viernes, 4 de julio de 2008

Potente afrodisíaco






Potente afrodisíaco
14.7.2003.

Durante mucho tiempo hemos visto, con relativa normalidad, las relaciones de pareja que se establecían entre hombres mayores y mujeres jóvenes. Pensemos por poner un par de ejemplos en Marina Castaño y Camilo José Cela o en mi admirado José Saramago y Pilar del Río.
Las mujeres jóvenes que han elegido por compañeros a hombres mayores han explicado esta situación. Unas veces les ha atraído su posición social, su experiencia, el mundo que un hombre de estas características acumula a sus espaldas, y otras veces el magnetismo que su inteligencia y su trabajo ejerce sobre ellas. No han renunciado a una vida sexual satisfactoria y han defendido por activa y por pasiva que los varones maduros disponen de la imaginación y sensibilidad suficientes para compensar el no encontrarse en su mejor momento de potencia sexual.
El conjunto de la sociedad ha asimilado que estas razones son válidas y apenas se produce la crítica.
Sin embargo yo creo que las mujeres hemos estado muy condicionadas, por la educación recibida, para que los hombres que aportan seguridad y estabilidad, tanto emocional como económica, se sitúen los primeros en las listas de preferidos.
Ultimamente estamos asistiendo a una situación que nos presenta la otra cara de la moneda. Mujeres maduras que mantienen relaciones de pareja con hombres más jóvenes que ellas. Sara Montiel, Bibiana Fernández o Demi Moore son algunos de los ejemplos más conocidos.
Quién no ha pensado o ha dicho aquello de ¡Si podría ser su madre!; esa mujer es una viciosa; cuando él esté en plena forma ella será una vieja pelleja…
De esta forma las mujeres que deciden seguir adelante con su relación deben superar las críticas de sus mejores amigas, la indignación de más de un amigo (que a lo mejor incluso sale con chicas veinte años más joven que él), la preocupación de su familia, la oposición a muerte de su suegra, y un oscuro y secreto sentimiento de culpabilidad.
Mientras que los hombres mayores se sienten orgullosos y presumen de su relación porque saben que se les admira y envidia, a las mujeres la sociedad las penaliza.
Desde mi punto de vista el problema radica en que socialmente se ha valorado en las mujeres la belleza, su juventud, su capacidad para engendrar hijos y aunque hoy cueste reconocerlo abiertamente su grado de sumisión a los varones. El perfil, simplificando mucho, sería: veinte años, guapa, fértil y calladita. No es fácil por lo tanto aceptar con naturalidad que una mujer triunfe profesionalmente, sea inteligente y lo demuestre, alcance una independencia económica que la haga absolutamente libre, que se mantenga atractiva y que además conquiste a un hombre más joven que ella.
Los tradicionalistas insisten en que una mujer está sexualmente acabada a los cuarenta, y que por el contrario los hombres son potentes hasta pasados los ochenta. Pero lo cierto es que las mujeres ya no aceptan la idea de que llegada la menopausia se acaba su poder de seducción y el atractivo sexual del que siempre han gozado. Creen que el amor, la pasión y el sexo permanece en ellas, como la fuerza, hasta el momento de su muerte.
Las mujeres luchan cada día por una sociedad más igualitaria y más justa, y entre los muchos frentes que tienen abiertos está el de ejercer libremente su derecho a elegir al hombre que quieren sin importarles la edad que tenga. Un derecho, que me permito recordar, han ejercido los hombres a lo largo de la historia con todos los beneplácitos sociales. Claro que también hay que apuntar que las normas de este juego las han escrito ellos.
En cualquier caso creo de justicia apuntar que el carisma, la influencia y la posición social, de determinados hombres y mujeres, compensan su falta de juventud. Porque si somos prácticos y sinceras debemos reconocer que el poder actúa en muchas ocasiones como un potente afrodisíaco.