domingo, 19 de octubre de 2008

Viento del olvido


Viento del olvido.
15.10.2008

Hay un viento que no es viento/ y es el viento del olvido./ No ulula, ni tiene silbido./Es gélido, sin llanto ni lamento./ ¡No me digas que el viento/ el amor tuyo abatió!...
Se equivocó radicalmente José Artero Rodríguez, el autor de estos versos, si al escribirlos pensaba que con el paso del tiempo, las personas que amaba y que le amaban, dejarían que el sentimiento se diluyese en le fluir de la horas y los días.
El doce de octubre, al cumplirse cien años de su nacimiento, congregó a su familia en el cementerio barcelonés de Palau-solitá i Plegamans. Depositaron en su tumba un centenar de claveles y recitaron sus poemas.
Lo sé porque su nieta Teresa Artero es mi confidente. Con ella me reúno al menos una vez al año, y nos tomamos un “café paliqueado” de esos que duran toda la tarde, que es lo que necesitamos para ponernos al corriente de nuestras respectivas vidas.
Ella me ha regalado una grabación de los poemas de José Artero recitados por él mismo. Y ha sido un gozada para mis sentidos. Ya sabes que me encanta la poesía, que gracias a ella la vida se llena de ritmo, de belleza… Tomar posesión de mi sillón de madre, cerrar los ojos y dejar que el poeta acaricie mi corazón con su palabra, es un buen broche para cerrar un día de afanes y trajines.
La madre de José se llamaba Consuelo Rodríguez Matarin, su padre Pedro Artero Campos, y vivieron en las “Casas de Tarifa” del barrio de la Estación. Él era maquinista de primera, uno de los que inauguraron la línea Guadix-Almendricos en el año 1907. Recordemos que el tramo que unía nuestra ciudad con la vecina Baza se puso en funcionamiento en ese año, con lo que se materializó la conexión ferroviaria con el Levante, treinta y un años después de la concesión para su construcción. Pedro participó en la huelga general revolucionaria de los ferroviarios de agosto 1917, que fue convocada conjuntamente por UGT y CNT como protesta por la grave situación social que se vivía en España, y que terminó con más de dos mil ferroviarios detenidos y muchos muertos. Él experimentó, como consecuencia, muchas dificultades laborales en años posteriores. No es de extrañar, por tanto, que por las venas de José Artero circulase una sangre roja y oxigenada, que se movía entre el socialismo y el comunismo y que le llevó a tener una clara conciencia de clase. José admiraba profundamente a su padre, y en una entrevista que le hicieron en Radio Juventud de Almería en otoño de 1978, contaba que aunque nunca le dijo que leía su escritos, supo por los amigos, que los reunía para comentarlos, por lo que se sintió respaldado e íntimamente orgulloso. Pedro inspiró con su ejemplo el cuerpo de valores que iluminarían la vida de su hijo, lo que se refleja en muchos de los poemas que construyen el libro “Arena y Horizonte”: ¿Quiénes andan por senderos malditos?/ ¿Quién a lomos del semejante cabalga?/ ¿Quién la miel de la vida hace amarga?/ ¿Quiénes se tienen por santos y benditos? O estos otros: Seres que se debaten/ y solo quieren vivir/ sin que el hambre los mate/ y el odio los haga sufrir.
Con un alma sensible y sedienta, bebía en la fuente de los poetas andaluces Bécquer y Antonio Machado. Es evidente que su corazón destilaba tinta de sangre en los artículos periodísticos que publicaba en Almería, y el hecho de que fuese Jefe de la Policía Municipal afecto a la República, provocó su detención y condena por el régimen fascista de Franco. Volvió a Guadix como desterrado.
José Artero desde muy joven estuvo unido al amor de su vida, Teresa Verdegay, a la que admiraba por haber sido compañera y “bálsamo que curó mis sinsabores” Muchos años antes de que ella falleciese, le dedicó el poema ¡Mi musa hasta la muerte!, en el que hacía una petición: ¡Antes que tú, la frialdad de la muerte,/ me haga sentir ese frío lacerante! Para su desgracia ella falleció antes y él tuvo que vivir algunos años con esa tremenda ausencia. Le ayudaron a sobrellevarlo sus hijos: Pedro, José, Julio y Teresa.
Como abuelo ejerció sobre Tere gran influencia, fue guía en su comprensión del mundo, y fuente constante de cariño, lo que sin duda es un buen legado. Me gustan las personas que hunden sus raíces en los afectos familiares. Por eso hoy quiero brindar por el centenario del nacimiento de José Artero y desearle una larga vida en nuestro recuerdo.