Techo de cristal.
20 de enero de 2008
Escribo esta columna de noche, como siempre. El sol no alumbra las horas suficientes para poder realizar las tareas que he asumido. Con el tiempo me he acostumbrado a dejar que la inspiración llegue mientras yo, sentada ante la pantalla del ordenador portátil, busco la luz de Luna tras los cristales.
Hoy están especialmente bellos, las gotas de lluvia los han vestido con un diseño muy atractivo. Parecen pequeños diamantes, limpios, brillantes, frescos…. De pronto los humildes vidrios de la ventana que preside mi rincón de escritura se han convertido en una joya… Si ladeo levemente la cabeza, veo como el farol que da luz a la placeta de la cueva ilumina cada lágrima del cielo, y enseguida mis ojos son invitados a una fiesta de color. En la radio suena un bellísimo tango, y no puedo resistirme, mis pies se ponen en marcha… y me deslizan por la habitación al ritmo de la música.
Ha sido una pequeña licencia, vuelvo de nuevo a mi silla y disciplinadamente decido dar una oportunidad a la inspiración para que me encuentre trabajando.
Podría realizar una crónica de la fiesta de San Antón, de lo deliciosas que estaban las patas con que nos obsequió la Bodega Calatrava a quienes les visitamos, y que realizó con los ingredientes imprescindibles del amor, la paciencia y la experiencia doña Ana Soriano Ubero. Del buen rato que pasamos en la era del santo mientras nos comíamos la “salailla” rellena de jamón serrano que se trajo preparada de casa Nono Valverde para que se hiciera más soportable la gélida noche. De los deliciosos buñuelos que nos permitieron cruzar con entereza la frontera de la media noche. Pero eso ya lo ha hecho divinamente mi compañero Ignacio Ferriz, al que también saludé mientras encendían la gran hoguera municipal.
Podría escribir sobre la toma de posesión del primer presidente negro de los Estados Unidos, pero las televisiones y periódicos lo van a colocar hasta en la sopa, además me indigna que la ceremonia de toma de posesión cueste ciento cincuenta millones de dólares.
Podría elaborar un alegato para defender a la portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Soraya Sáenz de Santamaría, tras las críticas recibidas por posar para la portada del suplemento semanal de un periódico de derechas, con un elegante y vaporoso vestido negro… Pero le es de aplicación cuanto escribí sobre la ministra de Defensa cuando vistió pantalón en la Pascua Militar. Sí quiero que sepas que la respeto por su trabajo y por su libertad para actuar. ¡Y que se fastidien todos los que la criticaron por tener nombre de “princesa persa”!
Finalmente decido contestar los correos que he recibido esta semana pidiéndome que explique los conceptos “techo de cristal” y “ suelo pegajoso”, que utilicé en la columna dedicada a Elena Simón.
Es bastante evidente la existencia de una serie de limitaciones al crecimiento profesional y político de las mujeres. Para explicarlo se han creado conceptos definitorios y significativos como los que nos ocupan y cuyo contenido se ha ido formando a lo largo de los años y desde diversas procedencias para explicar el “espejismo de la igualdad” en que estamos inmersas.
El llamado “suelo pegajoso” se refiere a las responsabilidades y cargas afectivas y emocionales que en el ámbito doméstico acaban recayendo sobre las mujeres, atrapándolas con los lazos de los afectos que dificultan o impiden su realización personal lejos del ámbito familiar. El enfrentamiento, la rebelión y la ruptura no siempre son posibles y crean situaciones emocionales y familiares conflictivas y desgarradoras. Constituye una forma de esclavitud que amarra con lazos de seda, y que afecta especialmente a las mujeres del mundo rural.
El “techo de cristal” es un conjunto de obstáculos invisibles orquestados por costumbres y cortapisas arraigadas en el entorno, de corte tradicional y machista, que nos impiden, de hecho, ascender en el escalafón, sin que exista ninguna ley que lo ampare. Las mujeres vemos lo que se nos ofrece al mirar al cielo pero antes de llegar topamos con una frontera invisible e infranqueable que nos impide alcanzarlo.
Debemos romper el cristal, eliminar el pegamento que se adhiere a los pies y desenvainar nuestra voz y nuestros acentos. Sin prisa, pero sin pausa, como acostumbramos a hacer, sin perder de vista la línea del horizonte y la utopía, y tarareando con Ana Belén la canción que fue banda sonora la primera vez que en Guadix celebramos el día de la mujer: Desde mi libertad/soy fuerte porque soy volcán/nunca me enseñaron a volar/pero el vuelo debo alzar.
20 de enero de 2008
Escribo esta columna de noche, como siempre. El sol no alumbra las horas suficientes para poder realizar las tareas que he asumido. Con el tiempo me he acostumbrado a dejar que la inspiración llegue mientras yo, sentada ante la pantalla del ordenador portátil, busco la luz de Luna tras los cristales.
Hoy están especialmente bellos, las gotas de lluvia los han vestido con un diseño muy atractivo. Parecen pequeños diamantes, limpios, brillantes, frescos…. De pronto los humildes vidrios de la ventana que preside mi rincón de escritura se han convertido en una joya… Si ladeo levemente la cabeza, veo como el farol que da luz a la placeta de la cueva ilumina cada lágrima del cielo, y enseguida mis ojos son invitados a una fiesta de color. En la radio suena un bellísimo tango, y no puedo resistirme, mis pies se ponen en marcha… y me deslizan por la habitación al ritmo de la música.
Ha sido una pequeña licencia, vuelvo de nuevo a mi silla y disciplinadamente decido dar una oportunidad a la inspiración para que me encuentre trabajando.
Podría realizar una crónica de la fiesta de San Antón, de lo deliciosas que estaban las patas con que nos obsequió la Bodega Calatrava a quienes les visitamos, y que realizó con los ingredientes imprescindibles del amor, la paciencia y la experiencia doña Ana Soriano Ubero. Del buen rato que pasamos en la era del santo mientras nos comíamos la “salailla” rellena de jamón serrano que se trajo preparada de casa Nono Valverde para que se hiciera más soportable la gélida noche. De los deliciosos buñuelos que nos permitieron cruzar con entereza la frontera de la media noche. Pero eso ya lo ha hecho divinamente mi compañero Ignacio Ferriz, al que también saludé mientras encendían la gran hoguera municipal.
Podría escribir sobre la toma de posesión del primer presidente negro de los Estados Unidos, pero las televisiones y periódicos lo van a colocar hasta en la sopa, además me indigna que la ceremonia de toma de posesión cueste ciento cincuenta millones de dólares.
Podría elaborar un alegato para defender a la portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Soraya Sáenz de Santamaría, tras las críticas recibidas por posar para la portada del suplemento semanal de un periódico de derechas, con un elegante y vaporoso vestido negro… Pero le es de aplicación cuanto escribí sobre la ministra de Defensa cuando vistió pantalón en la Pascua Militar. Sí quiero que sepas que la respeto por su trabajo y por su libertad para actuar. ¡Y que se fastidien todos los que la criticaron por tener nombre de “princesa persa”!
Finalmente decido contestar los correos que he recibido esta semana pidiéndome que explique los conceptos “techo de cristal” y “ suelo pegajoso”, que utilicé en la columna dedicada a Elena Simón.
Es bastante evidente la existencia de una serie de limitaciones al crecimiento profesional y político de las mujeres. Para explicarlo se han creado conceptos definitorios y significativos como los que nos ocupan y cuyo contenido se ha ido formando a lo largo de los años y desde diversas procedencias para explicar el “espejismo de la igualdad” en que estamos inmersas.
El llamado “suelo pegajoso” se refiere a las responsabilidades y cargas afectivas y emocionales que en el ámbito doméstico acaban recayendo sobre las mujeres, atrapándolas con los lazos de los afectos que dificultan o impiden su realización personal lejos del ámbito familiar. El enfrentamiento, la rebelión y la ruptura no siempre son posibles y crean situaciones emocionales y familiares conflictivas y desgarradoras. Constituye una forma de esclavitud que amarra con lazos de seda, y que afecta especialmente a las mujeres del mundo rural.
El “techo de cristal” es un conjunto de obstáculos invisibles orquestados por costumbres y cortapisas arraigadas en el entorno, de corte tradicional y machista, que nos impiden, de hecho, ascender en el escalafón, sin que exista ninguna ley que lo ampare. Las mujeres vemos lo que se nos ofrece al mirar al cielo pero antes de llegar topamos con una frontera invisible e infranqueable que nos impide alcanzarlo.
Debemos romper el cristal, eliminar el pegamento que se adhiere a los pies y desenvainar nuestra voz y nuestros acentos. Sin prisa, pero sin pausa, como acostumbramos a hacer, sin perder de vista la línea del horizonte y la utopía, y tarareando con Ana Belén la canción que fue banda sonora la primera vez que en Guadix celebramos el día de la mujer: Desde mi libertad/soy fuerte porque soy volcán/nunca me enseñaron a volar/pero el vuelo debo alzar.