jueves, 3 de abril de 2008

Atácales tú primero















































Atácales tú.

28.7.2003.


A raíz de invitar en este espacio a las mujeres a familiarizarse con las tecnologías de la comunicación, una amiga me llamó por teléfono y compartió conmigo alguno secretos. Como es lógico le pedí autorización para hacértelos extensivos, comprometiéndome a no desvelar su identidad, aquí la llamaré Carmen.
Ella cree que es muy importante no quedarse desfasada, pero confiesa que tiene dificultades. Por ejemplo cuando compró su ordenador, el dependiente (porque no encontró una mujer que la atendiese y la entendiese en aquel establecimiento) le preguntó de que características lo quería, se le puso cara de interrogación, y el hombre siguió sin inmutarse: creo que tendrá suficiente con un equipo que disponga de un procesador de Pentium IV, velocidad 2.4 Megahercios, una memoria RAM de 256 Megabites y un disco duro de 60 Gigabites, tarjeta gráfica 64 megas y monitor de pantalla plana de 17 pulgadas. Para sus adentros Carmen pensó que de todo lo oído solo había entendido los números, estaba claro que necesitaba un reciclaje urgente, porque si el mundo iba a utilizar ese lenguaje, le daría igual vivir en China, tampoco entendería nada.
Pero lo peor fue su primer día de oficina, una compañera le dio las instrucciones necesarias para utilizar el fax y en un momento determinado le habló del discriminador ¿el qué?, la otra muy sabihonda ella, le explicó que era un aparato que estaba conectado a la red telefónica y que permitía distinguir si las llamadas recibidas eran de teléfono o de fax. Durante la mañana tuvo que hacer unas fotocopias, maravillada estaba de lo bien que le estaban saliendo y de lo rápido que había aprendido a manejar la máquina, hasta que ¡horror! se puso a pitar de forma insistente sin que saliese ningún papel por su bocota. Solo se le ocurrió darle un golpecito de cadera. Rápidamente acudió la listilla que abrió la tapa, sacó el folio arrugado como una pasa, aprovechó para cambiar el toner y volvió a cerrar, de nuevo empezó a escupir papeles con olor a tinta.
Carmen asume con un poco de vergüenza que la primera vez que oyó hablar de un superconductor, se imaginó a un chofer de la Autedia capaz de llegar a Jorarairatar conduciendo su autobús con un brazo escayolado. Un microchip debía ser la forma en que los ingleses se refieren a una patata frita diminuta. Para ella un backup es una nueva marca de yogur líquido. Un disco duro es el que graban los grupos de havy-metal y un mini-disc es un disco en miniatura como su propio nombre indica.
Mi amiga padece de electrodomésticofobia, palabras como fibra óptica, electrónica, informática y autopistas de la información, le provocan un gravísimo sarpullido intelectual. Aunque por su fecha de nacimiento no se podría jurar, por su actitud y forma de reaccionar frente a determinados aparatos que están enchufados a la red eléctrica, deberíamos considerarla una mujer preindustrial.
No creo que deba aspirar a ganar un premio Nobel de Física, pero si sería necesario que supiese programar el vídeo, cambiar la hora de su reloj digital, sintonizar los canales de televisión, renovar el mensaje de su contestador telefónico, saber donde está la clavija del euroconector y todo ello con la misma naturalidad con la que programa el horno para que gratine los macarrones diez minutos antes de que los niños lleguen del colegio y la temperatura del microondas para descongelar los filetes de ternera. Lo importante de todos los electrodomésticos es que los ataques tú primero, si la cosa no va bien, solo tienes que desenchufarlos, sin corriente no son nada.
Por cierto que conozco algunos hombres que sufren de la misma enfermedad que Carmen, para ellos es un misterio como puede salir vapor por los agujeros de la plancha, es una hazaña que la lavadora no convierta sus jerséis preferidos en un higo seco y que la aspiradora no se coma las cortinas y los calcetines que había debajo de la cama.