domingo, 21 de septiembre de 2008

Aleteos.




Aleteos.
24 de agosto de 2004.

Alguien me contó que cuando Cupido estaba pensando la mejor y más original manera de conseguir el amor de Psique, se le ocurrió arrancar una pluma de la espalda de Zéfiro. Con ella decidió refrescar a la diosa mientras ella dormía, y de esta manera tan tierna y deliciosa, velar su sueño. Es evidente que el abanico es una invención divina.
En lo que va de verano ya he perdido tres. Ese popular y esencial artilugio me acompaña a cualquier sitio que voy, sea verano o invierno, desde hace muchos años. Encuentro un placer especial en el hecho de abanicarme.
La existencia y uso del abanico en España no se remonta a épocas muy antiguas, a pesar de que su aparición, tal como lo conocemos hoy, se produjo en torno al siglo VII, y se atribuye a un fabricante japonés que tuvo la idea al observar las alas del murciélago, en el país nipón los primeros abanicos se denominaban "komori", palabra que significa murciélago. Llegaron a Europa al abrirse las rutas comerciales con Oriente finalizando el XV.
Trescientos años después se fabrican abanicos en toda España. Y en el año 1802 se inaugura la Real Fábrica de Abanicos en Valencia, donde aun existe una saneada industria que exporta a todo el mundo compitiendo con China.
Se convirtió en instrumento de distinción y elegancia femenina. Las grandes damas de todos los tiempos han tenido uno en la mano desde Maria Antonieta hasta mi madre y mi suegra. En opinión de Isabel I de Inglaterra, era el único regalo que podía aceptar una reina, ella poseía una gran colección de abanicos y siempre se retrataba con alguno de ellos, al igual que la reina Cristina de Suecia e Isabel de Farnesio, llegando esta última a reunir más de mil ejemplares diferentes. La también reina de Suecia Luísa Ulrick, llevó su pasión al extremo de fundar la Orden del Abanico para las damas de la corte. Desde mediados del siglo XVII el abanico es ya un objeto de moda. En esta época, se convierte en un complemento femenino imprescindible, utilizándose, además de su función original, para ocultar o mostrar emociones, de ahí que Moliére lo denomine "biombo del pudor". En el siglo XIX el uso del abanico estaba tan extendido que el escritor romántico francés Teófilo Gautier llegó a escribir «nunca, he visto una mujer española sin su abanico. La sigue a todas partes, hasta en la iglesia, rezan y se abanican con el mismo fervor».
La forma del abanico ha permanecido inalterable a través de los siglos. Lo único que ha variado según los dictados de la moda ha sido el país, que es como se llama la parte alta del abanico, porque se decora con representaciones de escenas costumbristas o motivos florales. El país, según las épocas podía ser de tul, gasa, seda, encaje, papel... La parte baja del abanico, normalmente de madera, se llama baraja. Hay abanicos que carecen de país recibiendo el nombre de abanicos de baraja.
Importantes pintores españoles quisieron dejar huella en ellos, utilizándolos como soporte de algunas de sus creaciones, consiguieron así elevar la dignidad de tan humilde pieza, es el caso de Goya, Zuloaga, Fortuny, Picasso, Dalí, Tapies, Monpó, Millares o Perez Villalta. También lo hicieron Rubens, Pisarro, Degas o Manet. Y es que pocos artistas se resisten al reto que supone reinventar un objeto ancestral cuajado de historia y artífice de leyendas.
Creo que la próxima vez que me encuentre a Socram, además de felicitarlo por el tótem que le concede la Ciudad de Guadix y que se merece, no solo por su excelencia profesional, sino por su calidad humana, y por haber encontrado en esta tierra la inspiración para su obra, le rogaré encarecidamente que me pinte un abanico. Aún recuerdo el día que me pidió los calcetines viejos de mis hijos, que entonces eran pequeños, para un proyecto en el que estaba trabajando, porque me parecía increíble que se pudiera crear belleza con algo tan vulgar. Y también recuerdo lo que disfruté en una de sus exposiciones, porque ver sus cuadros es una gozada, pero que Javier haga de cicerone lo eleva a la enésima potencia. Si se decide a formar parte del elenco de artistas que supieron encontrar en el abanico una pieza de indudable valor artístico, yo me comprometo a conservarlo como lo que será, una joya.