Busca la liebre de la Luna llena.
5 de septiembre de 2006.
Mientras subía al Cerro de la Bala para ver el castillo de fuegos artificiales con los que se dio por terminada la Feria 2006, pensaba que un artilugio llamado “Smart 1” acababa de estrellarse contra la Luna en un lugar llamado “Lago de la Excelencia”. Antes de deleitarme con las estrellas de pólvora, miré de frente a la Luna.
Cuentan que en su cara visible, hay veinte mares. E insistimos en denominarlos así aunque sabemos que no hay océanos verdaderos, ni casquetes polares, ni nubes, porque no hay rastro de agua. En realidad son llanuras secas, atravesadas por riscos y plagadas de cráteres, sobre las que se depositan grandes cantidades de polvo.
En estas maravillosas noches de fin de verano, con la concurrencia de pacientes maestros, he conseguido reconocer algunos de ellos. Ayer tuvimos Luna Llena, así que hoy es un buen momento para buscarlos. El más grande es el Océano de las Tormentas que cubre un área equivalente a dos veces Méjico, hasta él llegó el primer satélite ruso llamado Lunik 9, hace cuarenta años. El segundo en tamaño es el Mar del Frío, largo y estrecho. Al anochecer intenta reconocer una liebre semisentada, cuyas orejas caen levemente hacia al lado derecho. Aparecerá cabeza abajo al amanecer, confirmando el hecho de que la Luna sólo muestra una cara a la Tierra y siempre la misma. La mancha oscura que forma la cabeza se llama Mar de la Tranquilidad, es donde alunizó en julio de 1969 la nave Apolo 11. La oreja izquierda es el Mar de la Fecundidad y la derecha se llama Mar del Néctar. En el abdomen está situado en el Mar de la Lluvia. También podemos ver el de Crisis, el de la Fecundidad, el de la Serenidad, el de las Nubes, el de las Lluvias y el de los Humores. Intenta localizarlos, es apasionante.
La comunidad científica china tiene un programa para estudiar la Luna, le llaman Chang'e, en homenaje a la leyenda que se cuenta durante las celebraciones para venerar a la reina de la noche y en las que es obligatorio comer pasteles de Luna. Me la contó mi profesor de pensamiento chino así que, te lo digo y no te miento, como me la contaron te la cuento.
Érase una vez que se era, un país llamado China. Allí vivía el emperador How-Yi, un valiente guerrero que amaba a la joven princesa Chang´e. Ella tenía siempre junto a sí una pequeña liebre blanca a la que mimaba y a la que puso por nombre Hakuto. Un día los magos obsequiaron al emperador con tallos de la hierba de la inmortalidad. El quería prepararse mentalmente para tomar el maravilloso regalo, y mientras se lo encomendó a Chang'e, para que lo custodiara. Ella lo puso en un cuenco y siguió atendiendo con primor su bellísimo bonsái, un ejemplar único del árbol de Casia, su corteza desprendía un aroma envolvente y acababa de dar los primeros frutos, parecidos al clavo. Cuidar aquella joya le producía enorme satisfacción personal. Afanada en la tarea, no se percató de que Hakuto rondaba la estancia. La pequeña liebre, que era golosa, se dedicó a degustar las hierbas del emperador. Están riquísimas, dijo, y colocó unas briznas en los labios de Chang'e, al tiempo que dos gotas de savia caían en el árbol. De repente, Chang'e se dio cuenta de lo que había pasado. En la Ciudad Prohibida todas las puertas estaban ya cerradas. ¿Cómo podría escapar a la ira de su señor? Miró desesperada al cielo, brillaba la Luna llena. De sus ojos se desprendieron cristalinas lagrimas que, antes de llegar a sus pies, se unieron al rayo de Luna, apareciendo una hermosa vereda de plata. Por ella empezó a caminar sin mirar hacia atrás, hasta que llegó a la Luna. Todavía tenía en sus brazos el árbol de Casia, que desde ese momento se conoce como el de la inmortalidad, y la traviesa Hakuto. Y ahí vive, tranquila, sentada a la sombra de su árbol mimado. Aun siente tanto miedo que no quiere volver a la Tierra, a pesar de que el emperador murió hace 2000 años. Es su liebre, en la noches de Luna llena, quien se desliza por sus rayos para jugar con los niños y niñas, y a veces les trae regalos.
Termino con unos versos del siglo X que se siguen recitando como manifestación del deseo de alcanzar la felicidad:“Ojalá el ser para mí más querido, sano y salvo, aunque nos separe la distancia, comparta conmigo en este momento la Luna”
5 de septiembre de 2006.
Mientras subía al Cerro de la Bala para ver el castillo de fuegos artificiales con los que se dio por terminada la Feria 2006, pensaba que un artilugio llamado “Smart 1” acababa de estrellarse contra la Luna en un lugar llamado “Lago de la Excelencia”. Antes de deleitarme con las estrellas de pólvora, miré de frente a la Luna.
Cuentan que en su cara visible, hay veinte mares. E insistimos en denominarlos así aunque sabemos que no hay océanos verdaderos, ni casquetes polares, ni nubes, porque no hay rastro de agua. En realidad son llanuras secas, atravesadas por riscos y plagadas de cráteres, sobre las que se depositan grandes cantidades de polvo.
En estas maravillosas noches de fin de verano, con la concurrencia de pacientes maestros, he conseguido reconocer algunos de ellos. Ayer tuvimos Luna Llena, así que hoy es un buen momento para buscarlos. El más grande es el Océano de las Tormentas que cubre un área equivalente a dos veces Méjico, hasta él llegó el primer satélite ruso llamado Lunik 9, hace cuarenta años. El segundo en tamaño es el Mar del Frío, largo y estrecho. Al anochecer intenta reconocer una liebre semisentada, cuyas orejas caen levemente hacia al lado derecho. Aparecerá cabeza abajo al amanecer, confirmando el hecho de que la Luna sólo muestra una cara a la Tierra y siempre la misma. La mancha oscura que forma la cabeza se llama Mar de la Tranquilidad, es donde alunizó en julio de 1969 la nave Apolo 11. La oreja izquierda es el Mar de la Fecundidad y la derecha se llama Mar del Néctar. En el abdomen está situado en el Mar de la Lluvia. También podemos ver el de Crisis, el de la Fecundidad, el de la Serenidad, el de las Nubes, el de las Lluvias y el de los Humores. Intenta localizarlos, es apasionante.
La comunidad científica china tiene un programa para estudiar la Luna, le llaman Chang'e, en homenaje a la leyenda que se cuenta durante las celebraciones para venerar a la reina de la noche y en las que es obligatorio comer pasteles de Luna. Me la contó mi profesor de pensamiento chino así que, te lo digo y no te miento, como me la contaron te la cuento.
Érase una vez que se era, un país llamado China. Allí vivía el emperador How-Yi, un valiente guerrero que amaba a la joven princesa Chang´e. Ella tenía siempre junto a sí una pequeña liebre blanca a la que mimaba y a la que puso por nombre Hakuto. Un día los magos obsequiaron al emperador con tallos de la hierba de la inmortalidad. El quería prepararse mentalmente para tomar el maravilloso regalo, y mientras se lo encomendó a Chang'e, para que lo custodiara. Ella lo puso en un cuenco y siguió atendiendo con primor su bellísimo bonsái, un ejemplar único del árbol de Casia, su corteza desprendía un aroma envolvente y acababa de dar los primeros frutos, parecidos al clavo. Cuidar aquella joya le producía enorme satisfacción personal. Afanada en la tarea, no se percató de que Hakuto rondaba la estancia. La pequeña liebre, que era golosa, se dedicó a degustar las hierbas del emperador. Están riquísimas, dijo, y colocó unas briznas en los labios de Chang'e, al tiempo que dos gotas de savia caían en el árbol. De repente, Chang'e se dio cuenta de lo que había pasado. En la Ciudad Prohibida todas las puertas estaban ya cerradas. ¿Cómo podría escapar a la ira de su señor? Miró desesperada al cielo, brillaba la Luna llena. De sus ojos se desprendieron cristalinas lagrimas que, antes de llegar a sus pies, se unieron al rayo de Luna, apareciendo una hermosa vereda de plata. Por ella empezó a caminar sin mirar hacia atrás, hasta que llegó a la Luna. Todavía tenía en sus brazos el árbol de Casia, que desde ese momento se conoce como el de la inmortalidad, y la traviesa Hakuto. Y ahí vive, tranquila, sentada a la sombra de su árbol mimado. Aun siente tanto miedo que no quiere volver a la Tierra, a pesar de que el emperador murió hace 2000 años. Es su liebre, en la noches de Luna llena, quien se desliza por sus rayos para jugar con los niños y niñas, y a veces les trae regalos.
Termino con unos versos del siglo X que se siguen recitando como manifestación del deseo de alcanzar la felicidad:“Ojalá el ser para mí más querido, sano y salvo, aunque nos separe la distancia, comparta conmigo en este momento la Luna”