lunes, 8 de septiembre de 2008

Nuestras raíces.

Calle de la Concepción. Cardo




Calle Santa María del Buen Aire. Decumano


Nuestras raíces.
20 de agosto de 2008

El descubrimiento del teatro romano, justo al lado de la plaza que lleva el nombre con el que Roma fundará nuestra ciudad, es una maravillosa conjunción de buenas señales, un buen augurio.
Cuando el Imperio Romano decidía fundar una ciudad, sabía que esta debía estar correctamente ordenada y distribuida con una armonía celeste, porque para la ciudadanía de la antigüedad, el orden celeste era lo más cercano a los dioses, a lo arquetípico, a lo perfecto y duradero.
Comenzaban la empresa "inaugurarando", es decir, preguntaban a los dioses su voluntad respecto a lo que iban a realizar. Por tanto la ceremonia de fundación de una ciudad era un acto sustancialmente religioso en el que sistemáticamente se tenían que cumplir cinco pasos rituales. Un mínimo fallo en el ritual invalidaba el acto, tal era el carácter formulístico de la religión romana.
En el primero se elegía una colina, y antes de proceder a trazar el perímetro de la ciudad, el augur tenía que hacer su trabajo. El augur era un teólogo encargado de conservar las reglas tradicionales relativas a la observación e interpretación de los signos naturales que constituían los auspicios, era el mediador del cielo en la tierra. Por estos medios verificaba que el lugar elegido era aprobado por los dioses y diosas. Se centraba en muy diversas especies de signos. Por un lado estaban los signos celestes, como el relámpago, el trueno y otros fenómenos meteorológicos. Siendo precisamente el relámpago, en un cielo sereno, el auspicio por excelencia, considerándose favorable siempre que se dirigiera de izquierda a derecha, porque la izquierda del augur correspondía a la derecha de Júpiter, y era desfavorable cuando se daba en sentido contrario. Se detenía también en la observación del vuelo de las aves, su dirección y la fuerza, y agudizaba el oído para percibir el acento de sus cantos, determinando con todo ello el sentido favorable o desfavorable del augurio. Realizaba presagios observando del apetito de las aves, especialmente de los pollos, siendo signo muy favorable que el pollo dejara caer de su pico algo de comida. Completaba el estudio realizando el sacrificio de animales cazados en la proximidades. Vitrubio (el famosísimo arquitecto e ingeniero romano) explicaba la razón científica de estos actos: para la fundación de ciudades debe examinarse el hígado y los pulmones de varios animales y si los tienen sanos, se deduce que las aguas serán buenas y los aires del lugar puros.
Una vez terminados satisfactoriamente estos preliminares, se repiten simbólicamente los ritos de la Creación, el paso del caos (que no es el desorden, sino lo latente, aquello que todavía no se ha manifestado) al cosmos. Para los antiguos, la Creación, el cosmos, se origina a partir de un centro, que es la zona de lo sagrado por excelencia, la realidad absoluta. Por lo tanto, la ciudad parte de un centro, que se establece mediante la ceremonia de fundación en el punto central del espacio seleccionado. Todo comienza al amanecer, ofreciendo un sacrificio a los dioses, y después, los participantes en la ceremonia proceden a purificarse saltando sobre un fuego sagrado, encendido a partir de ramas de zarza. Tras la purificación, en el lugar que se ha elegido como centro, se abría una fosa circular o “mundus”, y se introducía una arqueta con ofrendas y tierra traída de los lugares de procedencia de los fundadores, en ella se simbolizaba el poder de sus deidades. Esta fosa se cerraba con una piedra cuadrada en torno a la cual se ubicaban los estandartes militares, si los colonos eran, como en nuestro caso, veteranos del ejército.
En el segundo paso del ritual, se procedía a la delimitación del espacio sagrado, es decir, el perímetro de la nueva ciudad, el lugar por donde discurrirán las murallas, que además de su función defensiva son, simbólicamente, lo que separa el mundo ordenado o cosmos, del mundo externo o caótico. Se empleaba un arado de bronce tirado por una yunta de reses blancas que nunca antes hubiesen conocido el yugo. Por la parte exterior iría un macho simbolizando la guerra y por la interior una hembra representando el hogar. Los conducía un pontífice con su mano derecha, y en la izquierda sostenía un bastón pequeño acabado en voluta. Marcaba el surco originario, mientras el cortejo lo seguía observando un silencio religioso. A medida que la reja del arado levanta terrones de tierra, se arrojan cuidadosamente en el interior del recinto, para que ninguna partícula de esta tierra sagrada cayese en terreno extranjero. El cerco trazado por la religión es inviolable y ni el extranjero ni el ciudadano tienen derecho a franquearlo; sería un acto de impiedad contra los dioses. Para que se pueda entrar y salir de la "urbe", el pontífice levanta la reja del arado en los lugares del suelo en los que se ubicarán las puertas de la ciudad, que estarán protegidas por el dios Jano, al que se representa con doble faz, portando unas llaves y un báculo.
En el tercer paso del ritual se efectuaba la delimitación del espacio interior, por lo que se establecían tres zonas: la sagrada, la pública y la residencial. Para ello a partir del mundus o círculo del pozo que simbolizaba la redondez del mundo, se ordenaba el plano de la ciudad. El agrimensor trazaba una cruz en el círculo. El trazado norte-sur formaba el “cardo” que se corresponde con la calle de la Concepción y trazo este-oeste marcaba una calle principal denominada “decumanus”, que corresponde a la calle Santa María del Buen Aire.
El cuarto paso del ritual consistía en el sacrificio de un cerdo, una oveja y un toro, que el pontífice realizaba a las deidades capitolinas. A Júpiter el soberano de los dioses, venerado por la ayuda que sus lluvias podían dar a las granjas y a los viñedos, porque tenía el poder sobre el rayo, era el encargado de regir la actividad humana y, dado su poder omnímodo, protegía a los romanos en sus actividades militares en las fronteras. A Juno la reina de los dioses, diosa de la luna, protectora de la parte femenina del mundo y de la mujer, velaba por las riquezas de la población, por la fertilidad de sus mujeres, presidía los partos y protegía a los recién nacidos. Y a Minerva la diosa de la inteligencia, dotada del don de profecía, que prolongaba a voluntad la vida de los mortales, todo lo que ella disponía con un gesto de su cabeza era irrevocable, todo lo que prometía se realizaba, Ovidio la llamaba la «diosa de las mil obras».
Satisfechas las divinidades se procedía con el quinto paso del ritual que es descrito por los autores antiguos (Vitrubio, Higinio, etc.), consistía en la división del territorio de la ciudad, para poder repartirlo entre los colonos fundadores. Para ello se definían parcelas cuadradas de 710 metros.
Ya solo nos quedaba nombrarla. En el mundo romano toda fundación urbana debía vincularse a un héroe fundador convertido en protector de la nueva ciudad. En el caso de nuestra ciudad el patrocinio fue atribuido a Julio Cesar, ya que como emperador era ordenador del orbe, y es así como aparece en el nombre de nuestra ciudad “Julia”. Con ella quiso premiar a los soldados que pertenecieron a dos de sus legiones, la primera, conocida como vernácula y la segunda. Y es aquí donde añadimos al nombre de nuestra ciudad “Gemella”, en clara referencia a estas dos legiones. Finalmente “Acci” se mantendría como una formula de respeto a la denominación que la población íbera diera a la zona.
Es así como en el año 45 antes de nuestra era, fue fundada la ciudad romana “Julia Gemella Acci” que periódicamente nos sorprende, dejando que descubramos alguno de sus secretos.