Caminando ante el mar de nubes.
5 de agosto de 2006.
La vida nos ofrece instantes preciosos y precisos que dejan una profunda huella en nuestra existencia. He podido volar sobre las nubes, andar sobre lava de volcanes y ver como el mar organiza sus propias fiestas, y eso me permite sentir.
La capacidad del ser humano para inventar artilugios que le permitan vencer las resistencias de la naturaleza me impresiona y en algunos momentos provoca en mi cierta desazón. Cuando subo a un avión, por más que me expliquen los efectos Venturi y Magnus, me cuesta comprender que algo tan pesado, que transporta cientos de pasajeros y montones de kilos de equipaje, pueda ascender miles de metros y desplazarse miles de kilómetros. Igual ocurre cuando utilizo como medio de transporte un barco, no me cabe duda de que el principio de Arquímedes es la teoría por la cual el flotador destinado a navegar nos desplaza sobre el mar, pero cuando veo cargar en sus bodegas autobuses y camiones, me quedo perpleja. Consigo reponerme y decido dejar para mentes más científicas todas esas elucubraciones, al fin y al cabo yo soy de letras y es evidente que no me apasionaban las tortuosas clases de matemáticas, física, química y tecnología, aunque siempre procuré cursarlas con aprovechamiento.
Inicio la travesía entre las islas de Tenerife y La Palma, serán poco más de dos horas. El barco de la compañía Fred Olsen ha sido bautizado como Benchijigua Express, en homenaje a un bonito lugar de La Gomera. Veo como rompen las olas, igual que las horas del día, y en su vaivén se reflejan espumas de historias y misterio, trayendo a mí antiguas leyendas. Así recordé la contada por Hesíodo sobre el nacimiento de la “surgida de la espuma”. Después de que Crono cortase los genitales con una hoz a Urano, su padre, y la sangre y el semen de éste cayesen al mar, donde empezaron a hacer espuma, nació de ella Afrodita, ya adulta, adornada con la sonrisa y la dulzura y siendo la diosa del amor y la belleza. También pensé en Ulises y sus marineros arribando a la isla Eolia, donde su dueño y señor, Eolo los recibió con celebraciones y festejos, y decidió ayudarles a regresar a Itaca, impulsando sus naves con vientos favorables. Regaló a Ulises el Odre de los Vientos. un valioso presente que le ayudase a llegar hasta Penélope. Le advirtió que nunca lo abriese, porque en él estaban atrapados todos los vientos desfavorables que desencadenarían violentas tempestades. Sólo en casos muy precisos y de manera muy cuidadosa podría luchar contra la calma marítima. Ulises y sus hombres se embarcaron de nuevo y pudo más la curiosidad que los consejos. En medio de la noche, la marinería, entreabrió la boca del odre y, de repente, se desató tan feroz tormenta que puso en riesgo su viaje. Me pregunto por qué cuando se habla de persona curiosa que destapa desgracias siempre se habla de Pandora y no de estos curtidos hombres de mar.
Al día siguiente hicimos una ruta de senderismo que nos llevó al Parque Nacional de la Caldera del Taburiente, allí nos encontramos con el fenómeno que provocan los vientos alisios, que procedentes del Nordeste llegan a La Palma tras un largo recorrido marítimo, en el que se cargan de humedad en las capas inferiores, formándose nubes bajas que no cubren los puntos más elevados de la isla, pudiendo disfrutar desde las cumbres de la espectacular visión del "mar de nubes". Esa belleza me deja sin palabras, me provoca una confusión infinita, porque la naturaleza posee un poder inquietante, que me hace consciente de mi limitada fortaleza. Mi padre va unos pasos por delante y de pronto veo en él a “El caminante ante el mar de niebla” un cuadro del paisajista romántico alemán Friedrich. Nadie ha sabido pintar la soledad del ser humano ante el mundo como él, reflejándolo en un gesto que no vemos porque está mirando lo mismo que nuestros ojos, es una metafísica visión del drama de la existencia humana que nos convierte en creadores de caminos, como escribió Machado, en busca de ese sitio en donde nuestra esencia reencontrada se funde con lo absoluto. Deseo seguir los pasos de mis padres reivindicando nuestra militante categoría de caminantes legítimos y libres.
Disfrutados los días de descanso y sabiendo que todo final es un comienzo, retorno a la península, donde sigo amando sin miedo la vida, donde añoro volver a perderme en mi mar de nubes tanto como temo no encontrar un mar de olas que me llame con el rumor de bellos cuentos.
5 de agosto de 2006.
La vida nos ofrece instantes preciosos y precisos que dejan una profunda huella en nuestra existencia. He podido volar sobre las nubes, andar sobre lava de volcanes y ver como el mar organiza sus propias fiestas, y eso me permite sentir.
La capacidad del ser humano para inventar artilugios que le permitan vencer las resistencias de la naturaleza me impresiona y en algunos momentos provoca en mi cierta desazón. Cuando subo a un avión, por más que me expliquen los efectos Venturi y Magnus, me cuesta comprender que algo tan pesado, que transporta cientos de pasajeros y montones de kilos de equipaje, pueda ascender miles de metros y desplazarse miles de kilómetros. Igual ocurre cuando utilizo como medio de transporte un barco, no me cabe duda de que el principio de Arquímedes es la teoría por la cual el flotador destinado a navegar nos desplaza sobre el mar, pero cuando veo cargar en sus bodegas autobuses y camiones, me quedo perpleja. Consigo reponerme y decido dejar para mentes más científicas todas esas elucubraciones, al fin y al cabo yo soy de letras y es evidente que no me apasionaban las tortuosas clases de matemáticas, física, química y tecnología, aunque siempre procuré cursarlas con aprovechamiento.
Inicio la travesía entre las islas de Tenerife y La Palma, serán poco más de dos horas. El barco de la compañía Fred Olsen ha sido bautizado como Benchijigua Express, en homenaje a un bonito lugar de La Gomera. Veo como rompen las olas, igual que las horas del día, y en su vaivén se reflejan espumas de historias y misterio, trayendo a mí antiguas leyendas. Así recordé la contada por Hesíodo sobre el nacimiento de la “surgida de la espuma”. Después de que Crono cortase los genitales con una hoz a Urano, su padre, y la sangre y el semen de éste cayesen al mar, donde empezaron a hacer espuma, nació de ella Afrodita, ya adulta, adornada con la sonrisa y la dulzura y siendo la diosa del amor y la belleza. También pensé en Ulises y sus marineros arribando a la isla Eolia, donde su dueño y señor, Eolo los recibió con celebraciones y festejos, y decidió ayudarles a regresar a Itaca, impulsando sus naves con vientos favorables. Regaló a Ulises el Odre de los Vientos. un valioso presente que le ayudase a llegar hasta Penélope. Le advirtió que nunca lo abriese, porque en él estaban atrapados todos los vientos desfavorables que desencadenarían violentas tempestades. Sólo en casos muy precisos y de manera muy cuidadosa podría luchar contra la calma marítima. Ulises y sus hombres se embarcaron de nuevo y pudo más la curiosidad que los consejos. En medio de la noche, la marinería, entreabrió la boca del odre y, de repente, se desató tan feroz tormenta que puso en riesgo su viaje. Me pregunto por qué cuando se habla de persona curiosa que destapa desgracias siempre se habla de Pandora y no de estos curtidos hombres de mar.
Al día siguiente hicimos una ruta de senderismo que nos llevó al Parque Nacional de la Caldera del Taburiente, allí nos encontramos con el fenómeno que provocan los vientos alisios, que procedentes del Nordeste llegan a La Palma tras un largo recorrido marítimo, en el que se cargan de humedad en las capas inferiores, formándose nubes bajas que no cubren los puntos más elevados de la isla, pudiendo disfrutar desde las cumbres de la espectacular visión del "mar de nubes". Esa belleza me deja sin palabras, me provoca una confusión infinita, porque la naturaleza posee un poder inquietante, que me hace consciente de mi limitada fortaleza. Mi padre va unos pasos por delante y de pronto veo en él a “El caminante ante el mar de niebla” un cuadro del paisajista romántico alemán Friedrich. Nadie ha sabido pintar la soledad del ser humano ante el mundo como él, reflejándolo en un gesto que no vemos porque está mirando lo mismo que nuestros ojos, es una metafísica visión del drama de la existencia humana que nos convierte en creadores de caminos, como escribió Machado, en busca de ese sitio en donde nuestra esencia reencontrada se funde con lo absoluto. Deseo seguir los pasos de mis padres reivindicando nuestra militante categoría de caminantes legítimos y libres.
Disfrutados los días de descanso y sabiendo que todo final es un comienzo, retorno a la península, donde sigo amando sin miedo la vida, donde añoro volver a perderme en mi mar de nubes tanto como temo no encontrar un mar de olas que me llame con el rumor de bellos cuentos.