El abogado Carlos Gámez y su bisnieto Carlos Bermúdez.
Ana María Rey.
1 de febrero de 2010.
Hace un tiempo escribí sobre el Colegio de Abogados en Guadix creado al calor de la ley del Poder Judicial de 1870 que preveía esa posibilidad en aquellos partidos donde 20 abogados ejercieran la profesión, y nuestra ciudad los tenía. Algunos de ellos eran hombres muy populares como Antonio Joaquín Afán de Ribera o Maximiano Labella González. El 12 de mayo de 1894 se reunieron, además de los abogados constituyentes, otros letrados muy conocidos, entre los que destacan Víctor Rafael de la Oliva, Perfecto Porcel y Carlos Gámez.
Precisamente este último abogado es el protagonista de esta columna, porque este mundo sin fronteras que es Internet ha permitido que un bisnieto de este abogado leyese el articulo y se pusiese en contacto conmigo.
Así que primero quiero agradecer a don Carlos Bermúdez López el maravilloso regalo que me ha hecho llegar desde la ciudad italiana de Padua en la que reside.
Don Carlos me ha enviado por correo postal (sí, un sobre en el que se identifican la persona remitente y la destinataria, con letra escritas a mano con pluma o bolígrafo, y sellos, que se deposita en un buzón callejero y aparece en tu domicilio) dos fotografías, una caricatura, un detallado árbol genealógico y una partida de bautismo, además de una copia del artículo que yo escribí y una carta mecanografiada.
He de manifestar que si la red no conoce límites, el correo ordinario tampoco. De no haber sido por la buena disposición de quienes trabajan en el servicio de correos de Guadix la carta nunca hubiese llegado a mí, ya que no disponía de una dirección identificable. La cartera Rosa María Ortiz Cuevas colocó en el sobre un papelito amarillo, de los que se pegan para hacer recordatorios, en el que se podía leer “ Dárselo a Fernando”. Así el mágico sobre llegó a la mesa de trabajo de mi marido, que después me lo hizo llegar. Así tras un largo viaje la documentación estaba por fin en mis manos.
Abrí el sobre muy emocionada porque apenas recibo correspondencia escrita por el procedimiento tradicional, y me gusta poner en marcha todo el ritual. Mirarlo bien por delante y por detrás; detenerme en los sellos; intentar imaginar a quien lo remite escribiendo sobre él; en fin, chequeando el aspecto del sobre.
Después de un momento tomé un bonito abrecartas, que parece un estilete, y limpiamente accedí al corazón del sobre. Con cierto desasosiego introduje la mano por la abertura intentando adivinar lo que había en él y noté la tersura de un papel que anunciaba la presencia de una imagen. Tiré de ella y vi a un caballero ataviado con traje académico, el que utilizan los licenciados y doctores asistentes a los actos solemnes: toga, muceta y birrete. Era el abogado Carlos Gámez Hernández nacido en Cogollos el 3 de noviembre de 1850, hijo de Antonio y Francisca.
La fotografía es en blanco y negro, y como soy una mujer technicolor intenté imaginarla como si estuviese presente en el momento de realizarla.
La toga es una prenda de vestir exterior que comenzó a ser usada por primera vez en la Roma Republicana como símbolo de rango entre sus ciudadanos. La toga Romana, era una prenda semicircular, voluminosa y elegante, que originalmente se utilizaba como prenda diaria de uso común y que paulatinamente, debido a que daba poca libertad de movimiento para la realización de las labores cotidianas, fue adaptada sólo como prenda para usarse en las sesiones del Senado o en ceremonias solemnes. Como indumentaria universitaria, comenzó a ser utilizada en el siglo XI, cuando la Universidad de Toulouse en Francia, la adoptó como vestimenta para distinguir al Rector y a sus Consejeros, más tarde, en la Universidad de París, se instituyó y reglamentó por primera vez, como una prenda para resaltar a quienes la institución los había distinguido con reconocimientos, grados y dignidades propias de su trayectoria académica. De esta forma y a partir de ese momento, fue adoptado como símbolo de dignidad en diversas universidades del mundo. Se la conoce también como “traje talar” porque llega hasta los talones. La de Carlos Gámez Hernández es negra, bajo ella se suele llevar traje enteramente negro, o azul marino, con camisa blanca. En el caso de doctores, la toga dispondrá de puños de encaje, conocidos como puñetas, sobre un vivo de igual tejido y color que la muceta. Como que nuestro protagonista no tiene puñetas, deduzco que la imagen se recogió en el acto de licenciatura en Derecho.
Sabemos cual era su disciplina por lo que es fácil saber el color de la muceta. Quizá convenga precisar que esta prenda es la esclavina que cubre el pecho y la espalda, hasta el codo y abotonada por delante. De conformidad con lo previsto en el Real Decreto de 6 de marzo de 1850 firmado por Isabel II, en los Decretos de 4 de agosto de 1944,y en la Orden de 30 de noviembre de 1967, así como en razón del uso y costumbre universitarios, los colores propios de las diferentes titulaciones son, entre otros: blanco el de Teología; amarillo oro el de Medicina; morado el de Farmacia; azul celeste el de Filosofía y Letras, Geografía e Historia, Filología, Antropología y Ciencias de la Educación; azul turquí el de Física, Geología, Matemáticas, Química, Biología e Informática; verde el de Veterinaria; verde claro, el de Ciencias de la Actividad Física y Deportiva; anaranjado, el de Ciencias Políticas, Sociología, Económicas y Empresariales; gris medio, el de Enfermaría; gris azulado, el de Ciencias de la Información; violeta, el de Psicología; marrón, el de titulaciones concedidas por las escuelas técnicas; y rojo granate, el de Derecho. Así que ya hemos incorporado una brillante tonalidad a la fotografía.
Acaso la pieza más relevante de la indumentaria académica sea el birrete, por el simbolismo que se le ha atribuido “distinción y protección en la mejora de la Ciencia” Es sabido que en cualquier vestimenta y atavío de gala siempre ha existido una consideración especial en torno a la prenda que cubre la cabeza, que va mucho más allá de razones prácticas, funcionales o de seguridad. Su tratamiento ornamental, a veces de gran lujo, ha servido para jerarquizar e indicar el rango o actividad del personaje. La culminación de semejante boato la ostentan precisamente los cascos, mitras, capelos, tiaras y coronas, de cuyo simbolismo no se puede dudar. El birrete universitario ha ido evolucionando con el transcurso de los siglos, en el decreto de 1850 ya se especificaba que el de “licenciado” también denominado bonete, tenía forma hexagonal, con una altura de unos quince centímetros, y está forrado de raso negro, la borla es de seda floja, de dos centímetros de largo, del color distintivo de la Facultad en la que se obtuvo el título de Licenciado, en este caso rojo. Así confirmamos que no tenía el titulo de doctor porque entonces el birrete tiene forma octogonal, forrado de raso negro con flecos del color distintivo de la Facultad en la que obtuvo el doctorado.
La prosa legal y el cuidado puesto en la configuración del birrete patentizan la superior significación que dicha prenda académica posee, y la distinción que otorga a quien la porta sobre su cabeza, lo que aparece explícitamente en las fórmulas rituales utilizadas. Por ejemplo, cuando en la festividad de Santo Tomás de Aquino la Universidad de efectúa la investidura de doctores, el rector pronuncia las siguientes palabras: “Recibe el birrete laureado, antiquísimo y venerado distintivo del magisterio. Llévalo sobre tu cabeza como la corona de tus estudios y merecimientos” Referencias a la cultura clásica y a toda una tradición que hunde sus raíces en la historia europea se hacen evidentes en la fórmula empleada en la ceremonia de investidura de doctor “honoris causa!: Accipe capitis decorem apice..., quo non solum splendore ceteros praecellas, sed quo etiam tamquam Minervae casside ad certamen munitior sis (Para que no solo deslumbres a las gentes, sino que además, como el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha)
El último detalle lo encontramos en el libro que Carlos tiene en la mano izquierda que es definitivo. El ritual dice: He aquí el libro abierto para que descubras todos los secretos de la Ciencia. Helo aquí cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón.
Quiero compartir contigo esta fotografía que es la primera que encontré en mi maravilloso regalo. Más adelante te presentaré el resto.
Ana María Rey.
1 de febrero de 2010.
Hace un tiempo escribí sobre el Colegio de Abogados en Guadix creado al calor de la ley del Poder Judicial de 1870 que preveía esa posibilidad en aquellos partidos donde 20 abogados ejercieran la profesión, y nuestra ciudad los tenía. Algunos de ellos eran hombres muy populares como Antonio Joaquín Afán de Ribera o Maximiano Labella González. El 12 de mayo de 1894 se reunieron, además de los abogados constituyentes, otros letrados muy conocidos, entre los que destacan Víctor Rafael de la Oliva, Perfecto Porcel y Carlos Gámez.
Precisamente este último abogado es el protagonista de esta columna, porque este mundo sin fronteras que es Internet ha permitido que un bisnieto de este abogado leyese el articulo y se pusiese en contacto conmigo.
Así que primero quiero agradecer a don Carlos Bermúdez López el maravilloso regalo que me ha hecho llegar desde la ciudad italiana de Padua en la que reside.
Don Carlos me ha enviado por correo postal (sí, un sobre en el que se identifican la persona remitente y la destinataria, con letra escritas a mano con pluma o bolígrafo, y sellos, que se deposita en un buzón callejero y aparece en tu domicilio) dos fotografías, una caricatura, un detallado árbol genealógico y una partida de bautismo, además de una copia del artículo que yo escribí y una carta mecanografiada.
He de manifestar que si la red no conoce límites, el correo ordinario tampoco. De no haber sido por la buena disposición de quienes trabajan en el servicio de correos de Guadix la carta nunca hubiese llegado a mí, ya que no disponía de una dirección identificable. La cartera Rosa María Ortiz Cuevas colocó en el sobre un papelito amarillo, de los que se pegan para hacer recordatorios, en el que se podía leer “ Dárselo a Fernando”. Así el mágico sobre llegó a la mesa de trabajo de mi marido, que después me lo hizo llegar. Así tras un largo viaje la documentación estaba por fin en mis manos.
Abrí el sobre muy emocionada porque apenas recibo correspondencia escrita por el procedimiento tradicional, y me gusta poner en marcha todo el ritual. Mirarlo bien por delante y por detrás; detenerme en los sellos; intentar imaginar a quien lo remite escribiendo sobre él; en fin, chequeando el aspecto del sobre.
Después de un momento tomé un bonito abrecartas, que parece un estilete, y limpiamente accedí al corazón del sobre. Con cierto desasosiego introduje la mano por la abertura intentando adivinar lo que había en él y noté la tersura de un papel que anunciaba la presencia de una imagen. Tiré de ella y vi a un caballero ataviado con traje académico, el que utilizan los licenciados y doctores asistentes a los actos solemnes: toga, muceta y birrete. Era el abogado Carlos Gámez Hernández nacido en Cogollos el 3 de noviembre de 1850, hijo de Antonio y Francisca.
La fotografía es en blanco y negro, y como soy una mujer technicolor intenté imaginarla como si estuviese presente en el momento de realizarla.
La toga es una prenda de vestir exterior que comenzó a ser usada por primera vez en la Roma Republicana como símbolo de rango entre sus ciudadanos. La toga Romana, era una prenda semicircular, voluminosa y elegante, que originalmente se utilizaba como prenda diaria de uso común y que paulatinamente, debido a que daba poca libertad de movimiento para la realización de las labores cotidianas, fue adaptada sólo como prenda para usarse en las sesiones del Senado o en ceremonias solemnes. Como indumentaria universitaria, comenzó a ser utilizada en el siglo XI, cuando la Universidad de Toulouse en Francia, la adoptó como vestimenta para distinguir al Rector y a sus Consejeros, más tarde, en la Universidad de París, se instituyó y reglamentó por primera vez, como una prenda para resaltar a quienes la institución los había distinguido con reconocimientos, grados y dignidades propias de su trayectoria académica. De esta forma y a partir de ese momento, fue adoptado como símbolo de dignidad en diversas universidades del mundo. Se la conoce también como “traje talar” porque llega hasta los talones. La de Carlos Gámez Hernández es negra, bajo ella se suele llevar traje enteramente negro, o azul marino, con camisa blanca. En el caso de doctores, la toga dispondrá de puños de encaje, conocidos como puñetas, sobre un vivo de igual tejido y color que la muceta. Como que nuestro protagonista no tiene puñetas, deduzco que la imagen se recogió en el acto de licenciatura en Derecho.
Sabemos cual era su disciplina por lo que es fácil saber el color de la muceta. Quizá convenga precisar que esta prenda es la esclavina que cubre el pecho y la espalda, hasta el codo y abotonada por delante. De conformidad con lo previsto en el Real Decreto de 6 de marzo de 1850 firmado por Isabel II, en los Decretos de 4 de agosto de 1944,y en la Orden de 30 de noviembre de 1967, así como en razón del uso y costumbre universitarios, los colores propios de las diferentes titulaciones son, entre otros: blanco el de Teología; amarillo oro el de Medicina; morado el de Farmacia; azul celeste el de Filosofía y Letras, Geografía e Historia, Filología, Antropología y Ciencias de la Educación; azul turquí el de Física, Geología, Matemáticas, Química, Biología e Informática; verde el de Veterinaria; verde claro, el de Ciencias de la Actividad Física y Deportiva; anaranjado, el de Ciencias Políticas, Sociología, Económicas y Empresariales; gris medio, el de Enfermaría; gris azulado, el de Ciencias de la Información; violeta, el de Psicología; marrón, el de titulaciones concedidas por las escuelas técnicas; y rojo granate, el de Derecho. Así que ya hemos incorporado una brillante tonalidad a la fotografía.
Acaso la pieza más relevante de la indumentaria académica sea el birrete, por el simbolismo que se le ha atribuido “distinción y protección en la mejora de la Ciencia” Es sabido que en cualquier vestimenta y atavío de gala siempre ha existido una consideración especial en torno a la prenda que cubre la cabeza, que va mucho más allá de razones prácticas, funcionales o de seguridad. Su tratamiento ornamental, a veces de gran lujo, ha servido para jerarquizar e indicar el rango o actividad del personaje. La culminación de semejante boato la ostentan precisamente los cascos, mitras, capelos, tiaras y coronas, de cuyo simbolismo no se puede dudar. El birrete universitario ha ido evolucionando con el transcurso de los siglos, en el decreto de 1850 ya se especificaba que el de “licenciado” también denominado bonete, tenía forma hexagonal, con una altura de unos quince centímetros, y está forrado de raso negro, la borla es de seda floja, de dos centímetros de largo, del color distintivo de la Facultad en la que se obtuvo el título de Licenciado, en este caso rojo. Así confirmamos que no tenía el titulo de doctor porque entonces el birrete tiene forma octogonal, forrado de raso negro con flecos del color distintivo de la Facultad en la que obtuvo el doctorado.
La prosa legal y el cuidado puesto en la configuración del birrete patentizan la superior significación que dicha prenda académica posee, y la distinción que otorga a quien la porta sobre su cabeza, lo que aparece explícitamente en las fórmulas rituales utilizadas. Por ejemplo, cuando en la festividad de Santo Tomás de Aquino la Universidad de efectúa la investidura de doctores, el rector pronuncia las siguientes palabras: “Recibe el birrete laureado, antiquísimo y venerado distintivo del magisterio. Llévalo sobre tu cabeza como la corona de tus estudios y merecimientos” Referencias a la cultura clásica y a toda una tradición que hunde sus raíces en la historia europea se hacen evidentes en la fórmula empleada en la ceremonia de investidura de doctor “honoris causa!: Accipe capitis decorem apice..., quo non solum splendore ceteros praecellas, sed quo etiam tamquam Minervae casside ad certamen munitior sis (Para que no solo deslumbres a las gentes, sino que además, como el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha)
El último detalle lo encontramos en el libro que Carlos tiene en la mano izquierda que es definitivo. El ritual dice: He aquí el libro abierto para que descubras todos los secretos de la Ciencia. Helo aquí cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón.
Quiero compartir contigo esta fotografía que es la primera que encontré en mi maravilloso regalo. Más adelante te presentaré el resto.
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