martes, 9 de septiembre de 2008

Bayeta verde sembrada de motas amarillas.



Cascamorras siglo XIX



Cascamorras siglo XX



Cascamorras siglo XXI


Bayeta verde sembrada de motas amarillas
5 de septiembre de 2004.

La Feria y el Cascamorras están estrechamente vinculadas. Al comenzar la fiesta grande de Guadix, se inician las cuestaciones del Cascamorras para sufragar gastos. Entonces lo vemos de guapito y limpio con su bandera y su tamborilero, ambos relajados y sonrientes, llamándonos a colaborar.
Cuando termina la Feria, el día cinco, próximo a dar las doce de la noche, le despedimos en un familiar paseo desde el compás de Santo Domingo hasta el puente del río Verde, y esperamos que cumpla con buena fortuna la misión que se le ha encomendado. Estará en Baza durante tres días, y mientras le esperamos, prepararemos nuestras peores galas para ir a recibirlo la tarde del día nueve.
Esta fiesta es sorprendente porque queriendo tener una raíz religiosa, termina siendo una manifestación popular en la que la gente rompe los moldes de lo cotidiano. Si normalmente nos arreglamos para salir a la calle, nos lavamos, nos peinamos, nos perfumamos y vestimos de limpio, en este día nos despeinamos, rompemos nuestra ropa, la manchamos de almagra y azulete, y engrasamos nuestros cuerpos. Si normalmente circulamos por las aceras, este día invadimos las calzadas. Si normalmente evitamos que nos caiga encima cualquier gota de agua procedente del riego de las macetas de los balcones o de los desagües de los aparatos de aire acondicionado, este día gritamos bajo las ventanas pidiendo cubos de agua. Si normalmente paseamos en pareja o grupos reducidos, ese día parecemos la gran ola escindida del maremoto que cruza alegremente con fuerza y energía la ciudad de un extremo a otro. Si normalmente nos cuesta tocarnos y mantenemos las distancias, ese día nos ponemos encima las manos llenas de pintura y nos damos estrechos abrazos, sobre todo con aquellas personas conocidas que lucen inmaculadas y es que la huella de la fiesta tiene que purificarnos a todos y a todas.
Somos conscientes de que en nuestra vida cometemos muchos errores que se van adhiriendo al cuerpo y al alma como una mancha de almagra, pero también somos conscientes de que todos nuestros pecados merecen el perdón y que disponemos de los recursos personales que nos permitan enmendarnos, de la misma forma que al dar por terminada la carrera volvemos a quedar limpios y limpias con una buena friega de detergente en polvo y abundante agua tibia. Asumir que no somos la perfección andante, tomar conciencia de que errar es humano y conseguir que eso no amargue nuestra breve existencia, es una de las funciones de esta fiesta.
La otra es la toma de conciencia de que un pueblo es el conjunto que forman las gentes y las calles, por eso cuando un alcalde prepotente ha querido limitar la capacidad de libre circulación de la fiesta por la ciudad, la participación ha sido mayor y más trasgresora, y es que sabiéndolo o sin tener conciencia de ello, la gente quiere manifestar con libertad su propia fe y elegir su camino.
Considero que sería enriquecedor montar una sala de exposición permanente con fotografías de todos los Cascamorras, sus biografías y los motivos por los que encarnaron al personaje. Las arroparían las de las gentes que participan en las carreras. Deberíamos iniciar una labor de recuperación de las distintas vestimentas que a lo largo de los años ha utilizado el protagonista de esta fiesta tradicional y para eso nos puede ayudar las descripciones de algunos autores como Torcuato Tarrago y Mateos que en 1883, escribía “va vestido de bayeta verde, sembrado de motas amarillas. Una dilatada capucha cubre su cabeza, una carátula (o máscara) cubre su rostro, un chaquetón colosal envuelve su cuerpo, unos pantalones espaciosos abrigan sus piernas”. El Magistral Domínguez con un dominio exquisito del lenguaje y sus significados nos hace otra descripción: “Trae ropilla y gregüescos, mitad amarillos, mitad rojos, con varios golpes de verde lagarto, haciendo dibujos aquí y allí sin ton ni son”.
Finalmente se debería organizar un ciclo de conferencias en el transcurso de las cuales las personas que han estudiado la fiesta nos dieran su versión y pudiésemos contrastarlas y enriquecer el conocimiento que tenemos de ella. De esta forma conseguiríamos hacer de esta manifestación cultural un motivo de orgullo colectivo y un atractivo turístico más.
Comparto el sentimiento de Torcuato Tarrago cuando escribió que “el Cascamorras es la esencia de las costumbres de nuestros mayores, en su figura hay algo que conmueve y enternece”.