martes, 24 de febrero de 2009

El entierro de la sardina






Entierro de la sardina.
26 de febrero de 2006.


Algo debe tener el Carnaval que resiste en el corazón y el subconsciente del pueblo a pesar de haber sido condenado por la iglesia católica desde el siglo IV, y después prohibido por un régimen dictatorial casi cuarenta años, pero con todo es muy difícil de erradicar.
El Miércoles de Ceniza abre las puertas de par en par a la Cuaresma, pero antes es preciso hacer una cosa, la última celebración del Carnaval: enterrar a un pez teleósteo. Así es, ni más ni menos que el entierro de una sardina en persona o en efigie, que da lo mismo.
En muchísimos pueblos y ciudades españolas ese día, o en su defecto el domingo anterior, se procede al entierro solemne de este animal marino con ataúd, plañideras, cirios y jaculatorias al efecto. Sin embargo, este ritual tan profano se remonta unos cientos de años.
Su origen se sitúa en la época del rey Carlos III, quien decidió durante un Miércoles de Ceniza que había que desterrar la carne para cumplir con la abstinencia propia de la Cuaresma. A tal fin organizó una fiesta en la Plaza de Ópera y mandó traer suculentas sardinas para combatir el hambre imperante, ya que chuletillas de cordero estaría mal visto. Sin embargo, aquel fue un día que el sol apretó lo suyo, y los rigores propios del invierno, se transformaron en un día más propio de la inminente estación primaveral, así que las sardinas empezaron a descomponerse, hasta el punto que el hedor del pescado impidió que fuese consumido. La gente no se resignó ante esta circunstancia adversa, y sobre la marcha se organizó un simulacro de entierro y el pueblo llano se dirigió en comitiva hacia la Casa de Campo, para enterrar y deshacerse de la putrefacta carga. Esta procesión tan singular, parece que cayó en gracia al pueblo de Madrid, y desde entonces se convoca a sus gentes para efectuar de nuevo el entierro de la sardina año tras año, en un acto simbólico por el que se niegan a prescindir de la carne.
Testigos de excepción de estas fiestas populares han sido Goya y Mesonero Romanos. El primero pintó un cuadro titulado "El entierro de la sardina" entre 1812 y 1819, en el se representa un concurrido grupo de hombres y mujeres disfrazados participando en la juerga, y portando un gran pendón del Carnaval con el rostro del Dios Momo. El segundo nos deja constancia de ella en "Escenas matritenses", donde se refiere al Carnaval de 1839, y nos dice que la comitiva descendía desde el Madrid castizo hasta el río, pasaba el Puente de Toledo, y más adelante se enterraba la sardina que había sido llevada en andas y en la boca de un pelele que era a su vez quemado en alta pira.
Con esta última convocatoria festiva de don Carnal empieza el ciclo de la Cuaresma y la ceniza nos invita a tomar contacto con la "realidad" y simboliza la precariedad de la vida humana, pero también la resurrección, ya que esta se producirá a partir de nuestras propias cenizas. Proceden, las que se utilizan para llevar a cabo esta práctica, de la incineración de las palmas benditas repartidas el Domingo de Ramos del año anterior. Con su aplicación sobre la frente se recuerda el texto del Génesis "Polvo eres y en polvo te convertirás". Hubo un tiempo en que las observancias de la cuaresma eran bastante rígidas en lo relacionado con el ayuno y la abstinencia, que debían ser cumplidos estrictamente porque se recuerdan los cuarenta días de ayuno y meditación que pasó Jesús en el desierto. Sólo permitía una comida al día en la cual no se consumían carne, huevos o pescado. Paulatinamente la iglesia ha ido modificando sus mandatos, permitiendo el consumo de carnes de aves y pescado. Actualmente se guarda abstinencia de carne sólo los días viernes de la temporada de cuaresma.
Este año he utilizado durante todo el Carnaval, en Granada, en Loja y en Guadix, mi traje de doña Cuaresma, ese tan maravilloso que diseñó y cosió para mí mi amiga Antonia Lubian. Un vestido de raso y encaje negro que representa la austeridad y un fondo violeta, que es el color litúrgico que simboliza de arrepentimiento y la penitencia, pero está adornado con flecos, plumas y lentejuelas que son un guiño a la alegría de vivir. Cuando escribo este texto me estoy preparando para asistir a la final de Comparsas y Chirigotas en el Mira de Amezcua, y terminando de hacer mi maleta, porque este año entierro la sardina en Santa Cruz de Tenerife.