martes, 9 de septiembre de 2008

Buenos Aires, Cascamorras.














Buenos Aires, Cascamorras.
12 de septiembre de 2006.

El hecho de que la Fiesta del Cascamorras coincidiera con el sábado ha permitido que participasen en ella muchas más personas que cuando el calendario la sitúa en un día ordinario de semana. A este hecho hay que añadir que se celebraba su reciente reconocimiento como Fiesta de Interés Turístico Nacional, con el consiguiente esfuerzo de las distintas administraciones por promocionarla, repartiendo para ello camisetas, pañuelos y banderas de balconada lo que ha convertido un manifestación cultural que es alegre de por sí, en todo un acontecimiento social.
Durante mi rutinario paseo por el “ mercadillo del sábado” puede ver a muchos vecinos y vecinas que ya se estaban preparando para la cita de la tarde. Llevaban puestas las camisetas blancas con dos manos negras dibujadas a la espalda. Entre las compras obligatorias estaban las bolsas de almagra y azulete; los guantes de crin, para restregar los cuerpos después de las carreras; y grandes botes de cremas hidratantes grasas para embadurnar cada centímetro de piel y evitar que sean los tintes quienes invadan cada poro.
Sobre las cinco de la tarde había un continuo trasiego de gentes que se dirigían al tradicional punto de salida en la Estación. Estoy convencida que los cientos de balcones que se asoman a la Avenida de Buenos Aires, se hicieron para disfrutar de esta fiesta, porque nunca se encuentran tan abarrotados de personas como este día. En ellos se instalan unas voluntarias fuerzas de orden que vigilan para que la fiesta no pierda su sabor. Estos vigilantes controlan que se desarrolle una técnica de investigación que en Antropología se denomina “observación participante”, de tal manera que no basta con ir a “goler”, hay que integrarse. Por eso a quienes circulan por la Avenida vestidos de limpio, intentando no mancharse, esquivando el rozarse con alguien sucio, manteniéndose al margen con la sola intención de ver lo que pasa, los vigilantes de la fiesta les obsequian con un buen chorreón de agua que a partir de entonces los convierte en seres muy vulnerables a las manchas por polvo de almagra. Los hay concientes de que la fiesta exige participar y al recibir su bautismo se ríen y saludan. Pero también los hay de carácter agrio y mal encarado que miran desafiantes a los balcones y lo más bonito que sale pro su boca es “hijo de puta”, estos individuos deberían pensar en ver el Cascamorras por televisión. Solo hay dos categorías de excepción en los bautismos: los niños y niñas muy pequeñitas; y las personas muy mayores, que en vez de un cubo de agua solo reciben un leve rociado. Me encanta escuchar el chasquido del liquido elemento al estrellarse contra el suelo, tiene algo que resulta evocador.
Los cohetes anuncian que se inicia la carrera. Al cabo de unos minutos comienza a escucharse el rugido de la marabunta por la Avenida Buenos Aires. Muy pronto cientos y cientos de seres de un indescriptible color caldero bien tiznado, se sitúan bajo los balcones pidiendo agua, a lo que el vecindario responde lanzando cubos y cubos de este precioso liquido que suele estar templado porque se ha tenido al sol toda la mañana. Con alegría, los recién bañados, gritan “bastetano el que no bote” y tanto ellos como quienes están en los balcones botan y rebotan. Acto seguido se escucha de forma atronadora “esto sí que es un Cascamorras” que sigue a coro todo ser presente. Se inicia nuevamente la carrera, cruzando de lado a lado la calzada, hasta que se sitúan bajo otro grupo de balcones y se repite la escena. Delante del Menzeto hicieron otra parada, desde el segundo piso deslizaron una botella de cava con una cuerda que recogió Cascamorras subido sobre los hombros de uno de los hombres de su guardia pretoriana, la descorchó, la batió y la brindó como un campeón a sus seguidores que recibieron un baño de espuma y de burbujas.
Así llegó Cascamorras y toda su multitudinaria comitiva hasta el puente sobre el río Verde. Allí le esperaban otros cientos de seguidores ocupando el total de la rotonda y la Plaza de las Américas, imagino que cuando la Fontana esté funcionando será inevitable que el personal la tome para un primer baño iniciático. La carrera siguió por su recorrido tradicional hasta San Miguel.
El tiempo acompañó, el cielo amenazaba chaparrón, pero sólo de vez en cuando dejaba caer unas delicadísimas gotas de lluvia para participar de la fiesta. Y cuando por fin terminó aplaudió con relámpagos, rayos y truenos, y una fuerte descarga de agua, que supongo ayudaría a limpiar las calles.