sábado, 14 de febrero de 2009

Es más facil escribir de amor que mirar con amor.







Es más fácil escribir de amor que mirar con amor.
11.2.09

A veces me pregunto si la falta de pulso de las celebraciones de carnaval, se deberá a que formamos parte de una civilización constructora de máscaras, en la que “ser” se suele confundir con “parecer ser” Vivimos en una sociedad hipócrita en la que el fingimiento de la personalidad esta admitida en la las relaciones sociales. Estarás de acuerdo conmigo que no existe un sistema de comunicación, desde la palabra hablada hasta la más sofisticada herramienta digital, que no lleve en su naturaleza la posibilidad de la mentira. Humberto Eco escribe “si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad: en realidad, no puede usarse para decir nada”
Este pensamiento fuerza una emulsión intelectual con las imágenes de corazones rojos, Cupido disparando flechas de amor, antifaces, serpentinas y confeti. Y el resultado apunta a Internet.
Un espacio para conocer gente, para escapar de las rutinas cotidianas, de nuestra sombra y también para seducir y enamorarse. Siempre habrá alguien con quien compartir el instante perfecto. No importa el lugar. No importa nuestra imagen, es irrelevante si somos una belleza o un adefesio, si chispean nuestros ojos al sonreír o lloran las comisuras de nuestros labios, si peinamos canas o recogemos la melena en dos coletas. Eliminado el obstáculo de las apariencias físicas somos, principalmente, lo que dicen las palabras que escribimos, invitándonos a representar el papel elegido como personajes de ficción. Algo que no es nuevo, recuerda a Cyrano de Bergerac.
Cada uno, cada una, nos mostramos como somos, o como deseamos ser, sin ningún condicionante corporal. En Internet llevar puesta una máscara es totalmente irrelevante. De hecho, el anonimato permite que a veces el mejor disfraz sea nuestra verdadera personalidad. En un chat, por ejemplo, nunca podemos saber si quien está detrás de la pantalla es quien dice ser, sólo sabemos lo que nos muestra ser, que no es necesariamente lo mismo. Todas las transgresiones son imaginables, todas las suplantaciones son posibles, todas. El galante caballero que ocupa los sueños amorosos de una dama puede ser un programa de inteligencia artificial preparado para interactuar con personas, especialmente diseñado por una empresa de software de entretenimiento con el objeto de animar la participación en chats y comunidades virtuales.
En las relaciones de Internet el nacimiento del amor prescinde de la existencia del cuerpo. Dos personas se conocen e intercambian mensajes, la escritura es lo que una conoce de la otra. El camino transita por enamorarse de las palabras, construir con ellas una imagen que evocar, conversaciones sin sonrisas ni gestos, que consiguen, a pesar de todo, aligerar la angustia, el dolor por la ausencia de un amor anhelado.
La relación crece contenida en los márgenes que establece la distancia. Se desea el encuentro, pero también se teme, porque resulta más fácil encender el ordenador que concertar un encuentro, escribir de amor que mirar con amor, leer que besar, teclear que acariciar, imprimir un emoticón que regalar una sonrisa.
La figura idealizada se desvanece al materializarse en un cuerpo. La mirada, la sonrisa, el gesto y el olor revelan que allí donde había seductoras palabras, hay una persona con su atractivo y sus limitaciones. Cuando el escudo protector de la pantalla desaparece, de nada sirven ya los versos que enamoraron. Cuando los cuerpos se saben cerca, nada es igual. Las máscaras caen y dejan ver rostros asustados o alegres, enamorados o indiferentes.
Al enfrentarse a la abrumadora presencia de los cuerpos, la carne que somos, aparece en todo su dramatismo, condicionando la viabilidad de las relaciones que crecieron tras la segura frontera del ordenador. La persona idealizada, rara vez responde a las expectativas. Si la brecha entre el ser imaginado y el real es muy profunda el alejamiento será definitivo. Pero de vez en cuando, la primera mirada revela complicidades propias de una intimidad que viene de lejos. Entonces, el amor es posible.
Pero ha de quedar claro que las máscaras no están en Internet, son nuestra creación.
Sí en esta plaza sin espacio físico, en este territorio simbólico, el círculo acogedor y perfecto del amor no termina de cerrarse, conocemos el final, cuando apaguemos la pantalla, sentiremos la ausencia, todas las ausencias. Y caerá nuevamente la noche oscura sobre la razón.
Por eso prefiero mantenerme en la luz de la verdad, quedar para desayunar, mandarte flores, brindar “dabondo”, vestirme de fantasía de carnaval, leerte poemas, llenar mi rostro de estrellas, tomar tu mano, regalarte una sonrisa, mirarme en tus ojos, y sentir latir tu corazón.