Jóvenes con chalecos rojos.
12 Diciembre 2002.
Se que estás esperando que escriba sobre lo que está pasando en Galicia. Pero tendrás que seguir así hasta que mi corazón y mi cerebro terminen de escupir esa sustancia que los tiene petroleados y que no es precisamente chapapote.
Si compartiré contigo uno de los pocos sentimientos positivos que esta situación mantiene en mí. Es la profunda admiración que tengo por los hombres y mujeres que prestan servicios de voluntariado en la comunidad. Los hemos visto durante este puente de la Constitución quitando porquería de las rías gallegas, poniéndose trajes blancos que terminaban del color de la desesperanza. Pero no tenemos que ir hasta el norte para verlos trabajar, están cada día a nuestro lado y hacen que me sienta orgullosa por formar parte de esa realidad.
Este sentimiento se acrecienta cuando cada mañana veo llegar a mi centro de trabajo los vehículos de la asamblea de Cruz Roja, acompañando a las personas mayores que no podrían llegar por otros medios, y que gracias a este esfuerzo tienen unas vidas más fáciles y más felices.....
Y siento orgullo cuando veo a los jóvenes voluntarios y voluntarias tratarlos con respeto y cariño aunque tarden media hora en recorrer cien metros cogidos de sus brazos...
Y siento orgullo cuando desde la peluquería me llama Dolores para decirme que se está poniendo guapa porque mañana vienen sus hijos a verla desde Murcia y que la acompaña una voluntaria de Cruz Roja. Tiene un brillo especial en los ojos cuando menciona este nombre...
Y siento orgullo cuando las familias de las personas enfermas de Alzheimer me comentan que cada mañana al ver llegar a estos jóvenes de chalecos rojos, saben que ya están allí los refuerzos que van ha hacer que el cuidado del abuelo o la abuela no resulte tan penoso...
Y siento orgullo cuando María, que tiene importantes problemas de visión, emprende con seguridad un largo viaje hasta el País Vasco, para visitar a su única hija, porque sabe que en Madrid le esperan los voluntarios y voluntarias que la cambiaran de una estación de autobuses a otra y sabe que no hay peligro porque está en buenas manos...
Y siento orgullo cuando un hombre de ochenta años cuenta que se sintió morir, que pulsó el medallón que llevaba en el pecho, y que por arte de magia oyó una cálida voz que le tranquilizó desde la central de Teleasistencia y supo que pronto le ayudarían...
Y siento orgullo cuando Encarna, manifiesta su voluntad de ver procesionar a la Virgen de las Angustias, algo que le resulta difícil porque está en una silla de ruedas, y su deseo de rezarle a la Madre se ve hecho realidad, porque la acompañan dos voluntarios, y sus ojos se llenan de lágrimas de gratitud...
Y siento orgullo cuando veo a esta legión de jóvenes movilizarse en caso de catástrofe o guerra para recaudar fondos y ayudar a quienes sufren...
Y siento orgullo cuando veo que dedican mucho de su valioso tiempo a formarse y prepararse para poder prestar un mejor servicio a la comunidad...
Y siento orgullo porque en la Asamblea Comarcal de Cruz Roja en Guadix, todos saben que lo importante es compartir y compartir no es dar lo que nos sobra, sino lo mejor de nosotros y nosotras mismas, por eso dedican su tiempo, que al fin y al cabo es su vida, a trabajar por y para quienes lo necesiten.
Por lo que te he contado y otras cosas que no te cuento, porque no se como verbalizarlas, es por lo que pertenezco a Cruz Roja, y por lo que te animo a colaborar con ella, o con cualquier otra organización que persiga finalidades similares. Ten la absoluta seguridad de que te sentirás mejor al saber que tienes mucho que dar, tu tiempo se multiplicará sin que sepas como ha sido y estarás contribuyendo a hacer que nuestra sociedad sea un poco más justa, más solidaria y más feliz. En el caso de quienes estuvieron en Galicia, también han contribuido a dar esperanza y apoyo a un pueblo.