domingo, 21 de septiembre de 2008

Cual dama principal.



Cual dama principal.
12 de diciembre de 2006.

Llegó diciembre y con el fresco las “viajeras” hemos sido convocadas a una nueva cita con la amistad y con el vino. El cielo de la mañana era limpio y reluciente, Sierra Nevada hacía honor a su nombre y se presentaba como la describiera Elena Martín Vivaldi: como yacente cuerpo, adormecida, esperabas del sol la hermosa llama ardiendo en tu costado.
A las doce de al mañana del domingo se abrieron para nosotras las puertas de la Bodega de la calle Tribuna, propiedad de Ana Vera y Jóse Ruiz, que tan amablemente ponen a disposición de este bullanguero grupo de mujeres en su anual encuentro.
Estaban nuevamente colocadas en posición de firmes las botellas de vino de Rioja a lo largo de la barra. Delante de ellas podíamos ver las brillantes y delicadas copas de cristal, cada una tallada con el nombre de su ricadueña, recostadas sobre las nuevas sudaderas de un intenso azul marino, con el que renunciaríamos a la individualidad para uniformarnos como tripulantes de nuestro navío imaginario, en este nuevo “viaje” por las tierras que paren buenos caldos.
El vino, a lo largo de la historia ha sido objeto de numerosas loas, cantos y poemas. Es la bebida más elogiada en la Biblia en la que encontramos cientos de referencias, llegando a ser el elegido para representar la sangre de Cristo “Tomad y bebed todos de él”. Homero afirma que es motivo de inspiración artística: No podrán agradar jamás, ni merecer la inmortalidad, los versos escritos por quienes solo beben agua. En Martín Lutero tuvo un firme defensor y así aleccionaba a sus seguidores: Quien no ame el vino, las mujeres y las canciones, será un estúpido toda su vida. Baudelaire en su libro “Paraísos artificiales” confirma que esta especial sangre de la tierra exalta la voluntad, hace a la persona sociable y produce resultados fructíferos; y afirma que el hombre que sólo bebe agua esconde algún secreto a los demás.
Nunca otra bebida fue mejor que el buen vino. De ahí que la Celestina, dijera: Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar. Para ello habrá que exigir lo que Sancho Panza, pena de muerte contra todos aquellos bodegueros que lo “bautizasen”. Más no es bueno hacer excesivo uso de él, pues como también dijo nuestra ilustre alcahueta: Quien la miel trata, siempre se apega a ella. Por lo que lo más sensato será seguir el consejo de don Miguel de Cervantes: El vino que se bebe con medida, jamás hace daño.
Con estas indicaciones las Despenseras de este año, Carmen Ávila Paniagua y Chunchi Hernández Cruz engalanaron nuestra mesa de ricos manjares. Una deliciosa selección de patés, finas lonchas de jamón serrano, suave queso, embutidos de lo más variado, exquisitas ensaladas de pimientos asados con granada, fresquísimas gambas, crujientes croquetas, almejas en salsa, tronquitos de pechuga de pollo rebozada, cogollos de lechuga aliñados… Teniendo en cuenta que el empleo del vino en las comidas no es una extravagancia, sino la consecuencia de una solemne y unánime convicción, e inspiradas por el refrán popular que reza “Comer sin vino comer mezquino”, llenamos nuestras copas. Y siendo conscientes de que no conviene contradecir a dioses, sabios, poetas y artistas, dimos buena cuenta del vino que según la Celestina “no tiene sino una tacha, que el bueno vale caro y el malo hace daño”.
Mientras comíamos, brindábamos y sobre todo charlábamos y reíamos, recordaba un poema de Benedetti: Bébete un tentempié pero sentada, arrímate a tu sol si eres satélite, usa tus esperanzas como un sable, desmundízate a ciegas o descálzate, desmilágrate ahora poco a poco… apróntate a salir y a salpicarte calle abajo, novada, renovada, pero antes de asomar la naricita bebe otro tentempié, por si las moscas.
Cuando las comensales llegamos al fin de nuestro yantar, se nos hizo saber que después de haber comido y bebido en la afamada “Bodega Calatrava” todas las cuitas que dejamos al oreo en el umbral de esta casa cuando entramos, se las había llevado el viento al Río Verde, y junto a nuestras antiguas preocupaciones y congojas debían ir ya cantando el Fandango de Guadix por Sevilla.
Y cuando salimos, ya oscurecido el cielo, risueñas y placenteras, rebosantes de salud y ánimo, sabíamos que no había que llorar, porque las marmitas y pucheros, las dormidas cráteras del buen vino, la simpatía y decoro de quienes en esta casa nos atendieron, cual damas principales, nos esperan cada día del año para el buen comer y el mejor beber.