domingo, 5 de octubre de 2008

Potro de herrar




Potro de herrar
3 de abril de 2005.

Decían que Osiris creó la agricultura que era fuente principal de la riqueza en Egipto. A su muerte el pueblo creyó que el alma de su rey había pasado al cuerpo de un buey, que es el animal indispensable para realizar las labores del campo y, por ello, le prestaron completa adoración y le llamaron Apis. Pero para ser sagrado el buey debía cumplir unos requisitos: sería negro, con una mancha en la frente, media luna sobre el costado derecho (ambas blancas) y además un águila tatuada en la espalda. El pueblo creía que estas señales era naturales y no obra de los sacerdotes. Hallado el animal, lo protegían y alimentaban cuarenta días, quedando al cuidado de un grupo de mujeres, que eran las únicas autorizadas para verlo. Cumplido el plazo, equipaban lujosamente un barco y el Buey Apis, navegaba por el Nilo hasta Menfis, dónde era recibido por los sacerdotes con un gran ceremonial en medio de las aclamaciones del pueblo. Entonces lo conducían al santuario de Osiris, en el que había dos establos y lo colocaban al frente de ellos, y según el establo que eligiera para entrar (el de la izquierda o el de la derecha) anunciaba buenos o malos augurios. Según los libros sagrados Apis solo podía vivir un determinado número de años y cumplido el plazo, el animal era ahogado en el Nilo, dentro de un respeto reverencial. Luego lo embalsamaban y celebraban magníficos funerales, mientras el pueblo lloraba como si otra vez hubiera muerto el dios Osiris. El duelo duraba hasta que los sacerdotes consagraban a otro Buey Apis y, entonces, había animadas celebraciones, durante toda una semana. Y es que Osiris, el Buey Apis, guardaba de nuevo la suerte de Egipto.
Sean los bueyes dioses o no, lo cierto es que han sido colaboradores necesarios en la vida cotidiana. Hasta los años cincuenta del siglo XX, los animales constituían un elemento fundamental en el desarrollo de las tareas agrícolas y en la supervivencia de las gentes de nuestros pueblos, por tanto había que cuidarlos lo mejor posible. El herraje era uno de estos cuidados. Para que pudieran caminar cómodamente había que ponerles, de vez en cuando, herraduras a sus cascos. Herrar al ganado asnal, mular y caballar, no resultaba, salvo excepciones, excesivamente complicado. Mucho más peligrosa se hacía esta operación cuando se trataba del ganado vacuno porque no aguantan de pie sobre tres patas. Lo mejor era inmovilizar al animal para hacer el trabajo sin miedo a coces y cornadas. Para eso se inventó el potro de herrar.
Estaba formado por cuatro o seis troncos de madera clavados en el suelo, formando un rectángulo, de tal manera que dentro de él cupiera el animal que habría de herrarse. A su vez, los pilares de los lados más largos estaban unidos con dos vigas horizontales, de las que colgaban unas cinchas de cuero con las que se inmovilizaba al animal. En el frente, se colocaba un yugo (algunos le llamaban ubio) de madera, donde se sujetaba la cabeza de la bestia, estando curvado en su parte central para adaptarse al cuello. En la parte superior de los dos postes traseros, existía un travesaño para sujetar el rabo. Si dividíamos en cinco partes los postes verticales, de la más próxima al suelo, salían los caballetes (algunos les llamaban apoyamanos) en los que, de forma alternativa, se ataban las patas de los animales, con cinchos de soga o cuero, para proceder al cambio de herraduras.
El herrador necesitaba un fogón. Sobre el yunque cortaba las platinas de hierro en tamaños adecuados para bueyes y vacas. Su herramienta principal era el pujavante o pala de hierro acerado y afilado, con él se arreglaba el casco de las bestias, se perfeccionaba con las tenazas y con las cuchillas.
Quizá estas explicaciones resulten un poco farragosas, así que lo mejor es que te acerques esta tarde a las siete, a la calle Pachecos, se va a proceder a la presentación del monumento escultórico “Potro de Herraje”, obra del autor cubano Sixto Bosmenier Cabrera. Con él han colaborado estrechamente la escultora Mª Ángeles Lázaro Guill que ha puesto ilusión y Thomas Jakel que ha proporcionado técnica y corazón. El potro de herrar es una de las frágiles reliquias que quedan en Guadix para recordar la vida ganadera de antaño, y debemos mantenerlo con respeto entre los tesoros de nuestro patrimonio etnográfico.