Educación sexual, la mejor vacuna.
3.12.2009
El año pasado, según datos del Ministerio de Sanidad y Política Social, se notificaron en nuestro país 1.583 nuevos caso de SIDA, de ellos un 23% son mujeres, y las categorías de transmisión más frecuentes son la heterosexual en un 42%, seguida de la de relaciones homosexuales entre hombres un 38% y quienes consumen drogas por vía parenteral un 9%. Un tercio de las personas afectadas lo desconoce, por lo que no se consigue parar los contagios. Sin duda en estos momentos no hay mejor vacuna contra la enfermedad que la educación.
Y la educación debe empezar en la más tierna infancia, porque hablamos de que niños y niñas adquieran conocimientos y habilidades que garanticen y protejan su salud. La salud sexual es una de las cuestiones más debatidas y de mayor carga emocional. Las diferencias de opinión son muy grandes y siempre generan debate, y ya sabes que esta es una de mis especialidades.
Es imposible apartar a la población infantil de las influencias sexuales, porque los modelos adultos de comportamiento, la televisión y los carteles publicitarios, la bombardean constantemente, lamentablemente ante sus preguntas y su lógica curiosidad, el silencio y las respuestas evasivas suelen ser “la enseñanza” más común. Callar por temor a realizar “apología de la sexualidad libertaria” no es una opción viable y resulta contraproducente. Básicamente porque padeceríamos ceguera si no quisiésemos ver que todas las personas somos sexuadas, es decir, tenemos un cuerpo sexuado en femenino o en masculino que nos permite pensar, entender, expresar, comunicar, disfrutar, sentir y hacer sentir. El cuerpo es, por tanto, el lugar donde la sexualidad reside y se hace posible. La sexualidad, según la Organización Mundial de la Salud, “nos motiva a buscar afecto, placer, ternura e intimidad”.
Si aceptamos que la sexualidad es algo que somos y que nos constituye como personas, debemos aceptar que la educación sexual es fundamental y básica para el desarrollo de una niña o un niño. Cualquier persona adulta que se relacione con una “personita” está educando su afectividad y su sexualidad, quiera o no quiera. Hay educación sexual en las palabras que se dicen y que no se dicen, en los gestos, abrazos, caricias o muestras de afecto que se dan y que no se dan...; y son elementos que siempre están presentes en las relaciones que establecemos con las criaturas desde que nacen. Educamos con la actitud hacia nuestra propia sexualidad, y con nuestras formas de sentir, pensar y actuar ante las expresiones de la sexualidad infantil. Como esponjas, atienden a cuanto ven y oyen; perciben los sentimientos y pensamientos más allá de las palabras, incluso cuando lo que predomina es el hermetismo, y no hablar de estas cuestiones es ya un modo de comunicar mensajes.
Tradicionalmente se ha creído que la familia es el único lugar realmente autorizado para hacer educación sexual, por considerarse tarea propia del entorno más íntimo, pero hoy ha pasado a formar parte también de la vida social, cultural, política y educativa. De tal modo que se considera necesario que la escuela juegue un papel importante en esta tarea, ya que niñas y niños como seres sexuados, no se pueden quitar la sexualidad al entrar en la escuela y ponérsela al volver a casa, o viceversa.
Las maestras y maestros cuentan con conocimientos teóricos y técnicos relacionados con la educación sexual que carecen de sentido si no se ponen todos los sentidos en la tarea. La escucha, la creatividad y la apertura son los elementos que permiten saber qué estrategia es la más adecuada para cada momento, y para cada criatura, porque si la relación se basa en los manuales o es pura teoría, se pierde frescura. Crear un ambiente afectivo es la base para cualquier tipo de aprendizaje, sea éste realizado en casa o en la escuela. Aunque ser madre (o padre) y maestra (o maestro) no es lo mismo, los elementos básicos para educar la sexualidad de niños y niñas no difieren de un modo claro entre la escuela y la familia porque lo que realmente importa es la calidad de la relación que establezcamos en los dos ámbitos.
Para que ambas instituciones colaboren entre sí, hace falta crear relaciones de confianza en las que sea posible decir la verdad, nombrar y ahondar en las dificultades sin negarlas ni esconderlas, y encontrar los modos de colaborar que tengan en cuenta los miedos, necesidades y deseos de todos y todas. Los niños y las niñas se merecen que hagamos ese esfuerzo, si es verdad que nos importan.
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