lunes, 28 de septiembre de 2009

Individuas de dudosa reputación.




Individuas de dudosa reputación.
Ana María Rey Merino.
23 de septiembre de 2009.

Cierro el libro y no puedo apartar la mirada de la portada, me estremezco con la visión de dos mujeres rapadas al cero, una pude tener mi edad, la otra despierta a la juventud. He leído el libro de Pura Sánchez “La represión de las mujeres en Andalucía durante la Guerra Civil y la posguerra (1936-1950)”. La autora es profesora de Instituto, ejerce su profesión en Sevilla y nació en un pueblo de nuestra comarca, en Benalúa.
La profesora Sánchez se pregunta por qué y para qué se las reprimió, y afirma que fueron castigadas por transgredir el modelo tradicional de mujer defendido por los represores, que concebían a las mujeres como ángeles del hogar, sin deseos, sin ambiciones… La represaliada lo es por ejercer los derechos que se han ido conquistando a lo largo del primer tercio del siglo XX, que se concretan con la experiencia democrática de la II República y que supone su reconocimiento como ciudadana.
De acuerdo con el modelo tradicional, se juzgó a las mujeres por su dudosa moralidad pública y privada; por vivir “amancebada” (aquí se incluían todas las casadas por lo civil); por ser defensora en público del ateísmo; por haber encabezado una manifestación; por quejarse de las condiciones de la vida cotidiana; por prestar auxilio a los padres, hermanos o maridos huidos; por ser hija, hermana o esposa de un señalado izquierdista (se consideraba un agravante que se le hubiera aplicado el “bando de guerra” es decir ejecutado sumarísimamente); por recoger dinero para el Socorro Rojo; por organizar los turnos para hacer la siega y hacer que fueran a segar también “señoritas” de derechas; por mofarse de los santos… Todo ello constituía una trasgresión social y moral intolerable que había que castigar.
Pero además de la represión con apariencia de legalidad ejercida por los tribunales militares, las mujeres sufrieron otra, ejercida de modo directo por las tropas y los paramilitares falangistas, cuando se llevaba a cabo la llamada “liberación” de un territorio. Frente a formas represivas que son compartidas con el hombre, la mujer se hace especialmente acreedora de un modelo de represión que se practica a la luz del día con el fin de promover su humillación, a la vez que se le marca socialmente mediante un castigo que se puede visualizar día a día y que, por extensión, salpica a su propia familia. Se trataba del terrible sometimiento de las mujeres al escarnio público. El proceso se escenifica con la conducción de mujeres por las calles, en procesión y a veces con banda de música, en dirección a la sede de Falange o a las dependencias municipales para ser peladas pero, además, purgadas con ricino y devueltas a la vía pública para que inmediatamente se contemplasen los resultados.
El pelado “al cero” constituía una práctica de alto valor simbólico, en tanto que privaba a las mujeres de lo que secularmente se consideraba el atributo femenino por excelencia: el cabello largo. La pelona representaba a todas las que se habían atrevido a aspirar a unas cotas de emancipación e independencia reservadas a los varones. Al pelarlas su feminidad estaba siendo ritualmente destruida. Su papel en el victorioso orden social franquista era el de pasiva, piadosa, y sumisa mujer-madre.
La purga con aceite de ricino era el complemento, con un importante grado de simbolismo que oscila en el binomio pureza-impureza. Para los sublevados las rojas eran impuras. El ritual de la purga ilustraba la purificación a través de la expulsión del cuerpo de demonio del comunismo y de todas las formas de pensar ajenas al nacional-catolicismo. Las heces eran la prueba visible de la mucha suciedad que guardaban las mujeres degeneradas en su interior. De hecho la propaganda oficial convirtió a las rojas en seres monstruosos, sin sentimientos, entregadas a las más bajas pasiones, desnaturalizadas…
Frente a la humillación pública, también está la que se practica de forma privada, con vocación de permanecer silenciada, cuya memoria ha permanecido mucho más oculta por las víctimas: la violación.
Nuestra comarca y especialmente Guadix, no fue ajena a esta barbarie, todavía duele hablar de ella, aun se recuerda a las peladas barriendo las calles o fregando las iglesias. Las mujeres resistieron como pudieron el huracán represivo de los vencedores. Todas están de acuerdo en que la represión sobre ellas fue un trabajo bien hecho, y muchas se preguntan si la actual situación de violencia contra las mujeres y la supervivencia de un discurso machista sutil, pero no por ello menos efectivo y peligroso, puede ser una nociva secuela de aquellos malos vientos.

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