domingo, 4 de enero de 2009

Fantasmas.






Fantasmas.
18. 1. 2004.

Cuentan las abuelas que en la iglesia del antiguo convento de San Agustín de Guadix, un monje apareció muerto sobre el altar. Alegando razones de discreción, nunca se supieron las causas de aquel suceso. El secretismo que lo rodeó provocó muchos comentarios y en el inconsciente colectivo, desde ese momento, se incorporó la figura del monje, pero lo hizo como un fantasma.
Son muchos los niños y niñas, que hasta mediados del siglo veinte, dijeron que lo habían visto paseando por las zonas cercanas al convento. Unos se lo encontraron bajando por la calle de la Concepción. Alto y delgado, envuelto en una capa blanca y arrastrando cansinamente su cuerpo con un pequeño farol encendido en la mano. Otros rondando los rojos muros de la Alcazaba. Y el mayor número de personas lo sitúa en la calle y plaza del Álamo. Coinciden en relatar que se le oía lamentarse y gemir con voz hueca y herida.
Grupos de infantiles y valientes cazafantasmas se reunían para buscarle al anochecer. El reto consistía en encontrarlo y obligarle a que dejara de asustar a la gente. Se concentraban en la puerta del Liceo, iban por el Paseo de la Catedral, el Arco de Palacio, Santa María del Buen Aire… al llegar aquí la respiración se entrecortaba, el ritmo de la marcha se hacía más lento, dejaban de oírse las risas nerviosas, los cuerpecitos se iban haciendo una piña. En absoluto silencio pasaban la señorial calle Mendoza. Entrando en la plaza del Conde Luque el vello del cogote se les erizaba, sus manos se unían intentando encontrar en el otro las fuerzas que empezaban a faltar… La luna se había escondido detrás de una nube y la noche cayó sobre ellos como un tupido manto… De pronto alguien parece haber visto algo extraño. Se paran, agudizan la vista y el oído. Todos prestan atención… ¡Tremendo ruido!... y como si de una bandada de estorninos se tratara, inician sincronizadamente una veloz huida que no parará hasta esconderse bajo las sábanas de sus confortables y seguras camas. Nadie esperó para comprobar que el sonido procedía de un rincón en el que pequeños gatitos jugaban con unas latas.
Hubo un tiempo en que las madres y las abuelas contaban a los niños y a las niñas historias de brujas y fantasmas, de hombres del saco y sacamantecas, de monstruos y ogros, toda una gama de seres que no tenían más trabajo que el de ser malos, malísimos. Con aquellos cuentos se pretendía fijar límites claros que la chavalería no debía traspasar. El miedo tenía varias funciones, una de ellas era mantener a los pequeños cerca del control y protección de la familia, de esta manera se reducían los posibles riesgos a los que inevitablemente se exponen cuando se mueven por zonas desconocidas. Por otro lado se advertía seriamente del peligro que suponía el trato con personas desconocidas. Finalmente y según iban creciendo, se despertaba en ellos y en ellas el deseo de comprobar la existencia de esos seres, de tocarlos, de conocerlos por experiencia directa, así empezaban a transgredir las normas, los límites infantiles y según iban superando sus miedos maduraban, crecían, se hacían hombres y mujeres.
Hoy ya no conocemos a los fantasmas y a las brujas que viven en nuestros barrios (me refiero a los de los cuentos), ya no relatamos a nuestras criaturas esas viejas historias, y creo que esto es una gran pérdida. La calle no es un espacio de socialización de primer nivel como era antes, no se ve a los chiquillos jugar y correr en ellas como antaño, ahora pasan muchas horas ante la televisión, frente a los ordenadores, o con sus máquinas de videojuegos. Las pandillas que permitían conocer y reconocer el entorno sintiéndose protegidos por el grupo, se ven reducidas a tres o cuatro personas y esto limita mucho las posibilidades de exploración. Estamos en un nuevo tiempo en el que las tecnologías nos permiten acceder de una forma rápida y amplia al mundo lejano, pero limitan mucho el conocimiento del entorno más próximo.
Sin embargo en este momento no tengo demasiado claro de si esto es mejor o peor, supongo que el tiempo me lo irá aclarando.