Un condón en la pecera.
25.1.2005.
En una pequeña ciudad de provincias vivía una anciana profesora de piano y de órgano muy respetada en el pueblo por su excelencia profesional. Recibe la llamada telefónica del cura de su parroquia que le dice que se acercará hasta el domicilio para felicitarla por su cumpleaños. Cuando llega y se sienta en el sofá de la sala de música observa con perplejidad que sobre el órgano hay una pequeña pecera llena de agua en la que flota un condón. Se pone a charlar con la buena señora y después de merendar, y sin poder contener su curiosidad, le pregunta a la venerable dama qué es lo que había encima del órgano. La señora, con la dulzura propia de las personas de edad y una sonrisa, responde que era algo prodigioso, y le cuenta que una tarde mientras paseaba se encontró en el suelo un sobrecito plateado que en letras pequeñas decía: poner sobre el órgano, mantener húmedo y no habrá peligro de contraer enfermedades. Desde entonces, dice la buena mujer, no he tenido ni una gripe.
Algunas historietas como estas están muy de moda ahora que la ministra de Sanidad y el portavoz de la Conferencia Episcopal se han reunido. La señora Salgado quería conseguir un compromiso de los obispos que consistiese en no dificultar las medidas que adoptará su departamento para fomentar el uso del preservativo y evitar la extensión del SIDA. Ella debió ser convincente y el representante del clero sensible a sus argumentos, porque al terminar la reunión el caballero hizo unas declaraciones en las que admitía, como un mal menor, la utilización de condones para luchar contra esa enfermedad.
Lo malo ha venido después, cuando hasta el Papa ha declarado que su uso es inmoral.
Sabes que me había propuesto no permitir que estas cosas me afectaran y que los obispos no condicionaran mi pensamiento y por tanto que no me hicieran sufrir… Pero no puedo mantenerme al margen. Conozco a demasiada gente que es católica y que se siente desorientada, que recibe mensajes contradictorios y que no sabe qué pensar o qué hacer sin que una voz interior les torture, decidan lo que decidan.
A quien me pregunta, siempre le respondo que lo importante es aplicar el sentido común, que al parecer entre la jerarquía eclesiástica es el menos común de los sentidos. No podemos poner en peligro nuestra salud por seguir recomendaciones religiosas sin fundamento. ¿Qué hombre o mujer puede poner la mano en el fuego para asegurar que la actividad sexual de su pareja, a lo largo de su vida, ha estado libre de riesgo?
Los datos son tremendamente tozudos y nos indican que cada vez son más las mujeres que se contagian por confiar en sus maridos o amantes. Unos porque consumen drogas en condiciones de riesgo, otros por relacionarse con prostitutas afectadas y finalmente los que tienen relaciones bisexuales con personas enfermas, el caso es que la falta de sinceridad de unos y el exceso de confianza de otras, hace que más mujeres de las que nos podamos imaginar sufran.
Creo que los preservativos deben circular por nuestros bolsos, cajones y botiquines con absoluta naturalidad. Se deben convertir en un instrumento de salud tan normal en nuestras vidas como los cepillos de dientes. Y debemos hablarles a nuestras hijas e hijos de ellos y de su utilidad con la misma confianza con la que le enseñamos a cortarse las uñas o les adiestramos en higiene corporal. Son las personas que más nos importan, a las que más queremos y a las que deseamos ofrecer lo mejor.
¡Claro que les hablaremos de amor! ¡Claro que les diremos que el sexo no es un juego y que al lado siempre hay una persona! ¡Claro que les exigiremos responsabilidad y compromiso! Y por eso pondremos en su conocimiento los riesgos que pueden evitar y como hacerlo.
Lo que a mí me parece inmoral es negar a muchas criaturas la oportunidad de salvar su vida y después montar centros para verlos morir, eso sí escuchando la hipócrita palabra de consuelo de quien no asumió que el hombre y la carne es débil y que pecará setenta veces siete.
Creo que se puede ser una persona católica sin ser un fundamentalista, así que no te comportes como la dama que toca el piano y no le des la satisfacción a tu párroco de meter el condón en la pecera.