamente recogida en moño, el gesto roto de dolor, los ojos hirviendo en lágrimas, el porte marcial, su mejilla izquierda apoyada sobre el rojo y gualda de la bandera nacional, sobre sus hombros el féretro de Encarna García, soldado profesional de 34 años, su compañera.
Mirándola pensé que se trataría de otra víctima del terrorismo. Pensé que estas sufrientes mujeres trasladaban el ataúd mientras escuchaban cantar, al resto de la tropa y del mando “La muerte no es el final” Esa que dice: “Cuando la pena nos alcanza, del compañero perdido. Cuando el adiós dolorido, busca en la fe su esperanza. En tu palabra confiamos, con la certeza que Tú, ya lo has devuelto a la vida, ya lo has llevado a la luz”
Fue entonces cuando leí el pie de la fotografía: “Despedida. Amigas y compañeras no pudieron contener las lágrimas en el entierro de Encarna, asesinada por su compañero”
No supe como interpretar la palabra compañero, ¿se refería a un soldado que había resuelto un conflicto personal o laboral a tiros? o por el contrario ¿estábamos ante otro brutal marido, novio o amante que la mató porque era suya?
Fuese cual fuese la interpretación definitiva y correcta de la palabra “compañero” me encontraba ante una nueva víctima del terrorismo machista.
Yo considero terrorismo contra las mujeres lo que se ha dado llamar violencia de género, cuando esta termina con una mujer muerta. Es violencia de género la que se ejerce hacia las mujeres por el hecho de serlo, y bajo este paraguas se incluyen la violencia física, la psicológica, la sexual y la económica.
Porque no solo hablamos de golpes, puñetazos, patadas, quemadura, mordiscos, cortes, puñaladas, asfixias… También hablamos de amenazas, insultos, humillaciones, desprecio hacia la mujer, a sus opiniones, hacia lo que hace, al trabajo que realiza... Un trabajo remunerado que el agresor quiere impedir para controlar el acceso de la víctima al dinero, y si no lo consigue la obliga a entregarle sus ingresos, haciendo él uso exclusivo de los mismos. Por supuesto el “señor” limita los contactos sociales y familiares de su pareja, aislándola de su entorno y privándola así del imprescindible apoyo social. Y convierte a la dama en un objeto sexual, mediante presiones físicas y psicológicas, que pretenden imponer una relación carnal no deseada, recurriendo a la coacción, intimidación o indefensión.
La violencia contra las mujeres está vinculada al desequilibrio en las relaciones de poder entre los sexos en los ámbitos social, económico, religioso y político, a pesar de todos los esfuerzos de las legislaciones en favor de la igualdad. Constituye un atentado contra la seguridad, la libertad, la dignidad y la integridad física y psíquica de la víctima y todo ello supone, por lo tanto, un obstáculo para el desarrollo de una sociedad democrática.
La perplejidad de la sociedad ante tanta violencia no deja de sorprenderme, cuando las agresiones familiares no son un fenómeno producto de nuestros días, sino una tragedia que ha estado siempre presente en muchas familias y que ha sido silenciado bajo el pretexto de que la violencia contra las mujeres es un asunto privado. Con esta actitud, nuestra sociedad está siendo cómplice de esas muertes. Tampoco debemos olvidar que, por esta violencia, la mortalidad de mujeres, supone diez veces más que el número de víctimas que se cobra el terrorismo político, y la sociedad no reacciona. ¿Es que la vida tiene diferente valor si quien es enterrada es una mujer?
Como comunidad debemos mostrar la misma capacidad de respuesta que, afortunadamente, manifestamos cuando se produce un acto de terrorismo político, y suficiente sensibilidad y colaboración para que, con su denuncia, se eviten agresiones y muertes. Estamos ante un gravísimo problema con entidad política, fruto de una ideología sexista, que vulnera los derechos fundamentales y humanos de las mujeres, obviando su condición de persona, limitando su libertad y autonomía hasta el extremo de disponer de sus vidas.
Hoy solo nos queda entonar un réquiem por la hermana muerta, y trabajar tejiendo redes de sororidad que nos ayuden a conseguir una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.
7 de octubre de 2008.
El sábado pasado volví de Baeza. Quería relajarme y disfrutar del fin de semana. Como es mi costumbre me dispuse a saber lo que pasaba por el mundo. Al coger el periódico Ideal me quedé emocionalmente desarmada, total y absolutamente perpleja. No podía apartar mis ojos de la fotografía que aparecía en primera plana.
Tres mujeres jóvenes en fila, vestidas con el uniforme color caqui del Ejercito de Tierra, la cabellera sobriamente recogida en moño, el gesto roto de dolor, los ojos hirviendo en lágrimas, el porte marcial, su mejilla izquierda apoyada sobre el rojo y gualda de la bandera nacional, sobre sus hombros el féretro de Encarna García, soldado profesional de 34 años, su compañera.
Mirándola pensé que se trataría de otra víctima del terrorismo. Pensé que estas sufrientes mujeres trasladaban el ataúd mientras escuchaban cantar, al resto de la tropa y del mando “La muerte no es el final” Esa que dice: “Cuando la pena nos alcanza, del compañero perdido. Cuando el adiós dolorido, busca en la fe su esperanza. En tu palabra confiamos, con la certeza que Tú, ya lo has devuelto a la vida, ya lo has llevado a la luz”
Fue entonces cuando leí el pie de la fotografía: “Despedida. Amigas y compañeras no pudieron contener las lágrimas en el entierro de Encarna, asesinada por su compañero”
No supe como interpretar la palabra compañero, ¿se refería a un soldado que había resuelto un conflicto personal o laboral a tiros? o por el contrario ¿estábamos ante otro brutal marido, novio o amante que la mató porque era suya?
Fuese cual fuese la interpretación definitiva y correcta de la palabra “compañero” me encontraba ante una nueva víctima del terrorismo machista.
Yo considero terrorismo contra las mujeres lo que se ha dado llamar violencia de género, cuando esta termina con una mujer muerta. Es violencia de género la que se ejerce hacia las mujeres por el hecho de serlo, y bajo este paraguas se incluyen la violencia física, la psicológica, la sexual y la económica.
Porque no solo hablamos de golpes, puñetazos, patadas, quemadura, mordiscos, cortes, puñaladas, asfixias… También hablamos de amenazas, insultos, humillaciones, desprecio hacia la mujer, a sus opiniones, hacia lo que hace, al trabajo que realiza... Un trabajo remunerado que el agresor quiere impedir para controlar el acceso de la víctima al dinero, y si no lo consigue la obliga a entregarle sus ingresos, haciendo él uso exclusivo de los mismos. Por supuesto el “señor” limita los contactos sociales y familiares de su pareja, aislándola de su entorno y privándola así del imprescindible apoyo social. Y convierte a la dama en un objeto sexual, mediante presiones físicas y psicológicas, que pretenden imponer una relación carnal no deseada, recurriendo a la coacción, intimidación o indefensión.
La violencia contra las mujeres está vinculada al desequilibrio en las relaciones de poder entre los sexos en los ámbitos social, económico, religioso y político, a pesar de todos los esfuerzos de las legislaciones en favor de la igualdad. Constituye un atentado contra la seguridad, la libertad, la dignidad y la integridad física y psíquica de la víctima y todo ello supone, por lo tanto, un obstáculo para el desarrollo de una sociedad democrática.
La perplejidad de la sociedad ante tanta violencia no deja de sorprenderme, cuando las agresiones familiares no son un fenómeno producto de nuestros días, sino una tragedia que ha estado siempre presente en muchas familias y que ha sido silenciado bajo el pretexto de que la violencia contra las mujeres es un asunto privado. Con esta actitud, nuestra sociedad está siendo cómplice de esas muertes. Tampoco debemos olvidar que, por esta violencia, la mortalidad de mujeres, supone diez veces más que el número de víctimas que se cobra el terrorismo político, y la sociedad no reacciona. ¿Es que la vida tiene diferente valor si quien es enterrada es una mujer?
Como comunidad debemos mostrar la misma capacidad de respuesta que, afortunadamente, manifestamos cuando se produce un acto de terrorismo político, y suficiente sensibilidad y colaboración para que, con su denuncia, se eviten agresiones y muertes. Estamos ante un gravísimo problema con entidad política, fruto de una ideología sexista, que vulnera los derechos fundamentales y humanos de las mujeres, obviando su condición de persona, limitando su libertad y autonomía hasta el extremo de disponer de sus vidas.
Hoy solo nos queda entonar un réquiem por la hermana muerta, y trabajar tejiendo redes de sororidad que nos ayuden a conseguir una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales.