jueves, 28 de febrero de 2008

Cosas que hacen que la vida valga la pena

















Cosas que hacen que la vida valga la pena
7.2.2007

A lo largo de una vida, aunque no sea espectacularmente larga, experimentamos momentos de tristeza, de esa que es profunda y que nos interroga por la esencia de nuestra existencia.
Esta sensación la provoca unas veces el amor que salta por la ventana; otras los sueños que se esconden en el fondo del arca; en ocasiones el reflejo del espejo que hiere; las pesadillas que se meten en la cama buscando llamas bajo el colchón; o los días que apuñalan el calendario. Hay momentos en los que los labios olvidan el dulce sabor de los besos; en los que la mirada se queda ciega de celos; en los que las yemas de los dedos buscan desesperadamente un centímetro de piel conocida que acariciar; en los que aspiramos hondamente el aire que nos rodea para recuperar el perfume de su presencia; en los que deseamos que el oído se envuelva en el timbre de voz que nos serena, pero solo escuchamos silencio…
Se agudiza el estado de ánimo abatido cuando entra en escena la enfermedad. Se produce entonces la lamentable simbiosis entre el cuerpo alterado y el espíritu afligido. Para superarlo se pueden hacer dos cosas, la primera rescatar las razones por las que la vida merece la pena; la segunda, abrir puertas y ventanas, de par en par, para que se renueve el aire, y la intrusa se sienta invitada a abandonarnos. Nunca es tarde y nuestra voluntad es una poderosa aliada.
Respecto a las cosas que hacen que la vida valga la pena, te propongo que las pronuncies casi sin pensar, las escribas y después reflexiones sobre ellas. Yo suelo dejarlas entrar en mí sin obligarlas a pedir permiso y sin tener que rellenar interminables formularios para poder concederles carta de ciudadanía.
Me gusta el olor de la tierra en una tarde de lluvia; la sonrisa de luna en cuarto creciente del menor de mis hijos; la sopa de ajo; una ducha caliente cuando estoy tensa; ver a mi madre haciendo magia en la cocina; los amigos y amigas que resisten el paso del tiempo y le dan cuerda a mi corazón; un jarrón rebosando aromáticas y delicadas freesias; asistir al milagro de la vida en el vientre de una mujer; masajes en mi espalda; peregrinar a San Andrés de Teixido; la puesta de sol en invierno; el crepitar de los troncos en la chimenea de la cueva; granadas con yogurt natural azucarado; conversar con hombres inteligentes y sensibles; buscar información en viejos periódicos; conocer al menos un lugar nuevo cada año; bailar oyendo latir el otro corazón; hacer queimada; ver amanecer después de compartir colchones en el suelo con mis cuatro hermanas; enviar tres rosas el día veintidós de enero; una copa de vino de Oporto; sentir las olas del mar en mis tobillos; pasear con mi padre la ruta de los volcanes; las fiestas del pijama en vacaciones; leer poemas en mi sillón de madre; contemplar el rostro de Alejandro cuando escribe canciones; el jamón serrano; reunirme con mujeres para conspirar; hacer muñecos de nieve; otear el valle desde el Cerro de la Bala; el color amarillo de los ginkgo biloba en otoño; mis suavísimas bufandas, símbolo de sororidad; la acogedora cama tras un día duro de trabajo; el olor de la ropa recién planchada; una fuente de cerezas; las fiestas de Carnaval; la delicadeza de las manos de Fernando cuando acarician; el calendario con las fotos de la familia que hace mi hermano en Navidad; mojar pan; compartir el paraguas; un café “paliqueado”; escuchar a mi abuela cantar el día de su cumpleaños; que me cuenten cuentos; las casas de muñecas; escribir con animo de generar polémica; ver en el cine “pastelosas” películas de amor; subir con mi sobrino José Luis en la escoba de la ratita presumida y volar por la placeta; abrir las puertas de mi casa a quienes quiero y hacer juntos un arroz; el sonido del arpa y de la gaita; verificar que mis hijos han aprendido a volar libres; escuchar la historia de Guadix de labios de mi suegro; ver a los pájaros hacer sus nidos en los cantaros de mi pared; los besos de ida y vuelta; el chocolate caliente; descubrir como se anuncia la primavera en las yemas de los lilos; saber que hay gente dispuesta a luchar desinteresadamente por los demás; las chuletas de cordero hechas sobre brasas de sarmientos; conseguir terminar cada semana esta colaboración; decir te quiero y poner la mesa para dos, entre otras cosas.
Deberíamos hacer una pintada en los muros del polideportivo:!Se acabo el ser cobarde!!Ahora toca ser feliz!