martes, 1 de julio de 2008

Una secta de hombres implacables





Una secta de hombres implacables
23. 6. 08

Ya sabes que procuro invitar a esta ventana de cotidianidad a alguna mujer de las que conforman nuestra genealogía femenina, para que sean referentes por sus hechos y de sus palabras.
Hoy te presento a una que admiro profundamente y que tuvo que luchar para encontrar su espacio en un mundo que los hombres reservaban para ellos, es Carolina Coronado.
Nació en Almendralejo el 12 de diciembre de 1820, y pasó su infancia y parte de su juventud en Badajoz, desde donde consiguió iluminar el mundo que la rodeaba con su lúcido pensar. Con catorce años terminaba con estos versos la carta, a una amiga: “Un concierto suave/ escucho en mis sentidos,/ cual si dentro de mí hubiera sonidos”
A Coronado le pudo siempre el corazón, desde su más tierna infancia se revelaba con furia contra las injusticias que convirtieron a su familia en una de las dianas favoritas del absolutismo de Fernando VII. Su abuelo murió de una paliza de los monárquicos, su padre estuvo ocho años en prisión. Las penalidades sufridas por su madre y por ella, determinaron para siempre el carácter de Carolina. Quizás por ello bordó para el batallón de voluntarios, que debía combatir a los carlistas, una bandera. Tenía solo dieciocho años y seguía el ejemplo de nuestra Mariana Pineda a la que, como recordarás, mandó ejecutar este rey en 1831. Su gesto define de una forma evidente su carácter, que no se doblegaba por el terror, sino que era acicate para luchar por las libertades. Cuando fracasó la revolución de 1866, el domicilio familiar que tenían en Madrid a donde se había trasladado en el año cincuenta, se convirtió en refugio para liberales. Su dilatadísima carrera literaria ostentó siempre un fondo generoso y vibrante.
En 1843, se publicó por primera vez una selección de sus poesías en Madrid, llevando un prólogo de Hartzenbusch, que era una emocionada alabanza. Fue precisamente a él a quien manifestó su intención de conciliar la pluma y el dedal, por lo que con frecuencia abordaba el tema político tanto en su obra lírica como en prosa, aunque ella misma advertía que “los mismos hombres a quienes la voz progreso entusiasma en política, arrugan el entrecejo si ven a sus hijas dejar un instante la monótona calceta para leer el folletín de un periódico” Ella asumirá los riesgos de participar en la vida política y literaria con dignidad y coraje, desobedeciendo el mandato de quedarse callada junto al fuego y el de nunca decir “no” cuando el mundo dice “sí”
A pesar de esta rebeldía, la feminidad de Carolina fue uno de los pedestales de su gloria. Valera, cuando la compara con la Avellaneda, recalca, que la Coronado “es más sincera, más espontánea, más original a veces, y siempre más mujer”. Castelar llega a decir “no conocer poetisa que la aventaje en conocer la naturaleza de las pasiones, ni que la iguale en la delicadeza del sentimiento”.
Colaboró en “El Semanario Pintoresco” fundado por Mesonero Romanos, la revista más importante del momento, pretendía ser una especie de “enciclopedia popular”, formato que gozaba en esos momentos de gran auge. En ella Carolina Coronado sería precursora de una tradición literaria que desempeñaría un importante papel en la creación de una cultura burguesa y la democratización de la misma. En 1849 publica en él la primera entrega de la que sería una de sus novelas más ambiciosas, La Sigea. Consciente de la sujeción histórica de la mujer escribirá: “Hay una secta de hombres implacables que con su odio colectivo a todas las mujeres ilustres, antiguas y modernas, se han armado de la sátira, del desprecio y de la calumnia”. El feminismo de Carolina Coronado se despliega a lo largo de la obra por boca de Luisa Sigea que defiende la idea de que para vivir “son necesarias pasiones y calumnias que contribuyan a que el sexo femenino se curta en la lucha y el dolor y haga que el carácter de las mujeres se refuerce y su voluntad se reafirme para que surja esa raza de seres fecundas de alma y estériles de cuerpo cuya producción es un canto, una oración, una poesía...”.
Contraerá matrimonio con un rico hombre de negocios y diplomático Horacio Perry, de la Embajada de Estados Unidos en Madrid.
Desde 1873 Carolina Coronado, acosada por motivos de salud, vicisitudes familiares y el caos político y social que asolaba España tras la desintegración de la Primera República, se instala en Lisboa, y residirá en el Palacio de la Mitra. Con gran dolor para ella, sería en las tierra portuguesas donde fallecería en 1911, siendo traído su cuerpo a Badajoz, junto con el de su marido.