Don Carnal: dorado, elegante, alegre y seductor.
1 de febrero de 2005.
Cuando las hogueras de San Antón se apagan en la gélida madrugada, sé que ha llegado el tiempo de Carnaval. Busco, con ilusión casi infantil, el pequeño antifaz bordado con lentejuelas y rematado con una leve pluma, para colocarlo en la solapa de mi chaqueta. Así comienzan las celebraciones del tiempo de la trasgresión y la alegría.
Acércate al patio del Ayuntamiento de Guadix y disfruta con la exposición "Fantasía de Carnaval". Podrás observar lo que el corazón, la imaginación y el saber de una mujer como Antonia Lubian, han sabido sacar de un montón de telas, encajes, lentejuelas y plumas. Y además las preciosas fotografías del Guadix monumental en Carnaval, hechas por File.
Quiero centrarme en los dos personajes que dan la bienvenida a los visitantes: don Carnal y doña Cuaresma. Él se nos presenta tan dorado, elegante, alegre y seductor como el modelo de mundo que representa. A su lado está ella, tan recatada, tan austera, tan comedida, tan seria, tan formal como el modelo de sociedad por el que clama.
En la batalla que cada año libran nuestros protagonistas, hay mucho de ritual y de simbólico y descifrarlo nos ayuda a interpretar la sociedad en que vivimos. Debemos interesarnos en conocer las manifestaciones populares en las que participamos, y así ser conscientes de su significado.
Si nos detenemos en el orden social, vemos que en Carnaval se da una inversión de los papeles sociales, ya sean sexuales, profesionales o económicos, que provoca confusión e impide el control social pero permite que la conducta individual no tenga que ajustarse a patrones y normas estrictas, las actitudes carnavalescas no son correctas o incorrectas, son espontáneas. Por el contrario la Semana Santa, que es la culminación de la cuaresma, tiene su manifestación ritual en las procesiones, completamente regladas en horario, orden de desfile, vestimenta e incluso en el ritmo de la marcha, dispone de una armonía preestablecida donde cada participante tiene su papel y su sitio. Pero en la vida cotidiana no se da ni la confusión del Carnaval que impide el control social, ni el orden de la procesión que lo hace inútil.
En las relaciones personales también hay diferencias, se evidencian en la hostilidad burlesca y las actitudes caprichosas, frente al sacrificio penitencial y la fraternidad de la cuaresma. La sociedad no permite ni el ojo por ojo, ni poner la otra mejilla, porque para resolver los conflictos, hemos pactado leyes.
Las formas con las que expresamos la identidad personal en tiempos de carnestolendas se visualizan en los disfraces y máscaras que crean imágenes inconfundibles y nos permiten observar una sociedad plural, colorista, original, heterogénea, y nos hace personas más diferentes de lo que somos en realidad. La Semana Santa también aporta una identidad, las túnicas y los capirotes de los penitentes uniforman a las personas y anulan las diferencias de sexo, edad y posición social, al igual que las máscaras, poniendo en claro que todo es vano porque la muerte nos deja a todos y todas hechos polvo. Entre la máscara y el capirote esta nuestro rostro, con el que se nos ve y se nos reconoce como seres únicos e irrepetibles.
Finalmente están las relaciones del cuerpo y sus apetitos. El carnaval se representa, nada más y nada menos, que por dos pecados capitales como son la gula y la lujuria. Engullir y amar sin más limite que la apetencia se contrapone, en tiempo de cuaresma, con el ayuno, la abstinencia y la castidad. Este movimiento pendular no se da en nuestra vida cotidiana, donde, salvo las excepciones que confirman la regla, los hedonistas carnavaleros y los ascetas cuaresmales son minoría.
Que la cuaresma siga al carnaval indica, a primera vista, una victoria de la dama negra sobre el chico de oro, pero no te dejes engañar, si venciera uno de los contendientes peligraría la sociedad que conocemos. Por eso cada año los dos son enterrados. Los derechos del cuerpo y los del alma que defienden don Carnal y doña Cuaresma, son ritualmente derrotados en su pretensión de regir, en exclusiva, la vida de los hombres y de las mujeres. Y sin necesidad de discursos, se expresa la teoría que sirve de guía para nuestra conducta individual: el valor del justo medio y del sentido común. Hemos de aprender a reírnos de la propia sombra sin que por ello nos duela la conciencia.