jueves, 17 de diciembre de 2009

Nuestra hermana La Güera.



Nuestra hermana La Güera.
8 de diciembre de 2009

Desde hace años la ciudad de Guadix está hermanada, por acuerdo plenario de su Ayuntamiento, con la población saharaui de La Güera, una de las dahiras que forman el vilayato de Auserd. Conviene aclarar que los cuatro asentamientos que constituyen los campos de refugiados de República Árabe Saharaui Democrática, están situados en el Suroeste de Argelia, la parte más inhóspita del desierto del Sahara, un lugar cercano a la frontera con Mauritania. Son cuatro asentamientos denominados wilayas o vilayatos: Dajla, Smara, Aaiún y Auserd, y cada uno de ellos está compuesto de seis o siete dahiras, que son poblados de varios barrios.
Pero en realidad La Güera también es una ciudad deshabitada y fantasma, situada en la costa atlántica, en una península de unos 65 kilómetros de largo conocida como Cabo Blanco. Fue fundada en 1920 por el coronel Bens, cuando España estableció en ella una base aérea. Fue ocupada por Mauritania en diciembre de 1975, después la tomó el Frente Polisario, luego fue militarizada por Marruecos, pero la ciudad estaba mal defendida y, ante las nuevas incursiones polisarias, en 1989 quedó desierta, porque las personas que la habitaban, hartas de tanto conflicto, emigraron a ciudades próximas.
En los campamentos de Tinduf, se puede palpar de cerca la miseria de las personas que etiquetamos como refugiadas políticas. En mitad de un desierto pedregoso, al abrigo precario de jaimas y frágiles construcciones de adobe, sin agua corriente ni apenas cobertura telefónica y en compañía de unas pocas cabras, malviven miles de personas. Allí están, siempre a la espera, en una provisionalidad permanente que ya dura treinta años, al albur de la caridad internacional y con la humillación de estar condenadas a recibir sin que vislumbren la menor esperanza de producir por sí mismas y devolver algún día.
Son prisioneras de una red inconfesable de intereses de la que España también participa. Minas de fosfato, bancos de pesca y pozos de petróleo representan al parecer mercancías más valiosas que cualquier principio y acuerdo internacional. Por ahí empieza el desastre de esta población, su lento vagar tras un infame proceso político que nadie desea reabrir. No estamos ante un gobierno derrotado o una minoría de sus fieles en el exilio, sino ante el desplazamiento de buena parte de un pueblo; hablamos de una sociedad cuyos menores de treinta años han nacido en los campamentos y no parecen tener otro lugar de destino que ese mismo “no lugar” ausente de los mapas. Quienes lleguen a obtener en el extranjero un título superior se enfrentan al dilema de sacrificar a los suyos y marcharse, o sacrificarse por su familia y encerrarse tras los muros de adobe.
De la desolación en la que el pueblo saharaui está sumido, somos en buena medida responsables: desde el último Gobierno del franquismo, al Gobierno presente, y toda la ciudadanía por haberlo consentido. Les abandonamos a la rapacería del vecino más fuerte, con olvido de la palabra repetidamente dada y de los compromisos adquiridos, con absoluto desprecio de las resoluciones de las Naciones Unidas.
Molestan por dar testimonio de esa gran ignominia, por eso estamos viviendo con gran incomodidad la situación de Aminatou Haidar, que hace apenas un mes fue expulsada por Marruecos a Canarias. Es la primera vez que Rabat recurre a la expulsión para deshacerse de una activista saharaui. Haidar fue detenida al llegar a El Aaiún, a su regreso de un viaje a Nueva York, donde recogió el premio Coraje Civil 2009 de la Fundación Train por su defensa de los derechos humanos en la antigua colonia española.
Haidar lleva demasiados días en huelga de hambre en el aeródromo canario. Esta mujer de aspecto sereno, envuelta en una llamativa túnica, con voz apagada por la dieta de agua y azúcar, relata como al aterrizar en El Aaiún, los policías marroquíes la sacaron de la fila de pasajeros, le retiraron el pasaporte, los dos teléfonos móviles y la interrogaron durante horas. Al día siguiente, la llevaron en volandas a un avión español, y le dijeron que iba a España y nunca volvería. Una hora más tarde aterrizaba en Lanzarote. Haidar se negó a bajar del avión, pero los agentes españoles la hicieron entrar en el aeropuerto. Había caído en una ratonera: no podía volver a El Aaiún y, privada de pasaporte, tampoco podía salir de España. Lo que me parece más dramático:“Seguiré en huelga de hambre hasta que el Gobierno español me devuelva a mi casa o hasta la muerte”, y se me parte el corazón al escucharla.

No hay comentarios: